La comuna de Paris. Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray

Читать онлайн.
Название La comuna de Paris
Автор произведения Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789560014177



Скачать книгу

de haber visto proclamar su voto, se oyó salir de las urnas de provincias un salvaje grito de reacción. Antes de que uno solo de sus elegidos hubiese abandonado la ciudad, vio encaminarse hacia Burdeos una tropa de campesinos, de Pourceaugnacs70, de sombríos clericales, espectros de 1815, de 1830, 1849, que llegaban pavoneándose, furiosos, a tomar posesión de Francia, por medio del sufragio universal. ¿Qué era esta siniestra mascarada? ¿Cómo había podido subir, cual subterránea vegetación, a la superficie y desplegarse en la cumbre del país?

      Fue preciso que París y las provincias fuesen aplastados, que el Shylock prusiano se llevara nuestros millones y cortase dos jirones en nuestros flancos, que el Estado de Sitio se abatiese durante cuatro años sobre cuarenta y dos departamentos, que cien mil franceses fuesen borrados de la vida o del suelo natal, que las cucarachas echasen a la calle sus procesiones en toda Francia, para que se reconociese la existencia de aquella gran maquinación reaccionaria que, desde el primer momento hasta la explosión final, los republicanos de París y de provincias, infatigables, denunciaron a los poderes traidores o languidecientes.

       La defensa en provincias

      En provincias, en el campo, la táctica no fue la misma. En lugar de ser en el propio gobierno, la conspiración fue en torno de él. Durante todo el mes de septiembre, los reaccionarios se agazaparon en sus madrigueras. Las gentes del Hôtel-de-Ville, creyéndose seguras de negociar la paz, no enviaron a provincias más que a un general cualquiera, para el papeleo administrativo. Pero las provincias tomaban la defensa, como la República, en serio. Lyon comprendió, incluso, su deber antes que París, proclamó la República el 4 de septiembre por la mañana, y nombró un Comité de Salud Pública. Marsella y Toulouse organizaron comisiones regionales. Los defensores, seriamente alarmados por esta fiebre patriótica que contrariaba sus planes, dijeron que Francia se dislocaba y delegaron, para rehacerla, en los dos hombres más gotosos de su tropa, Crémieux y Glais-Bizoin, más un antiguo gobernador de Cayena, bárbaro para con los deportados del 52, el almirante bonapartista Fourichon.

      Los tres llegaron a Tours el 18 de septiembre, con las oficinas de los Ministerios, todo lo que se llamó después la Delegación. Los patriotas acudieron. En el Oeste y en el Mediodía habían organizado ligas de unión para agrupar a los departamentos contra el enemigo y suplir la falta de impulso central. Rodearon a los delegados de París, pidieron la consigna, medidas vigorosas, el envío de comisarios, y prometieron un apoyo absoluto. Los gotosos respondieron: «Estamos entre gente de confianza, digamos la verdad: no tenemos ejército. Toda resistencia es imposible. Si resistimos, es solo para obtener mejores condiciones». El que lo cuenta lo oyó. No hubo más que una reacción de asco: «¿Cómo? ¿Y esa es vuestra respuesta, cuando millares de franceses os ofrecen sus brazos y su fortuna?».

       El movimiento de Lyon

      El 28 estallaron los lyoneses. Cuatro departamentos les separaban apenas del enemigo, que podía de un momento a otro ocupar la ciudad, y desde el 4 de septiembre estaban pidiendo armas. La municipalidad elegida el 16, en sustitución del Comité de Salud Pública, no hacía más que disputar con el prefecto ChallemeI-Lacour, jacobino muy quisquilloso. El día 27, por toda defensa, el consejo redujo en 50 céntimos el jornal de los obreros empleados en las fortificaciones, y nombró a un tal Cluseret general de un ejército de voluntarios que aún estaba por crear.

