Название | La última Hija de la Luna |
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Автор произведения | Gabriela Terrera |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878713694 |
Neyhtena preparó en una pequeña bandeja de madera, el modesto desayuno para Satynka, aunque sabía que apenas iba a comerse la mitad.
—No le gusta el cacao –dijo Yllawie.
—Ya lo sé, solo llevo las cortezas, aunque detesta el sabor, le agrada sentirlo, le voy a refregar las manos, el aroma la animará –respondió la niña con una sonrisa.
—Todos sabemos qué o quién es el único que puede hacerlo –suspiró Beasilia e instintivamente se tapó los labios.
—No te preocupes, Abusilia, puedes hablar tranquila con nosotros –agregó Chayhton mientras ordenaba los utensilios en la mesa para poder guardarlos en sus correspondientes lugares.
—Se asustó por mí –dijo Lonkkah parado en el umbral de la puerta que conectaba la cocina con el salón–. No soy el de temer, Abusilia. –Se acercó a ella, levantó su quijada para observar de cerca su hinchazón–. Si fueras mi abuela… ¿Y tu amado nieto que hace al respecto… y el otro, el cobarde?
Neyhtena acarició el rostro de su hermano mayor y su temple se apaciguó, luego Wayhkkan lo tomó por el brazo y comenzó a mover su dedo índice.
—Es cierto, deja las preguntas de lado, a un alma deshecha no se le hacen preguntas –dijo Kanki–, el alma partida no tiene respuestas, un fragmento quiere una cosa, otro fragmento quiere otra… y espera, siempre espera. –Wayhkkan armó una esfera de aire con sus manos.
—Cuando te vuelvas a armar y seas un todo… vas a encontrar la claridad, querida Abusilia –le susurró Neyhtena.
Beasilia se incorporó cabizbaja, acarició los largos y desprolijos rizos de Wayhkkan, le dio un beso a Chayhton e hizo un delicado mimo en la quijada de la niña, no se animó a mirar a Lonkkah que había exhalado un ruidoso suspiro de fastidio, la mujer navegante tomó la mano de Kanki y esforzándose por sonreír les dijo:
—Comenzaré con el aseo de las habitaciones. –Yllawie intentó decir algo, pero Beasilia se anticipó–: No te preocupes, niña, mis nietas van a ayudarme, tú y Kanki prosigan con el comedor, ya está casi todo listo, ojalá pueda acompañarnos Satynka, necesitamos todas las manos ahora que Rufanio no está.
Yllawie aprovechó el momento para recoger los elementos de limpieza y dirigirse a la sala, pasó delante de Lonkkah simulando ignorar su presencia, caminó hacia la mesa y comenzó a recoger el mantel blanco… se detuvo para acariciar sus bordados casi sin querer tocarlos, su mente comenzó a visitar tiempos pasados.
—No te entiendo –dijo Lonkkah deteniendo las imágenes que danzaban en aquella cabeza–, adoras todo lo que pertenece a su mundo, te hacen daño y… Al menos quisiera saber si así también extrañas el brazalete que te regalé, la verdad no… Yllawie, no lo entiendo.
—Y no lo vas a entender, he nacido y he crecido entre ellos, sus padres me recogieron como suya. No me hacen daño, es un juego fraternal. Ustedes son… quiero decir, ustedes llegaron después, pa-Xunnel, ma-Kanki, tus padres, tus hermanos, vos y esos maravillosos bebés… –Suspiró melancólica dándole la espalda–. Eran y siguen siendo una sola y encantadora familia. En cambio, yo… yo ya era parte de la de ellos. –Prosiguió mientras dirigía su mirada hacia la ventana–. Yo era parte de otra familia, no menos encantadora que la tuya…
—¿«Tus padres»? ¿Así te refieres a…? –reclamó ofuscado y desilusionado, era una discusión que nunca tendría fin.
—Lo siento, tienes razón, no quiero…
—Está bien, Lawy, lo entiendo, entiendo que llegamos a tu vida después, pero ¡por favor! ¡Nunca has sido parte de los mugrosos navegantes! Nosotros jamás te hubiéramos abandonado, ellos… ellos…
—Lonkkah, hemos tenido esta conversación miles de veces, es imposible que lleguemos a un acuerdo.
