La última Hija de la Luna. Gabriela Terrera

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Название La última Hija de la Luna
Автор произведения Gabriela Terrera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713694



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aquél bolso, por lo que, con gentileza, se lo quitó de las manos obsequiándole una sonrisa.

      Chayhton y Wayhkkan se disponían a revisar las cercas de la huerta, pues ya habían limpiado el gallinero; Lonkkah y Regildo cumplían con sus tareas en el corral, en silencio y sin mirarse, cada uno conocía su función, las diferencias quedaban fuera de las cercas cuando de responsabilidades se trataba, respetar el acuerdo para beneficio de todos por igual regía como regla inquebrantable. Serjancio ensillaba los caballos, la carga la habían preparado la noche anterior, la temporada de esquila había sido buena, muy buena. Los productos de la huerta y del pequeño corral ofrecían el sustento diario para los integrantes de la casona, no así el resto de la producción que estaba destinado para el intercambio de las regiones.

      La cría de ovejas fue una eventual y muy provechosa consecuencia resultante de la unión de estas dos familias cuando, casi por casualidad, el destino de Xunnel y Kanki terminó desembarcando presuroso y accidentado en las tierras de Serjancio y Beasilia. Lo que debió de ser un refugio temporal para estos terrinos, concluyó en una prolongada y permanente estadía gracias a la intervención de las mujeres que tuvieron la iniciativa de proponer la conformación una “Familia de Conciliación” y así cumplir con la tan exigida ley que obligaba a todo habitante a integrar una. Por aquel entonces, las pertenencias de Xunnel incluían un pequeño rebaño de ovejas cuya raza supo adaptarse al nuevo ambiente. Serjancio sabía de cría, técnicas de esquila, de cuidados y alimentación que Xunnel desconocía, quien solo mantenía a esos animales para los propósitos del consumo leche y carne de cordero. Un par de años bastaron, casi sin proponérselo, para convertirse en excelentes criadores. Sus principales productos para las jornadas de intercambio, eran la carne de cordero, los quesos y diferentes tipos de ahumados, pero una vez al año, terminando el mes de N’ubro, producían la tan preciada lana, considerada excelsa y ávidamente esperada en Refugio del Mar para la elaboración de múltiples y variadas prendas de vestir.

      En el patio cercano a la cocina, poco a poco, la caravana comenzaba a completarse con el resto de los integrantes. Chattel, el mayor de los hermanos, acompañado de su mujer y del hermano de ésta, se acercó sonriente al resto de su familia reunida cerca del bebedero de los animales; aceleró sus pasos para ayudar a Yllawie con el pesado bolso de Beasilia, ella se lo cedió aliviada.

      —¡Feliz celebración, mi pequeña Lawy! –exclamó él y la sujetó a la altura de sus muslos para hacerla girar. Yllawie extendió sus brazos a más no poder mientras cerraba sus ojos con su rostro al cielo.

      —Ya están grandes para esos juegos –escupió Danhola mostrando el malhumor que le provocaba el vínculo entre ellos–, ya no tienen cinco años.

      —Te amo, Yllawie –dijo él y le dio un sonoro beso en la mejilla.

      —Yo te adoro, hermano, te he extrañado en el desayuno –lo reprendió. Yllawie también había ignorado la presencia de Danhola, no le molestaba que haya ignorado el saludado por su celebración, nunca habían congeniado entre ellas.

      —Dana no se sentía bien, pero festejaremos con mamá y papá, te lo prometo. –Trató de excusarse y luego pronunció alegre–: ¡Están bastante retrasados! –Su potente voz predominaba por sobre los demás ruidos mañaneros–. No me sorprende si estás a cargo –dijo empujando el hombro de Lonkkah, aunque intentaba bromear, sus burlas siempre sucumbían ante ese particular y estrepitoso tono de voz.

      —¡Buena mañana, mi bella herma’a! –dijo Lonkkah, ignorando de manera divertida y maliciosa, a su hermano mayor; ya le había propinado su habitual golpe de puño en el brazo. Se dirigió hacia Danhola y vociferó–: Todavía no sé qué le has visto a este grandote inútil bueno para nada. –Y repitió el puñetazo en el mismo lugar.

      —¿Hay mosquitos aquí? –bromeó Chattel mientras se sacudía a la altura de los golpes como limpiándose una mancha de barro, tomó por la muñeca a su hermano y torció su brazo por detrás de la espalada.

