La última Hija de la Luna. Gabriela Terrera

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Название La última Hija de la Luna
Автор произведения Gabriela Terrera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713694



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dedos como quien intenta espantarse una mosca de la cara. Yllawie quiso retirarse–. ¡Parece que hoy te olvidaste todas las reglas! –exclamó despreciable.

      —Eleutonia, ¿me das tu permiso?

      —Toma mi pañuelo –pronunció Enufemia, con la suavidad y dulzura que caracterizaban su comportamiento, Yllawie envolvió su mano y el delicado pañuelo absorbió el resto de la sangre–. Dámelo Lawy, yo lo voy a lavar, no te preocupes.

      —Femy, la revancha va a ser como la miel –dijo Yllawie dirigiéndose a la menor de las hermanas y le sonrió antes de marcharse.

      —Maldigo el día que regresó. A estos híbridos hay que demostrarles cuál es la verdad, son cortos de aquí –vociferó Eleutonia señalando con su dedo meñique a la altura de su sien.

      —No hables así. –La reprendió Enufemia, su voz era suave y cortés–. Híbridos son los animales, no tienes por qué ofenderla y no hay que demostrar nada, no repitas las palabras del abuelo. Sin embargo, a mí me alegró que haya regresado, Tonia… ustedes eran como hermanas, ¿qué fue lo que te pasó?

      —¡Mi siempre dulce Femita! ¿Le tienes aprecio a los estorbos de la casa? –Aunque Yllawie ya no estaba entre ellas, Eleutonia insistía con sus términos despectivos pues siempre disfrutaba de robarle un adorable enojo a Enufemia–. ¿Hermanas? ¡Jamás! Fue una absurda idea de mamá…

      —No tienes por qué ofenderla, sabes que hoy es su celebración.

      Enufemia caminó en dirección a la ventana y observó a Yllawie dirigirse hacia el bebedero de los animales, veía cómo sus labios se movían intermitentemente mientras realizaba rituales con sus brazos, pero toda su atención había quedado magnetizada por la imagen de Lonkkah que enterraba algunos desperdicios, unos pasos detrás de ella, lo vio arrojar el palustre para sumarse al improvisado rito de manos de Yllawie, ambos lanzaban al aire, movimientos sincronizados con sus brazos mientras mantenían sus párpados cerrados, concentrados en algún rezo. Enufemia solo tenía ojos para él, «estoy segura de que eres tú», se repitió al verlo. Lonkkah abrió sus ojos y su mirada se incrustó en ella. Asustada, la joven giró su cabeza para asegurarse de que su hermana no había visto nada… los primeros destellos del alba se reflejaron en sus intensos ojos añiles. Eleutonia amaba esos ojos, todo verdadero navegante los tenía, también ella, aunque jamás podía verse los propios… A veces, el tímido y casi prohibido reflejo de la platería recién pulida le devolvía retazos de su fisonomía: delicada piel negra, prominentes labios, destellos de mar en el iris de sus ojos, abundante cabellera enmarañada... Solo retazos, ningún reflejo pudo mostrarle jamás el marco completo.

      —¿Qué sucede, Femy? Se te cortó la respiración –sentenció Eleutonia, indiferente a los exaltados sentimientos de Enufemia, intentó acercarse a la ventana, pero se encontró ante la firme resistencia de su hermana impidiéndole el paso.

      —Está bien, Tonia, no necesitas explicarme. –Enufemia solo quería alejarla de la ventana.

      —¿Te enojaste porque la traté así…? Hermanita, no te molestes, de seguro ma-Kan… de seguro su abuela le preparó su desayuno de festejo y tendremos que comernos esa porquería. –Su hermana la miraba sin ninguna expresión–. ¿Qué? ¡Es verdad!

      —No estoy enojada.

      —¡Femy! –exclamó sin mirarla a los ojos. Se acercó hacia su dulce acusadora, le recogió sus negros cabellos rizados y susurrándole al odio, le dijo–: No te enojes, no recordé lo de su celebración.

