Название | La última Hija de la Luna |
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Автор произведения | Gabriela Terrera |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878713694 |
—¡Sí… y un día vas a ser mi novia! ¿No verdad, Yllawie? –dijo Chayhton, serio y convencido de una respuesta afirmativa.
—¡Esos profundos ojos son míos, solo míos! –Sonrió Yllawie–. De nadie más…
Kanki los invitó a tomar sus lugares en la mesa, ellos se ubicaron entre Yllawie y Lonkkah, obligando a éste (y a Eleutonia) a desplazarse tres lugares, en dirección a Beasilia, quien también tuvo que deslizar su asiento hacia su marido, visiblemente molesto por casi toda la situación. Wayhkkan extendió sus manos sobre los alimentos, los demás soltaron sus cubiertos e hicieron una pausa, era su rito personal en el que solicitaba el permiso de los animales que habían brindado sus cuerpos como alimento, agradecía a la tierra-madre por su generosidad y se comprometía a honrarlos en su propio cuerpo, su mano derecha iba hacia la mesa y su mano izquierda regresaba a su pecho. Kanki, Yllawie, Lonkkah y los niños realizaban el movimiento con él, «soy parte de ustedes, ustedes son parte de mí» repetían en silencio durante sus rezos. Enufemia le sonreía a Yllawie, alguna vez le había confesado que, internamente, sus manos también acompañaban el ritual, el resto de su familia quedaba casi por fuerza, en un respetuoso mutismo.
—Permiso, voy a colocarme un paño frío en la mano –dijo Eleutonia una vez finalizado el rito. Serjancio bajó su cabeza en dirección a las manos de su esposa, mirándola sin mirar, ella se puso de pie para acompañar a su nieta.
—Voy contigo, Tonia, vayamos a cortar sábila para tu mano. Femy, ¿vienes? –preguntó su abuela casi susurrando.
Enufemia no había demostrado ningún interés en acompañarlas, estaba disfrutando de su desayuno, era el único y preciado momento del día en el que podía estar cerca de Lonkkah, aunque nunca cruzaban una palabra y él quizá jamás notara su presencia, ella le había declarado a Yllawie que siempre esperaba esos escasos instantes para guardarlos y encerrarlos en su corazón.
—¡Enufemia, acompaña a tu abuela! –ordenó Serjancio que también quería encontrar alguna excusa para retirarse de la mesa. La joven se vio obligada a levantarse, cabizbaja (furiosa) pidió permiso para abandonar la sala. Yllawie tapó sus labios con la servilleta y carraspeó casi sonriendo:
—Femy, lo había dicho, te había dicho que iba a ser dulce como la miel –murmuró Yllawie y sonrió.
Enufemia le devolvió una mueca casi imperceptible, no pretendía quedar en evidencia ante su abuelo, al retirar la mirada del rostro de Yllawie se encontró con los inexpresivos ojos de Lonkkah dirigidos hacia ella, por segunda vez en el día, esos magnéticos ojos verdes le cortaban la respiración. Regildo cubrió gentilmente el desayuno de su prima sin mirar a su abuelo, sabía que estaba desafiándolo y disfrutaba de hacerlo.
—Chayhton intentó trepar más allá de las cuevas –soltó Neyhtena como un balde de agua fría recién extraída. Todos enmudecieron–. Wayhkkan lo siguió… yo quedé protegiéndolos desde abajo –dijo mientras realizaba lo que ella llamaba su “señal de protección”, las yemas de sus pulgares tocaban las puntas de sus dedos mayores.
—Yo soy fuego y rocas en la montaña –les recordó Chayhton con templanza–, los collados no van a vencerme nunca y él es el sagrado –dijo señalando a su hermano–, la tierra-madre no lo va a dañar, la tierra-madre le pide permiso para amanecer y los animales despiertan después de tu primer bostezo, ¿no verdad? –Wayhkkan asintió con su cabeza. Luego chocaron los nudillos de sus meñiques sin mirarse, justo por delante de la nariz de su hermana que se había ubicado entre ellos–. Dicen que fue un pu’rumá que quiso devorarlo al nacer… ya sabemos que lo que haya sido, no logró su cometido, ¿no verdad, hermano? –Wayhkkan descubrió su cuello para dejar ver la delgada cicatriz que le atravesaba la piel a la altura de su garganta–. Ella te protegió –continuó Chayhton señalando a su hermana con una cuchara–, ella es la mística que te protegió y nos protege, como siempre lo va a hacer.
