Название | La comuna de Paris |
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Автор произведения | Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014177 |
En la Corderie, en los clubs, en el periódico de Blanqui, en Le Réveil de Delescluze, en Le Combat de Félix Pyat, se da publicidad al plan del Hôtel-de-Ville. ¿Qué significan estas salidas parciales, nunca sostenidas? ¿Por qué se deja a la Guardia Nacional mal armada, desorganizada, fuera de toda acción militar? ¿Cómo va la fundición de cañones? Seis semanas de charlatanería, de ociosidad, no dejan lugar a dudas respecto a la incapacidad, pero no respecto a la mala intención de la defensa. El mismo pensamiento despunta en todos los cerebros. ¡Que los convencidos sustituyan a los escépticos! ¡Que se rehaga París!
¡Que la casa común del 92 salve otra vez a la ciudad y a Francia entera! Le Combat, que predicaba la Comuna en apóstrofes hinchados, cuyos oropeles atraían más que la nerviosa dialéctica de Blanqui, lanzó el 27 de octubre una bomba espantosa: «Bazaine va a entregar Metz, irá a negociar la paz en nombre de Napoleón iii; su edecán está en Versalles». El Hôtel-de-Ville desmiente esta noticia, «tan infame –dice– como falsa. Bazaine, el glorioso soldado, no ha cesado de hostigar al ejército sitiado con brillantes salidas». El gobierno pide para el periodista «el castigo de la opinión pública». La opinión pública respondió a esta petición con un diluvio de abucheadores, quemó el periódico y hubiera acuchillado al periodista si este no llega a huir. Al día siguiente Le Combat declaró haber recibido la noticia de Flourens, al cual había llegado por mediación de Rochefort, que se hallaba en inmejorables relaciones con su colega Trochu.
Este mismo día, un golpe de mano afortunado nos entregaba Le Bourget, al noroeste de París, y el Estado Mayor cacareó un triunfo el día 29. Durante todo este día, dejó a nuestros soldados sin víveres, sin refuerzos, bajo el fuego de los prusianos, que volvieron el 30 con quince mil hombres y arrebataron de nuevo el pueblo a sus seiscientos defensores. El 31 de octubre París despertó con tres golpes en mitad del pecho: la pérdida de Le Bourget, la capitulación de Metz y de todo el ejército del «glorioso soldado Bazaine», y la llegada de Thiers, que venía a negociar un armisticio.
Jornada del 31 de octubre
Los defensores, convencidísimos de que París conseguiría la paz, hicieron pegar en las paredes, uno junto a otro, el armisticio esperado y la capitulación indudable, «una noticia buena y otra mala»62.
París dio un respingo, ni más ni menos que a la misma hora Marsella, Toulouse y Saint-Etienne. Una hora después de haber sido pegados los carteles bajo la lluvia, la multitud grita delante del Hôtel-de-Ville: «¡Nada de armisticios!», y a pesar de la resistencia de los guardias móviles, invade el vestíbulo. Etienne Arago, sus adjuntos Floquet y Henri Brison acuden, juran que el gobierno se desvive por la salvación de la patria. La primera oleada de gente se retira, otra llama a la puerta. A mediodía, Trochu aparece en la escalera, cree poner fin al conflicto con una arenga. Le responden: «¡Muera Trochu!». Jules Simon le releva y llega hasta la plaza, a detallar las ventajas del armisticio. Le gritan: «¡Nada de armisticios!». No consigue salir del paso sino pidiendo a la multitud que designe diez delegados que le acompañasen al Hôtel-de-Ville. Trochu, Jules Favre, Jules Ferry y Picard los reciben en la sala del Trono. Trochu demuestra, con una oratoria ciceroniana, que Le Bourget no tiene ningún valor y asegura que acaba de tener noticia de la capitulación de Metz. Una voz: «¡Mentira!». La voz sale de una diputación del comité de los veinte distritos y de los comités de vigilancia, que acaba de entrar en la sala. Otros, para acabar de una vez con Trochu, quieren que continúe; de pronto suena en la plaza un tiro que interrumpe el monólogo y hace que el orador desaparezca. Le sustituye Jules Favre, que reanuda el hilo de su demostración.
Mientras Jules Favre pronuncia un discurso, los alcaldes deliberan en la sala del Consejo Municipal. Para calmar la agitación proponen la elección de las municipalidades, la formación de los batallones de la Guardia Nacional, y su unión al ejército. El lacrimoso Etienne va a llevar estos paños calientes al gobierno.
