Название | La comuna de Paris |
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Автор произведения | Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014177 |
Esto no era más que una voz y de poco timbre. Desde las elecciones generales, el comité de los veinte distritos se reducía a una docena de miembros; la Internacional y las cámaras sindicales no contaban. Los elegidos del Wauxhall, por el contrario, representaban la masa armada. Bastaba con que un obús partiese de Montmartre contra los prusianos, y se entablaría el horrible combate. Así lo supieron comprender, y el 28 de febrero fijaron una imperativa proclama, enmarcada en negro: «Ciudadanos, toda agresión equivaldría al derrumbamiento de la República. Se establecerá, alrededor de los barrios que debe ocupar el enemigo, una serie de barricadas, adecuadas para aislar completamente esta parte de la ciudad. La guardia nacional, de acuerdo con el ejército, vigilará para que el enemigo no pueda comunicarse con las zonas atrincheradas de París». Seguían veintinueve nombres74. Estos veintinueve capaces de calmar a la Guardia Nacional fueron aprehendidos, incluso por la burguesía, que no pareció extrañarse de tal poder.
Avenida de la Grande Armée. Fotografía anónima
Los prusianos en París
Los prusianos pudieron entrar el primero de marzo. El París que el pueblo había reconquistado no era ya el París de los nobles y de los grandes burgueses del 30 de marzo de 1815. La bandera negra que colgaba en las casas, las calles desiertas, las tiendas cerradas, las fuentes cegadas, las estatuas de la Concordia veladas, el gas negándose a alumbrar por las noches, hablaban de una ciudad indómita. Así debió de entregarse Moscú al Gran Ejército. Acampados entre el Sena y el Louvre, que tenía las salidas cerradas, y un cordón de barricadas bordeando el barrio Saint-Honoré, los alemanes parecían cogidos en una trampa. Algunas mujeres públicas que se atrevieron a franquear el límite, fueron tratadas a latigazos. Un café de los Campos Elíseos, que se había abierto para ellos, fue saqueado. Solamente en Saint-Germain se encontró un gran señor que ofreció su techo a los prusianos.
París estaba todavía pálido por la afrenta, cuando una avalancha de nuevas injurias llegó de Burdeos. La Asamblea no solo no había encontrado una frase para asistirle en esta crisis dolorosa, sino que todos sus periódicos, con L’Officiel a la cabeza, se indignaban de que hubiera pensado siquiera en manifestarse contra los prusianos. En las oficinas se firmaba una proposición para fijar la residencia de la Asamblea fuera de París. El proyecto de ley sobre los vencimientos y los alquileres retrasados se anunciaba, preñado de quiebras. La paz acaba de ser aceptada, votada a marchas forzadas. Alsacia, la mayor parte de Lorena, un millón seiscientos veinte mil franceses arrancados a la patria, cinco mil millones, los fuertes del Este de París ocupados hasta la entrega de los primeros quinientos millones, y los departamentos del Este hasta el pago final; tal era el precio con que Bismarck nos traspasaba la Cámara inencontrable.
Para consolar a París de tantas vergüenzas, Thiers nombraba general de la Guardia Nacional al evacuador de Orleans, el brutal comandante del ejército del Loire, destituido por Gambetta, el mismo que, en una carta al emperador publicada recientemente, aún se lamentaba de no haber podido venir a París el 2 de diciembre del 51, para aplastar a los parisinos: D’Aurelles de Paladine. Dos senadores bonapartistas, los fusiladores, a la cabeza del París republicano. En París soplaban vientos de golpe de Estado.
El 3 de marzo enviaron sus delegados al Wauxhall doscientos batallones. El proyecto de estatutos redactado por el Comité Central provisional comenzaba por afirmar la República «como único gobierno de derecho y de justicia, superior al sufragio universal, que es obra suya». «Los delegados –decía el artículo– deberán prevenir todo intento que tenga por fin el derrumbamiento de la República». El Comité Central debía estar formado por tres delegados por distrito, elegidos sin distinción de grado por las compañías, legiones y el jefe de legión. Estos estatutos fueron aprobados. Mientras llegaban las elecciones regulares, la reunión nombró una comisión ejecutiva. Formaban parte de ella: Varlin, Pindy, Jacques Durand, delegados por sus batallones. Se votó por unanimidad la reelección de todos los grados. Se presentó esta moción: «El departamento del Sena se constituirá en República independiente, caso de que la Asamblea descapitalizara París». Moción mal concebida, mal presentada, que parecía aislar a París del resto de Francia; idea antirrevolucionaria, antiparisina, que se volvió cruelmente contra la Comuna. ¿Y quién te alimentará, París, si no es la provincia? ¿Y quién te salvará, hermano de los campos, sino París? Pero París vivía solo desde hacía seis meses; solo él había querido la lucha hasta el fin; solo él había protestado contra la Asamblea realista. Y el abandono, los votos de la provincia y la mayoría rural, hicieron creer a unos hombres prestos a morir por la República universal, que podían encerrar la República en París.
72.- Para obtener un jornal, era preciso pedirlo por escrito, y probar que no se podía conseguir trabajo. (Jules Simon, El gobierno de Thiers)
73.- Un cura, Vidieu, autor de Una Historia de la Comuna, pretende haber descubierto el objeto de este movimiento. «Había, evidentemente, una consigna. Al primer disparo acudiría el enemigo, el monte Valérien incendiaría los más bellos barrios de París, las demás fuerzas prenderían fuego a la ciudad y, mientras tanto, se pescaría libremente en río revuelto».
74.- Alavoine, Bouit, Frontier, Boursier, David-Brisson, Barroud, Gritz, Tessier, Ramel, Badois, Arnold, Piconel, Audoynaud, Masson, Weber, Lagarde, Laroque, Bergeret, Pouchain, Lavalette, Fleury, Maljournal, Chouteau, Cadaze, Castioni, Dutil, Matté, Ostyn. Solo diez de la comisión elegida el 15 figuran en esta lista; algunos, como Dacosta, se habían retirado creyendo que se iba demasiado lejos; otros no asistían a la sesión en la que se firmó el cartel. Delegaciones, juntas revolucionarias, habían presentado a los diecinueve restantes, tan desconocidos como los demás.
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