      —Niños, niños… ¡esta fruta no madura más…! –exclamó Kanki sonriente.

      —¡Voy con los caballos! –dijo Lonkkah trotando de espaldas sin dejar de mirarlos.

      —¿No hay abrazo para esta vieja? –preguntó la mujer, Chattel extendió sus brazos, la apretó contra su pecho y la levantó, los pequeños pies de su abuela quedaron colgados al aire y en esa posición la hizo girar al tiempo que ella no cesaba de reír, pero el festejo del encuentro apenas habría de durar un breve instante, ambos enmudecieron al advertir la presencia de Satynka.

      —Saty, ¿qué haces? –preguntó preocupada su abuela.

      —Yo voy, necesitamos estar todos… y también quiero verlos –respondió casi sin aliento, su aspecto anémico dejaba ver las oscuras aureolas alrededor de sus ojos esmeraldas, apenas podía elevar sus pies para caminar, levantó uno de los bolsones, pero el esfuerzo la obligó a sentarse, aunque intentaba disimular, su respiración era agitada–. Buena mañana para vos, Dana.

      —Hola, Satynka –respondió con soltura su herma’a–, te ves mejor… un poco demacrada, no esperaba verte de pie.

      —Hola, ma-Kanki… ¡Feliz celebración, Lawy! –gesticuló un tímido Xukey, se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, miró por encima de su hombro buscando otros ojos y los encontró, cruzó miradas con Satynka, pero obviaron intercambiar saludos entre ellos.

      —Chattel –murmuró Satynka–, necesito que me ayudes a guardar mi bolso.

      —Hermanynka, es un viaje largo aún si el cielo despejado nos acompaña… lo sabes, ¡por favor! –exclamó Yllawie que también estaba preocupada por su salud.

      —Mis padres solo esperan por Chattel y por mí, también esperan a Danhola y, sin contar a los niños, al único al que van a extrañar es a Lonkkah –le contestó Satynka sin mirarla mientras se esforzaba por cerrar con el estambre, la bolsa que tenía entre sus piernas–. Ya se hartaron de vos, no es asunto tuyo, no tienes que ir. Yllawie, hablas y parece que ya no sabes lo que significa el reencuentro para nosotros.

      «Ya no soy su hermawie» pensó con tristeza. Miró a su abuela, recordó que debía terminar de preparar sus elementos para el viaje y con elegancia, le solicitó:

      —Ma-Kanki, voy a mi habitación, ¿me das tu permiso? –Su abuela asintió cerrando sus ojos, Yllawie se dirigió hacia las habitaciones con la punzante sensación de que su presencia sobraba en ese lugar.

      —No necesitas pedir permiso, niña –gritó burlona Danhola, pero Yllawie ya estaba demasiado lejos como para escucharla–. Debería quitarse esas cosas de navegantes de la cabeza –vociferó y, arqueando sus labios hacia abajo, gesticuló despectiva–: Hermawie… hermanynka… ustedes me marean.

      Ya en su habitación, Yllawie comenzó a guardar sus pertenencias y a ordenar su cama; recogió la bandeja de desayuno de su hermana y el aroma a cacao abofeteó sus recuerdos para transportarla a aquella noche en la que ambas idearon ese singular código de nombres. «Ya no soy su hermawie» se repitió angustiada. Un inocente y apacible invento con el que su hermana terrina, entre risas y picardías, había conquistado su corazón hasta hacerla olvidar lo que acababa de suceder; recuerdos que, a pesar de los ciclos y de los cambios de luna, siempre encontraban la manera de regresar a su alma para llevarla a esa noche cuando Serjancio, sin alguna razón que pudiera comprender, le prohibía regresar a su habitación que compartía con las niñas navegantes y, aunque no recordaba la humedad en el aire ni el suelo pedregoso de aquélla mañana de todo ese fatídico día, sí podía volver a sentir el dolor y la perturbación del ataque sufrido.

      Lo que ella desconocía en esos tiempos, era que los adultos de su familia de navegantes, habían minimizado los hechos apoyándose en la conjetura de que todo había sido el resultado de un juego de chicos salido de control; también desconocía que, muy por el contrario, los otros adultos de la familia de Xunnel, sí comprendieron los hechos tal como habían sucedido y por lo cual, se vieron obligados a tomar la drástica decisión de enviar a la niña muy lejos de su atacante, a quien