—Somos los de los ojos de… Los hijos de la montaña, los invencibles –dijo Neyhtena y giró a su derecha para darle un beso en la mejilla a Chayhton y luego giró a su izquierda para hacer lo mismo con Wayhkkan.
Kanki carraspeó con firmeza… los tres soltaron sus cubiertos y dejaron de masticar, la niña aún tenía sus cachetes inflados por la comida que acababa de meter a su boca justo después de su último comentario.
—Están en problemas y no me canso de decirles –masculló Yllawie entre dientes.
—Sus nombres no les otorga poderes y cometiendo esas torpezas no los honran ni honran esta tierra ni mucho menos respetan lo que ustedes significan para los nuestros –clamó Kanki.
—¡Ay, por favor! –increpó Serjancio en señal de hartazgo–. No tengo por qué escuchar esto, “hijos de la montaña”. Vamos, Regildo, preparemos un poco de tocino y huevos en la cocina, ya fue suficiente.
—Abuelo… yo… –balbuceó su nieto, pero el resto de las palabras no aparecieron.
—Está bien, Reshi, puedes retirarte, debes ir con tu abuelo. Tenemos que terminar este embrollo familiar de los triniños… otra vez –lo excusó Yllawie.
—Ma-Kanki, todo estuvo delicioso –dijo Regildo tomando la mano derecha de la mujer para besársela.
—¿Y a mí? –gritó sonriente Neyhtena levantando su pequeña mano.
—Todo un placer, aparte… no quiero que me embrujes –Regildo recogió con gentileza su manita y se la acercó a sus labios.
—¡Jamás te voy a hechizar, sos mi caballero! Ahora a Yllawie… besa la mano de Yllawie.
Lonkkah se puso de pie interponiéndose en su camino:
—Niños, ma-Kanki no ha terminado de hablar, la han interrumpido groseramente –dijo sin dejar de mirar a Regildo.
—Hijo, ¿puedes sentarte? –intervino Kanki acariciando los cabellos despeinados de Lonkkah–. Tienes razón, no he terminado. Regildo, ve con tu abuelo, sos muy amable, pero ahora tengo que arreglar unos asuntos con los niños. –Y se le acercó para devolverle un dulce beso en la frente.
—Permiso, ma-Kanki, niños… –dijo con amabilidad y se despidió realizando un ademán de cortesía con su cabeza.
—Regildo, devuélveselo –exclamó sonriente Neyhtena– o dámelo a mí, yo lo guardo.
Él detuvo su marcha sin voltear, pero continuó caminando dubitativo hacia la cocina, sorprendido.
—Lonkkah, ¡por favor! Debes dejar de actuar así, él no es el enemigo –pronunció Yllawie con rigor.
—¡Nadie lo es! –interrumpió Kanki–. Nadie es nuestro enemigo, lo que hacen ustedes tres… eso sí lo es, están desafiando a nuestro futuro. Mis hijos y toda la generación de últimos padres y madres se están esforzando para que esta conciliación funcione junto a los padres de ellos –dijo señalando en dirección a la cocina–, aun así, sabemos… sabemos que todos ellos están esperando nuestra decadencia, esperan pacientes que todos y cada uno de nosotros… –No lo pudo decir, esas palabras quemaban en su garganta.
—Ma-Kanki, no llores –dijo Chayhton–, no vamos a desaparecer, míranos… somos la predicción que todos intentan ocultar, tenemos los ojos de cenizas –susurró, aunque la tonalidad de sus ojos era lo más alejado al grisáceo de las cenizas o al opacado brillo de algún cristal.
—¡Basta, Chay! ¿De qué hablan todos, futuro? ¿Qué futuro…? –gritó exasperado Lonkkah–. Nacimos condenados, navegantes que llegaron a estas tierras para arrasarlo todo y sanguinarios todavía más devastadores que nos aniquilaron sin piedad. Nuestra estirpe es… ¿qué es? Unos y otros nos odian, la violencia fue entre ellos y eso es lo que somos para ellos, una consecuencia denigrada. Y para colmo de todos los males, dicen que una Hija de la Luna nos ha condenado, eso es lo que somos, una raza sin origen y sin…
—¡No!