Название | La comuna de Paris |
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Автор произведения | Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014177 |
Él mismo expuso su lema: «Mantener el orden y la libertad y empujar a la guerra». Nadie perturbaba el orden, y todos los patriotas querían ir a la lucha. Las Ligas contenían excelentes elementos, capaces de dar cuerpos militares, y cada departamento poseía grupos de republicanos probados, a los que se podía confiar la administración y la defensa, bajo la dirección de los comisarios. Desgraciadamente, aquel joven, tan gran agitador, creía en las viejas formas. Las Ligas en cuestión le parecieron gérmenes de secesionismo. Ató de pies y manos a los raros comisarios que designó, entregó todo el poder a los prefectos –astillas del 48, en su mayoría– o a sus colegas de la conferencia de Molé, blandos, tímidos, preocupados por no malgastar nada, algunos por prepararse un colegio electoral. En algunas prefecturas conservaron en sus puestos a los mismos empleados que habían formado las listas de proscripción del 2 de diciembre. ¿No había llamado Crémieux a los bonapartistas «republicanos»? En Hacienda, baluarte de los reaccionarios, en Instrucción Pública, repleta de bonapartistas, se prohibió destituir a ningún titular, y llegó a ser casi imposible trasladarle. Fue observada la consigna de los gotosos: conservar. Salvo algunos jueces de paz y un pequeño número de magistrados, no hubo más cambio que el del alto personal político.
Hasta en guerra se toleró la presencia de adversarios. Las oficinas, que estuvieron mucho tiempo bajo la dirección del bonapartista Loverdo, minaron sordamente el terreno a la delegación. El almirante Fourichon pudo disputar al gobierno las tropas de marina; las compañías de ferrocarriles se hicieron dueñas de los transportes. Se llegó incluso a suplicar al representante del Banco de Francia, que no dio sino lo que quiso. Algunos departamentos votaron un empréstito forzoso, y en proporciones en que era posible cubrirlo de sobra. Gambetta se negó a confirmar sus decisiones. Francia pasó por la humillación de tener que ir a Londres a conseguir un empréstito de guerra.
La defensa emprendió su marcha en provincias apoyándose en dos muletas: un personal sin nervio y la deprimente conciliación. A pesar de todo, surgían los batallones. A la voz de aquel convencido, bajo el activo impulso de Freycinet, su delegado técnico, se reunían restos de tropas, los depósitos vaciaban sus reservas, acudían los móviles. Hacia finales de octubre, estaba en formación un verdadero ejército en Salbris, no lejos de Vierzon, provisto de buenas armas y bajo el mando del general D’Aurelles de Paladine, exsenador y beato, que pasaba por ser un buen caudillo.
A finales de octubre, si en París no había nada perdido, en provincias se ofrecía la victoria. Para organizar el bloqueo de París, los alemanes habían empleado todas sus tropas, salvo tres divisiones, treinta mil hombres de infantería, y la mayor parte de su caballería. No les quedaba ninguna reserva. Estas tres divisiones estaban inmovilizadas, en Orleans y Châteaudun, por nuestras fuerzas del Loira. Al Oeste, al Norte, al Este, la caballería (1.º y 2.º bávaros, 22.º prusiano), aun recorriendo y vigilando una gran extensión de terreno, era incapaz de sostener ese terreno contra la infantería. La línea alemana que cercaba a París, excelentemente fortificada por la parte de la ciudad, estaba a descubierto por el lado de la provincia. La aparición de cincuenta mil hombres, aun cuando se tratase de tropas bisoñas como las que mandaba D’Aurelles de Paladine, hubiera bastado para romper el cerco.
Liberar a París de este, aunque solo fuera momentáneamente, podía significar la presión de Europa y una paz honrosa; no cabía duda de que habría sido de un efecto moral inmenso, consiguiendo que París fuese aprovisionado por los ferrocarriles del Mediodía y del Oeste, y que se ganaría tiempo para la organización de los ejércitos de provincias.
El ejército del Loire
Nuestro ejército del Loire –el 15º cuerpo, en Salbris; el 16º, en Blois–, contaba con 70.000 hombres. El 26 de octubre, D’Aurelles de Paladine recibió orden de ir a tomar Orleans a los bávaros. El día 28 entra en Blois con 40.000 hombres, por lo menos. Por la noche, a las nueve, el comandante de las tropas alemanas le manda decir que Metz ha capitulado. Pasa Thiers, que se dirige a París, y le aconseja que espere. D’Aurelles telegrafía inmediatamente a Tours que aplaza el movimiento.