Son las dos y media. Una multitud enorme, contenida de mala manera por los guardias móviles, invade la plaza y grita: «¡Muera Trochu! ¡Viva la Comuna!», tremolando banderas con el letrero: «¡Nada de armisticio!». Las delegaciones que han entrado en el Hôtel-de-Ville no acaban de salir, a la muchedumbre se le agota la paciencia, atropella a los móviles, lanza a la sala de los alcaldes a Félix Pyat, que había ido allí de curioso. Pyat se agita, protesta porque aquello es cotrario a las normas, porque él quiere entrar allí «por elección, no por irrupción». Los alcaldes le apoyan lo mejor que pueden, anuncian que han pedido las elecciones de las municipalidades, que el decreto está disponible para la firma. La multitud sigue empujando, sube hasta la sala del Trono, donde pone fin a la oración de Jules Favre, que va a reunirse con sus colegas. Estos en principio votan la proposición de los alcaldes, salvo en lo que se refiere a fijar la fecha de las elecciones.
Aproximadamente a las cuatro, la gente invade el salón. Rochefort promete las elecciones municipales. La multitud lo transmite a los demás defensores. Uno de los delegados de los veinte distritos se sube a la mesa, proclama la destitución del gobierno, pide que se encargue a una comisión hacer las elecciones en un plazo de cuarenta y ocho horas. Los nombres de Dorian, el único ministro que tomó en serio la defensa, Louis Blane, Ledru-Rollin, Victor Hugo, Raspail, Delescluze, Blanqui, Félix Pyat, Millière, son aclamados.
Si esta comisión hubiera podido hacer evacuar y guardar el Hôtel-de-Ville, fijar una proclama, la jornada hubiera terminado bien. Pero Doriat se negó y Louis Blanc, Victor Hugo, Ledru-Rollin, Raspail, Félix Pyat se callaron o volvieron la espalda. Flourens tiene tiempo de acudir. Irrumpe en el local con sus tiradores de Belleville; sube a la mesa en torno a la cual se hallan los miembros del gobierno, los declara prisioneros, y propone la formación de un comité de salud pública. Unos aplauden, otros protestan, declarando que no se trata de sustituir una dictadura por otra. Flourens gana la partida, lee los nombres, el suyo el primero, seguido de los de Blanqui, Delescluze, Millière, Ranvier, Félix Pyat, Mottu. Se entablan discusiones interminables. Los hombres del Cuatro de Septiembre se sienten salvados a pesar de los guardias na-cionales que les tienen presos, y sonríen a estos vencedores que dejan que la victoria se les escape de las manos.
A partir de este momento, todos se pierden en un dédalo de embrollos. Cada sala tiene su gobierno, sus oradores, sus tarántulas. Tan negra es la tormenta, que, hacia los ocho, algunos guardias nacionales reaccionarios pueden, en las mismas narices de Flourens, liberar a Trochu y a Ferry. Otros se llevan a Blanqui, que es libertado por los francotiradores. En la sala del alcalde, Etienne Arago y sus adjuntos convocan para el día siguiente a los electores, bajo la presidencia de Dorian y de Schoelcher. Hacia las diez, se fija su proclama en todo París.
Durante toda la jornada, París se mantuvo en actitud expectante.
«El 31 de octubre por la mañana –dice Jules Ferry–, la población parisina era, de lo más alto a lo más bajo de la escala, absolutamente hostil a nosotros63. Todo el mundo decía que merecíamos ser destituidos». Uno de los mejores batallones, llevado a apoyar al gobierno por el general Tamisier, comandante supremo de la Guardia Nacional, alza las culatas de sus fusiles al llegar a la plaza. Todo cambió en cuanto se supo que el gobierno había sido hecho prisionero; sobre todo, al conocer los nombres de los que le sustituían. La lección pareció demasiado fuerte. Unos, que hubieran admitido a Ledru-Rollin o a Victor Hugo, no podían tragar a Blanqui ni a Flourens. La llamada había resonado inútilmente todo el día. Por la noche, la generala dio resultado. Los batallones, refractarios por la mañana, llegaron a la plaza Vendôme; aunque es verdad que la mayor parte de ellos fueron creyendo que las elecciones eran cosa concedida. Una asamblea de oficiales reunidos en la Bolsa no consintió esperar el voto regular hasta que no vio el pasquín Dorian-Schoelder. Trochu y los evadidos del Hôtel-de-Ville volvieron a encontrar a sus fieles. El Hôtel-de-Ville, en cambio, quedaba desamparado.
La mayor parte de los batallones que estaban en favor de la Comuna, creyendo las elecciones decretadas, se habían vuelto a sus cuarteles. Quedaban apenas un millar de hombres