      Sí lo recordaba, como también sabía cuánto significaba para Yllawie las promesas y aquel delicado caracol que siendo niña había encontrado alguna vez en las playas de rocas; Yllawie lo había “sentido” bajo sus pies y supo dónde buscarlo siguiendo los susurros, voces que Eleutonia nunca escuchó. Sin embargo, la niña navegante se lo había apropiado, considerándolo suyo por derecho, por su Estirpe de Mar y porque aquél mismo día, Yllawie había desaparecido “tragada” por las olas. Años más tarde, después de su misterioso regreso, ambas decidieron guardar en él, inocentes juramentos rubricados con sus cabellos entrelazados, ofreciendo promesas de fraternidad según los mandatos de un viejo y antiguo rito navegante. Con el tiempo, aquél caparazón nacarado demostró ser un inútil representante de una inexistente hermandad, frágil y endeble, un vínculo que intentó forjarse en una época de transformaciones y utopías, ese lazo (como el caracol) no era inquebrantable y lo que resguardaba, no fue eterno.

      —¿Qué es este desastre? –preguntó Regildo irrumpiendo en la habitación de sus primas, de un solo salto, se había arrojado sobre de la cama.

      —Reshi, ten cuidado, no traes calzado y en el suelo hay… –atinó a decir Enufemia, pero él ya lo había advertido.

      —¿Por qué lo llamas así? –manifestó Eleutonia–. Es apodo de…

      —¡Me encanta cuando mi dulce prima me llama así! –dijo sonriente guiñándole uno de sus ojos a Femy mientras extendía su mano hacia los pedazos esparcidos al lado de la cama. Levantó uno y continuó–: ¿Acaso es la “coraza de las promesas”? –Y sonrió burlón.

      —Te gusta ese apodo porque la terrina te lo dio –vociferó Eleutonia molesta.

      —Tú también lo usabas –respondió él, su encantadora sonrisa se había esfumado– y un día, de la nada, lo olvidaste… ahora crees que es despreciable, en cambio para mí Reshi es…

      —Vamos a desayunar –lo interrumpió Eleutonia–, hoy debemos preparar el estómago, hay comida para puercos. –Volteó y observó las miradas inquisidoras de su hermana y de su primo–. ¿Qué...? Hoy están insufribles los dos.

      El nacimiento de Yllawie había ocurrido en alguno de los días de “Sol Flamante”, época del año en la que los campos se llenan de flores y el clima cálido acaricia las colinas al amanecer, estación de la flor de sacua’oche, por eso, su celebración debía festejarse antes de que iniciara “Sol Ardiente”, el bimestre de los días más largos. En esta ocasión se trataba de un doble festejo, Yllawie retornaba a los trabajos de las huertas después de muchos años, Kanki había adornado el salón con la flor favorita de su nieta amparada, aquélla con la que su propia madre solía embellecer la pequeña casilla donde vivían y de lo cual, Yllawie no tenía recuerdos.

      Apenas ingresados al salón, el perfume de vainillas y almendras los embriagó. Enufemia inspiró aquel fascinante aroma, sus labios mostraban una luminosa y sonriente felicidad.

      —Yo también hago lo mismo, querida nieta, adoro esta esencia –expresó Beasilia mientras se dirigía hacia su asiento.

      —Buenos días, Abusilia –le dijo Regildo rodeándole el cuello con sus brazos.

      —Ya pueden sentarse –ordenó impaciente Serjancio–, llevamos tiempo esperándote, Beasilia.

      Ambas familias habían adoptado la costumbre de aguardar respetuosos a que Beasilia diese el primer paso para comenzar. Serjancio observó los lugares vacíos, en especial el de su izquierda e intentó comentar algo, pero su esposa se anticipó a lo que sea que hubiera estado por decir.

      —No es a mí a quien deben esperar hoy –aclaró la mujer al tiempo que, con un delicado ademan, les otorgaba permiso para sentarse.

      —¡Buena mañana para todos! –exclamó entusiasmada Yllawie–. Perdón por el retraso, Abusilia, es que…

      Serjancio la interrumpió arrastrado la silla para incorporarse y de esta manera, hacer notar su evidente malestar, pero no era la tardanza el motivo de su fastidio, a su entender, su esposa merecía respeto en el trato, el cariñoso mote de “Abusilia” solo estaba permitido a sus nietos, una de las tantas reglas que cada familia se había comprometido a respetar. Carraspeó vigorosamente tapándose los labios con la palma de su mano abierta, Eleutonia sonreía detrás de una fina servilleta. Lonkkah giró su cabeza para mirarla desafiante y altanero, intentando controlar toda su ira en sus puños cerrados cruzados detrás de su espalda.

      —Compartimos