Название | La comuna de Paris |
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Автор произведения | Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014177 |
Hubiéramos debido abrirnos paso por el Marne para unirnos a los ejércitos de provincias y pasar el río Nogent. El ingeniero Ducrot había tomado mal las medidas; los puentes no estaban en condiciones. Hubo que esperar hasta el día siguiente. El enemigo, en lugar de ser sorprendido, pudo ponerse a la defensiva. El 30, con un magnífico impulso, ganamos Champigny. Al día siguiente, Ducrot permaneció inactivo, mientras el enemigo, desguarneciendo Versalles, acumulaba sus fuerzas sobre Champigny. El 2 de diciembre, reconquistó una parte del pueblo.
La lucha fue ruda durante toda la jornada. Los miembros del gobierno, a quienes su grandeza retenía en el Hôtel-de-Ville, se hicieron representar en el campo de batalla por una carta de su muy querido presidente. Por la noche acampamos en nuestras posiciones, pero helados. El «querido presidente» tenía dada orden de que se dejasen las mantas en París, y habíamos partido sin tiendas ni ambulancias. Al día siguiente, Ducrot declaró que debíamos retirarnos, y ante París, ante la nación entera, este bravucón deshonrado se volvió a la capital a reculones. Volvíamos, entre muertos y heridos, con ocho mil bajas de cien mil hombres, de los cuales habían entrado en combate cincuenta mil.
Trochu descansó veinte días sobre estos laureles. De este ocio se aprovechó Clément Thomas para disolver y difamar al batallón de tiradores de Belleville, poco disciplinado, sin duda, pero que había tenido muertos y heridos. Basándose en el simple informe del general que mandaba en Vincennes, difamaba igualmente al 200° batallón. Echaban el guante a Flourens. El 21 de diciembre, estos encarnizados depuradores se dignaron, por fin, a preocuparse un poco por los prusianos. Los móviles del Sena fueron lanzados, sin cañones contra las murallas de Stains, y al ataque contra Le Bourget. El enemigo los recibió con una artillería aplastante. La ventaja conseguida por la derecha en Ville-Evrard no fue aprovechada. Los soldados regresaron desmoralizados. Algunos gritaron: «¡Viva la paz!». Cada nueva empresa acusaba al plan Trochu, fatigaba a las tropas, pero no podía nada contra el valor de los guardias nacionales. Estos, durante dos días, en la explanada de Avron, casi al descubierto, sostuvieron el fuego de sesenta piezas. Cuando los muertos eran ya muchos, Trochu descubrió que la posición no tenía ninguna importancia y mandó evacuarla.
La confianza se quebranta
Estos fracasos empezaron a gastar la credulidad parisina. El hambre picaba cada vez más. La carne de caballo era ya un manjar. La gente devoraba perros, ratas y ratones. Las mujeres, con un frío de 17 grados bajo cero, o entre el barro del deshielo, esperaban horas enteras una ración de náufrago. En vez de pan, una masa negra que retorcía las tripas. Las criaturitas se morían sobre el seno exhausto de sus madres. La leña valía a peso de oro. El pobre no tenía para calentarse más que los despachos de Gambetta anunciando los éxitos conseguidos en provincias. A finales de diciembre, se encendieron los ojos, agrandados por las privaciones. ¿Iban a sucumbir con las armas intactas?
Los alcaldes seguían sin moverse, se acantonaban en su papel de despenseros, vedándose a sí mismos toda pregunta indiscreta, evitaban abrir procesos verbales para evitar hasta la apariencia de una municipalidad65. Jules Favre les ofrecía pequeñas reuniones semanales, en las que se charlaba amistosamente acerca de las interioridades del sitio. Solo hubo uno que cumpliese con su deber: Delescluze. Había adquirido una gran autoridad por sus implacables artículos contra la defensa, publicados en Le Réveil. El 30 de diciembre interpeló a Jules Favre, dijo a los alcaldes y adjuntos: «Vosotros sois los responsables» y pidió que se agregase el consejo a la defensa. La mayor parte de sus colegas protestaron, sobre todo Dubail y Vacherot. El 4 de enero, Delescluze volvió a la carga presentando una proposición radical: dimisión de Trochu y de Clément Thomas; movilización de la Guardia Nacional; institución de un consejo de defensa; renovación de los comités de guerra. Tampoco fue escuchado.
El comité de los veinte distritos apoyó a Delescluze e hizo aparecer el 6 un cartel rojo, redactado por Tridon y por Jules Vallès: «¿Ha cumplido con su misión el gobierno que se ha encargado de la defensa nacional?... No... Con su lentitud, su inercia, su indecisión, los que nos gobiernan nos han conducido al borde del abismo... No han sabido ni administrar ni combatir... La gente se muere de frío, ya casi de hambre... Salidas sin objeto, mortales luchas sin resultado, fracasos repetidos... El gobierno ha dado la medida de su capacidad, nos mata. La perpetuación de este régimen es la capitulación... La política, la estrategia, la administración del 4 de septiembre, continuación del Imperio, están juzgadas. ¡Paso al pueblo! ¡Paso a la Comuna!». Por impotente que el comité fuese para la acción, su pensamiento era justo, y él siguió siendo, hasta el fin del sitio, el mentor sagaz de París.
La masa, que quería nombres ilustres, se apartó de los carteles. Algunos de los firmantes fueron detenidos. Trochu, sin embargo, se sintió lastimado, y aquella misma noche hizo escribir en todos los muros: «E1 gobernador de París no capitulará».
Cuatro meses después del 4 de septiembre, París volvió a aplaudir. Pareció muy extraño que, a pesar de la declaración de Trochu, dimitieran Delescluze y sus adjuntos.
Era preciso, sin embargo, taparse los ojos para no ver el nuevo Sedán hacia el que la defensa conducía a París. Los prusianos bombardeaban las casas por encima de los fuertes de Issy y de Vanves, sus obuses jalonaron de cadáveres algunas calles. El 30 de diciembre, Trochu declaraba imposible toda nueva acción, invocaba la opinión de todos los generales, y acababa pidiendo ser sustituido. Los días 2, 3 y 4 de enero del 71, los defensores discutieron la elección de la asamblea que habría de sobrevivir a la catástrofe. París no duraría ni hasta el 15, a no ser por la indignación de los patriotas.
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