      Este general in partibus era un antiguo oficial a quien Cavaignac había condecorado por su comportamiento en las jornadas de junio. Fracasado en el ejército, pidió su separación del mismo, se hizo periodista en la guerra americana de Secesión y se engalanó con el título de general. Incomprendido por la burguesía de los dos mundos, volvió a la política por el otro extremo, se ofreció a los fenianos de Irlanda, desembarcó en ese país, indujo a los fenianos a la sublevación, y una noche los abandonó. La naciente Internacional le vio acudir a ella. Escribió mucho, dijo a los hijos de los mismos a quienes había fusilado en junio: «¡Nosotros o la Nada!», y pretendió ser la espada del socialismo. Como el gobierno del 4 de septiembre se negase a confiarle un ejército, trató a Gambetta de prusiano, y se hizo nombrar delegado de la Corderie –donde le había introducido Varlin, al que engañó mucho tiempo– en Lyon. Este cobarde zascandil persuadió al Consejo de Lyon de que él organizaría un ejército. Todo andaba de mala manera, cuando los comités republicanos de Brotteaux, Guillotière, Croix-Rousse y el Comité Central de la Guardia Nacional decidieron, el día 28, llevar al Hôtel-de-Ville un enérgico programa de defensa. Los obreros de las fortificaciones, capitaneados por Saigne, apoyaron esta actitud con una manifestación, llenaron la plaza Terreaux y, con la ayuda de los discursos y la emoción, invadieron el Hôtel-de-Ville. Saigne propuso que se nombrase una comisión revolucionaria y, al ver entre el público a Cluseret, muy preocupado por sus futuras estrellas, solo salió al balcón para exponer su plan y recomendar calma. Constituida la comisión, no se atrevió a resistir, y partió en busca de sus tropas. En la puerta, el alcalde Hénon y el prefecto le agarraron del cuello: habían entrado en el Hôtel-de-Ville por la plaza de la Comédie. Saigne se lanzó al balcón, gritó la noticia a la multitud, que, cayendo de nuevo sobre el Hôtel-de-Ville, libertó a Cluseret y detuvo a su vez al alcalde y al prefecto.

      Los batallones burgueses llegaron a la plaza Terreaux. Poco después desembocaron los de Croix-Rousse y Guillotière. Grandes desgracias podían seguir al primer disparo. Se parlamentó. La comisión desapareció. Cluseret tomó el tren de Ginebra.

      Era una advertencia. En varias ciudades aparecieron otros síntomas. Los prefectos presidían las Ligas, se convocaban entre sí. A principios de octubre, el almirante de Cayena no había logrado reunir, acá y allá, más que algunos millares de hombres de los depósitos. De Tours no llegaba ninguna consigna.

       La delegación de Tours

      El israelita Crémieux, residía en el arzobispado, donde Guibert, papa de los ultramontanos franceses, le daba casa y comida a cambio de toda clase de servicios reclamados por el clero. Crémieux estuvo un día a punto de ser puesto de patitas en la calle. Garibaldi, burlando la vigilancia de Italia, tullido, deformadas las manos por los reumatismos, llegó a Tours a poner al servicio de la República lo que de él quedaba , el corazón y el nombre. Guibert creyó ver llegar al diablo, se enfadó con Crémieux, que confinó a Garibaldi en la prefectura y le expidió tan rápidamente como pudo a provincias.

      Con desesperación por poder salir del apuro, los delegados convocaron a los electores. Fue este su único pensamiento honrado. El 16 de octubre, Francia va a nombrar sus representantes cuando el 9 una racha de viento trae a Tours a Gambetta, a quien había llamado Clément Laurier.

      Los hombres del Hôtel-de-Ville le vieron partir con alegría, tan seguros de que chocaría con lo imposible, que «nadie del gobierno, ni el general Trochu, ni el general Leflô, había movido la lengua para hablar de una operación militar cualquiera».71 También él tenía su plan: no creer muerta a la nación. Desesperó un instante, al encontrarse con una provincia sin soldados, sin oficiales, sin armas, sin municiones, sin equipos, sin intendencia, sin tesoro; pero se recobró, entrevió inmensos recursos, hombres innumerables: Bourges, Brest, Lorient, Rochefort, Tolon, como arsenales; los talleres de Lille, Nantes, Burdeos, Toulouse, Marsella, Lyon; los mares libres; cien veces más que en el 93, cuando había que luchar a la vez contra el extranjero y contra los vandeanos. Una magnífica llama en las poblaciones; consejos municipales, consejos generales que se imponían, votaban empréstitos, campañas sin un chuán. A su admirable llamamiento respondió Francia con el mismo entusiasmo que París el 14 de septiembre. Los reaccionarios se volvieron a sus madrigueras. Gambetta tuvo de su parte el alma del país, lo pudo todo.

      Consiguió hasta aplazar las elecciones, como quería un decreto del Hôtel-de-Ville. Se anunciaban republicanas, belicosas. Bismarck le había dicho a Jules Favre que él no quería una asamblea, porque esta votaría la guerra. Razón de más para quererla. Enérgicas circulares, algunas medidas contra los intrigantes, instrucciones precisas, hubieran libertado y atizado victoriosa esta llama de resistencia. Una asamblea fortalecida por todas las energías