La última Hija de la Luna. Gabriela Terrera

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Название La última Hija de la Luna
Автор произведения Gabriela Terrera
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878713694



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energía; antes de desembocar en el mar, sus aguas se bifurcaban para transformarse en dos gigantescos brazos protectores que envolvían a Refugio del Mar y era precisamente en este tramo final de su recorrido, donde navegantes y sanguinarios habían perecido durante los permanentes conflictos originados a partir de La Llegada, de ahí lo sombrío de su nombre. El puente que comunicaba con los riscos, una formación natural de roca maciza, conducía a las instalaciones del Apartamiento, construcciones de piedra donde habían habitado antiguos clanes, devenido en cubiles de aislamiento para alojar (bajo supervisión de la Escolta del Mar) a los alborotadores del orden o a aquellos incumplidores de las nuevas leyes de La Conciliación; los dos puentes restantes eran magnificas construcciones de los primeros navegantes.

      Según su región de origen y a medida que iban ingresando, las caravanas se conducían por algunos de estos accesos para dirigirse al marcado principal donde depositaban sus productos y mercancías, este proceso se realizaba durante toda la noche previa a las jornadas de intercambio; después de una exhaustiva evaluación de la mercadería, las familias recibían créditos plasmados en numerosas y diversas piezas de metal que solo tenían valor por esos días y en Refugio del Mar. Inútil resultaba conservarlas, pues para la próxima jornada de canjes, los metales cambiaban de forma y de color. Por lo general, todos los créditos alcanzaban para reabastecerse moderadamente y sin excesos.

      Los integrantes de cada grupo familiar conciliado, incluso los que vivían en Refugio del Mar, dividían sus tareas para abarcar y conseguir la mayor cantidad de insumos: herramientas, ropa elaborada en la ciudad, calzados, alimentos primarios y eventualmente, alguna que otra reliquia sobreviviente de los tiempos de La Llegada. Muchos de los oficios fueron aprendidos y transmitidos en la ciudad: la fabricación y maleabilidad del vidrio, la herrería, los telares o el curtido de cueros de cabras y ovejas, pero ningún artesano había logrado igualar en calidad y belleza, aquéllos exquisitos productos que alguna vez habían arribado en los barcos desde el mar. Una mítica ola fantasma había arrasado estas tierras devorando todo cuanto quiso, llevándose muchas vidas y destruyendo casi toda edificación navegante. Extraordinarios y valiosos secretos se perdieron entre sus aguas, desde los trazados y conocimientos sobre construcción de grandes barcos y navíos hasta registros escritos de su historia y sus viajes. Los navegantes y terrinos sobrevivientes recomenzaron casi a ciegas y a tientas la restauración de las regiones, y así coexistieron como huérfanos recién nacidos que debieron aprender a establecer la cimentación de una nueva forma de vida.

      —¡Hola vieja… alegras mi alma! –exclamó Kemmel, rodeó a su madre con sus brazos y la mantuvo apretada contra su pecho unos instantes–. ¡Te he extrañado, ma, y mucho…! ¿Cómo ha estado el camino?

      —Cansador, hijo mío, muy cansador –respondió Kanki, exhausta.

      —¡Hija mía! Ven aquí y dale un gran abrazo a tu madre –dijo sonriente Taymah desde el umbral extendiendo sus brazos en dirección a Satynka, pero su espontánea felicidad se vio opacada al notar la extrema delgadez en su hija. Kemmel también había borrado su sonrisa.

      —Mamá, estoy cansada –respondió Satynka, pero no hubo necesidad de más explicaciones, su madre ya había tomado el pequeño bolso y, presurosa, la acompañó al sanitario.

      La creciente ciudad había perfeccionado interesantes sistemas de distribución de agua dulce, preexistentes de las primeras construcciones, los cuales permitían a los habitantes contar con diferentes y estratégicos centros de provisión de agua al alcance de la gran mayoría de los hogares; también se habían desarrollado necesarias y muy útiles redes de canales internos que permitían desechar el agua utilizada en las casas, cada familia era responsable de mantener el cuidado y la higiene de las diferentes infraestructuras.

      —Mamá… tengo que contarte. –Satynka no pudo emitir una palabra más, su llanto comenzó a provocarle intensos espasmos que preocuparon a su madre.