—Les inventas apodos, ¿Reshi… Reshi? ¡Estúpido apodo! ¿Trenzarte tus cabellos de noche y soltarlos por la mañana? ¿Crees que por tener más rizado tu cabello te vas a parecer a ellas? No son tus hermanas ni lo van a ser, ¿qué sigue? –Tomó las manos de la joven con firmeza, pero sin ejercer presión–. ¿Vas a teñir tus manos y tu rostro con carbón?
—Tienes que llevar las ovejas al pastoreo, se hace tarde, déjame terminar aquí –respondió tranquila, sus palabras la lastimaban.
—Lawy, quédate conmigo. La última vez, esa ciudad… la última vez…
—Insistes en involucrarlos, Lonkkah, deberías asumir tu responsabilidad como yo he asumido la mía.
—¿Qué culpa, Lawy? ¡Fueron ellos, lo sabes! –Lonkkah había golpeado la mesa, furioso, impotente–. Colocaron sus pócimas en nuestras bebidas y casi… ¡Quédate, por favor…!
—Lo siento, no soy como vos y no pienso lo mismo que vos, ellos no son lo que crees –insistió ella–, bebimos pencamiel y casi nos ahogamos, acéptalo.
—Está bien… –concedió frustrado, luego miró a su alrededor, pasó sus dedos sucios por el delicado mantel y sujetó las manos de Yllawie–. Adoras este salón y todo esto –dijo mirando en dirección a los libros. Suspiró abatido y después vociferó–: ¡Eso que está ahí no es tu historia!
—Vete –pronunció casi susurrando y deslizó sus dedos con delicadeza para desprenderse de su “captor”.
Lonkkah se retiró empujando una de las sillas contra el mobiliario de los libros, uno de los ejemplares se había estampado contra el suelo; Yllawie esperó a que él se retirara para acomodar aquél pequeño desorden sin dejar de mirar los libros. Beasilia le había enseñado el contenido de casi todos, su favorito era uno de los más nuevos, uno que no había cruzado los mares como la mayoría sino que había sido escrito en estas tierras, aquél cuyas páginas relataban que desde el comienzo de los tiempos conocidos, había existido una continua y casi interminable beligerancia entre navegantes y sanguinarios, razas que se auto consideraban supremas y que se respetaban como iguales; casi por la mitad, la historia narraba sobre un inesperado suceso que trazaría una nueva línea en sus destinos: una misteriosa “ola fantasma” había arrasado aquellas tierras de mar a mar y a partir de ese fatídico evento, los barcos habían dejado de arribar a sus playas, desabasteciéndolos de hombres y armas, fatal acontecimiento que condujo a los navegantes a una etapa de debilitamiento ante los despiadados ataques de sus enemigos. Ahí comenzaba el capítulo que capturaba su corazón, el que narraba cómo las nuevas generaciones de navegantes advirtieron la posibilidad de forjar coaliciones con los (sorprendentemente organizados) terrinos, precarias alianzas que luego dieron origen a “Los Pactos de Conciliación”, tratados que resultaron una vacilante, pero muy necesaria solución que no solo salvaguardó la supervivencia de los navegantes, sino que trazó un nuevo y fascinante cambio de rumbo en el destino de los terrinos.
Familia
El salón ya estaba aseado y los elementos de limpieza continuaban en las manos de Yllawie al igual que las palabras de Lonkkah persistían dañinas e intrusas en su corazón, había logrado acomodar los muebles sin poder ordenar la tempestad en su alma, quizá porque esas palabras contenían destellos de una verdad que se negaba a aceptar. Su sentido de pertenencia había sucumbido en alguna luna brillante, en una de las que traen grandes cambios; miró hacia las habitaciones y recordó sus angustiantes noches cuando de niña maldecía su “desencajado” color de piel. Volteó hacia la cocina al escuchar voces amigables y la nostalgia la condujo a pensar que desde su retorno después del abandono que había mencionado Lonkkah, todo lo que ella había considerado “su vida” parecía haberse esfumado en aquellas turbulentas aguas, como si esa niñez nunca hubiese existido. Lonkkah acababa