Un general de mediana vista, en cambio, lo hubiera precipitado todo. Puesto que el ejército alemán de Metz iba a quedar libre para operar y dirigirle hacia el centro de Francia, no había momento que perder para adelantarle. Cada hora que pasaba empeoraba las cosas. Fue el momento crítico de la guerra.
La delegación de Tours, en lugar de destituir a D’Aurelles, se contentó con decirle que concentrase todas sus fuerzas. Esta concentración estaba terminada el 3 de noviembre, y D’Aurelles disponía de 70.000 hombres repartidos entre Mer y Marchenoir. Los acontecimientos le ayudaban. Ese mismo día, la caballería prusiana (una brigada) se vio obligada a abandonar Mantes y a replegarse sobre Vert, intimidada por las poderosas bandas de francotiradores; al mismo tiempo, se había señalado la presencia de considerables fuerzas francesas, compuestas de todas las armas, y que desde Courville se dirigían a Chartres. Si el ejército del Loira hubiese atacado el día 4, arrojando a los bávaros a Orleans y a la 22º división prusiana a Châteaudun, derrotando uno tras otro a los alemanes gracias a su aplastante superioridad numérica, la ruta de París habría quedado libre, y es casi indudable que la capital hubiera sido libertada.
Moltke estaba lejos de ignorar el peligro. Estaba decidido a obrar en caso de necesidad, como Bonaparte ante Mantua, y levantar el bloqueo, sacrificar el parque de asedio que se estaba formando en Villacoublay, concentrar su ejército para la acción en campo raso, y no volver a formar el sitio hasta después de la victoria; es decir, después de la llegada del ejército de Metz. Los bagajes del cuartel general de Versalles estaban ya en los coches; no quedaba más que «enganchar los caballos», ha dicho el coronel suizo D’Erlach, testigo ocular.
D’Aurelles no se movió. La delegación, tan paralítica como él, se contentó con cambiar cartas de delegado a ministro: «Señor ministro –escribe el 4 de noviembre Freycinet–, desde hace algunos días, el ejército y yo mismo ignoramos si el gobierno quiere la paz o la guerra... En el momento en que nos disponemos a ejecutar proyectos laboriosamente preparados, rumores de armisticio turban el ánimo de nuestros generales; incluso yo, si trato de levantar su moral y de empujarlos hacia adelante, ignoro si habré de verme desautorizado mañana». Gambetta responde: «Señor delegado, me doy cuenta como usted de la detestable influencia de las vacilaciones políticas del gobierno... Hay que detener desde hoy nuestra marcha hacia adelante». El 7 de noviembre, D’Aurelles sigue aún inmóvil. El 8 se mueve y recorre unos quince kilómetros; por la noche habla de detenerse. Sus fuerzas reunidas pasan de cien mil hombres. El día 9 se decide a atacar a los bávaros en Coulmiers. Los bávaros evacúan inmediatamente Orleans y se retiran hacia Toury. Lejos de perseguirlos, D’Aurelles anuncia que va a hacerse fuerte delante de la ciudad. La delegación le deja hacer, y Gambetta, que viene al cuartel general, aprueba el plan. Mientras tanto, dos divisiones prusianas, la 3ª y 4ª, expedidas de Metz por ferrocarril, habían llegado al pie de París, circunstancia que permitió a Moltke dirigir la 17ª división prusiana contra Toury, donde llegó el día 12. Además, tres cuerpos del ejército de Metz se aproximaban al Sena a marchas forzadas. Gracias a la voluntaria inacción de D’Aurelles y a la debilidad de la delegación, el ejército del Loira dejó de inquietar a los alemanes.
Hubiera sido necesario destituir al tal D’Aurelles, pero se había dejado pasar la única ocasión para ello; el ejército del Loira, dividido en dos, luchó con Chanzy solo por defender el honor. La delegación tuvo que trasladarse a Burdeos.
A finales de noviembre, era evidente que se estaba perdiendo el tiempo. Los prefectos, encargados de organizar a los móviles y a los movilizados, de hacer la leva en los campos, estaban en lucha perpetua con los generales y no conocían cuál era la