      —Ya lo sé, hija. –Taymah intentó tranquilizarla mientras le colocaba un paño húmedo en la nuca.

      —No, ma… sabes una parte, quiero contarte todo.

      —¿Quieres contarme… que esperas un hijo? –dijo su madre y Satynka vio oscurecerse todo a su alrededor, las paredes de la habitación se derrumbaban entre nubes de sombras, un sudor frío trepó por su espalda, sus labios no dejaban de temblar–. Solo hay una inquietud en mi corazón, ¿cómo estás? –Taymah amaba a su hija, su salud y su bienestar eran prioridad.

      —Mamá… antes de visualizar la ciudad, comencé a sangrar… mamá… ayúdame por favor.

      —¡Hija…! ¡No… por favor…! Se supone que, si llevas un hijo navegante, estas cosas… –Taymah comenzó a perder el control que había tratado de mantener hasta ese momento.

      —No lo sabemos, mamá, perdón, mamá, perdón por todo…

      —Voy a llamar a ma-Kanki –exclamó aquella mujer que podía sentir su corazón fragmentado–, no te preocupes, hija, estamos aquí para ayudarte, ¿alguien más lo sabe?

      —Rufanio –dijo escondiendo la mirada–, por eso… por eso queríamos… me dijo que me llevaría con los merdanes…

      —Aparte de él –la interrumpió su madre disgustada.

      —No… creo que Neyhtena sospecha algo, ella era la única que quería que viniese… ma, te necesito… no te enojes… vos no –dijo y las venas de su cuello delataban el inmenso esfuerzo que hacía para no agitarse.

      Kanki entró en la habitación y cerró todas las aberturas, excepto la ubicada arriba del gran ventanal, por aquella hendidura ingresaba una reparadora brisa marina. Las mujeres se miraron en silencio, Kanki colocó la pequeña caja de madera sobre la mesa al lado del farol y comenzó a sacar diferentes recipientes, tomó la botellita envuelta en un trapo negro.

      —Esto me ha dado Ney –dijo la abuela de espaldas a ambas–. Ney… ella me preguntó si… –Giró dubitativa, sus ojos verdes lucían terribles, apresados en una inmensa incertidumbre.

      —¿Qué sucede? ¿Qué te preguntó Ney? –Quiso saber su nuera.

      —¿Si los merdanes ya te han revisado?

      —¿Qué…? Ma-Kanki, no –respondió Satynka sin poder mirarla a los ojos–. Todo se precipitó aquélla noche que Yllawie quiso… pero no, ¿por qué, qué sucede? –preguntó con el poco aliento que le quedaba.

      —Atiende bien, desde tus… encuentros con Rufanio, él o sus primas… han intentado darte algo para comer o para beber –dijo Kanki mientras manipulaba los frascos de la caja de madera.

      —No… no recuerdo… –Satynka miró su desprolijo bolso donde había arrojado las nueces.

      —¿Qué ocurre, qué tienes ahí? –preguntó su madre.

      —Beasilia… Yllawie –balbuceó la confundida joven–, Beasilia me envió unas nueces...

      Taymah se dirigió al bolso y hurgó desesperada sin comprender lo que ocurría, encontró el pequeño envoltorio y se los dio a Kanki.

      —¿Qué sucede, ma-Kanki, que sucede…?

      —Aún no lo sé, solo sigo instrucciones de la niña, ya sabes cómo es. –Kanki vertió unas gotas del contenido del pequeño frasco sobre una de las nueces, ambas miraban absortas sin saber qué debían ver, sentían el aroma agridulce que expelía la botellita–. Yo no veo diferencias, me dijo que me iba a dar cuenta, yo… yo te juro que aunque lo intento, muchas veces no sé de qué habla Neyhtena… o lo que intenta decirnos.

      —Mamá… –dijo Satynka, las sábanas comenzaron a teñirse debajo de su entrepierna–. No… no me siento bien…

      Su abuela y su madre corrieron a asistirla, Kanki sabía cómo ayudarla, solo debía continuar confiando en las instrucciones de Neyhtena y utilizar las mezclas que había preparado Wayhkkan.

      Danhola ya dormía exhausta en el cuarto de las visitas, su hermano Xukey,