Название | Ajijic |
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Автор произведения | Patricio Fernández Cortina |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078676637 |
»Sí, dirán ustedes que estas palabras son verdades conocidas, pero el problema es que las olvidamos. Vamos por la vida como si nunca nos fuéramos a morir, ¡oh, Séneca!, papando moscas como se dice en México. Hoy más que nunca, miremos el camino, dejemos nuestros vicios, abramos nuestra mente, pongamos nuestra atención y nuestras fuerzas en la búsqueda de un sueño, aunque pueda parecer imposible, porque de ello dependerá que nuestros logros, por pequeños que parezcan, sean una satisfacción y no una derrota.
»Recuerdo que siendo niño mi abuelo me regaló un puño de billetes nuevos. Me fascinaba su olor y la suavidad al tacto, la tersura del papel y la firmeza de los sellos aún no desgastados por las manos del comercio. Dinero que daba pena gastarlo de tan bonito. ¿A manos de quién pasarían esos billetes, y a qué lugares irían a parar cuando fueran intercambiados en las transacciones?, pensaba. Sería maravilloso poder acaparar todos los billetes nuevos, pero era absurdo porque con el tiempo se devaluarían hasta valer menos que el papel que los contenía. Y así es como funciona la vida: si no se gasta, se pierde. Se devalúa, se añeja y carece de sentido.
»La vida de cada uno es como un billete nuevo, ya sabrá cada quien si lo gasta o lo guarda. La vida es breve como el silencio entre cada suspiro. Debemos gastar cada momento en la búsqueda, no sea que nos ocurra como aquel de quien hablaba Eliseo Diego en su poema Se están yendo: “Da pena estar así, como no estando”.
»Crucemos los ríos y los mares que nos esperan allá afuera, en nuestra propia odisea, hacia adelante, siempre adelante. Cada tarde es la vida, o la muerte. Ahí donde se unen dos eternidades: el pasado olvidado y el futuro anhelado, como pensaba Carlyle».
En ese momento, el hombre de la última silla se llevó las manos a la cabeza, se cubrió la cara y se frotó la frente y las mejillas. Luego deslizó sus manos sobre el cuello, restregándolo varias veces. Cerró los ojos y comenzó a balbucear: «debo hacerlo, debo hacerlo».
Niágara guardó las hojas del discurso en la bolsa interior de su chaqueta, mientras todos se levantaban de sus sillas aplaudiendo y brindando con sus copas.
—¡Lo que nos queda por vivir! —dijo uno.
—¡Salud! ¡La vida es breve! —exclamó otro, chocando su copa de vino con los que estaban alrededor.
Ava, que ya estaba en ese momento al lado de Niágara, había traído desde la terraza una bonita guitarra de Paracho y se la entregó a Sugar, que estaba sentado junto a Patti en la primera fila. Refiriéndose a todos, dijo:
—Tenemos para ustedes una sorpresa esta noche.
Luego, mirando a Sugar, le dijo:
—Canta, Sugar, canta.
Los invitados se volvieron hacia donde estaba Sugar y dieron fuertes aplausos.
—¡Sí, que cante! —dijeron a coro.
Patti, que se había puesto de pie junto a su marido, lo besó y en voz alta y visiblemente alegre le habló de esta manera:
—Lovely, lovely, lovely… Sugar!
Sugar rio y le devolvió un beso en la frente, acariciándole las trenzas y sus cabellos sueltos.
Entonces Patti, aún más emocionada, casi cantando y emulando una súplica, le dijo:
—Sing, sing a song… Sing out loud!
Sugar asintió con la cabeza. Volteó su silla hacia la concurrencia y se sentó, colocando la guitarra sobre su pierna derecha. Tomó su pipa con la mano izquierda, se jaló las barbas blancas con la mano derecha, y con esa misma mano sacó de la bolsa de su pantalón un encendedor con el logotipo de los Yankees. Hizo arder con el fuego el tabaco en el hornillo de la cazoleta. Fumó, sin dejar de sonreír. Luego tomó la guitarra, la acercó hasta su cara y olió el perfume del cedro, recordando la casa de la infancia, las calles de su ciudad, la primera sensación del amor atrapada en las ramas oliscas de los árboles de la juventud. El viento le mecía las barbas y los cabellos blancos. Dejó su pipa en una pequeña mesa que estaba a su lado, y dijo:
—¿Saben?, todavía no he podido cantar y fumar al mismo tiempo.
Se escucharon las risas, así como el tintineo de las copas mientras los invitados iban tomando de nuevo sus lugares para escucharlo cantar. Posó de nuevo la guitarra sobre su pierna y comenzó a tocar ante el silencio respetuoso de los invitados. Cantó un par de canciones y cuando la luna se mostraba plena en lo alto, comenzó a rasgar con el pulgar las cuerdas de la guitarra, diciendo estas palabras:
—Esta noche Niágara nos ha hablado sobre una de las grandes verdades de la vida, de nuestras vidas, y hay canciones que las han proclamado también, como esta que he escuchado desde que yo tenía un poco más de treinta años, y que dice así:
I have climbed the highest mountains
I have run through the fields
only to be with you
only to be with you… I have run I have crawled
I have scaled these city walls
only to be with you.
But I still haven’t found
what I’m looking for…
Los convidados comenzaron a cantar a coro con Sugar, llevando el ritmo de la canción con apacibles aplausos, meciendo las estrofas, sin opacar la música que provenía de la guitarra, engrandeciéndola como si las voces fueran elevándose como plegarias al cielo. Las lámparas de los árboles del jardín se mecían también con el viento, y Sugar cantaba utilizando el recurso del falsete:
—I have spoke with the tongue of angels
I have held the hand of a devil
it was warm in the night
I was cold as a stone… I believe in the Kingdom come
Then all the colors will bleed into one…
But yes, I’m still running.
But I still haven’t found what I’m looking for…
El hombre misterioso se puso de pie y se recargó contra el tronco del tabachín que se levantaba sobre sus enormes raíces. Miraba atónito a Niágara. Escuchaba a Sugar cantar. Miraba las raíces del árbol y luego levantaba la vista hacia la fronda que se extendía en lo alto del cielo infinito. Volvía a mirar las raíces. ¡Qué importantes eran las raíces! Seguía el ritmo de la melodía con movimientos cadenciosos de su pie derecho, pronunciando como un susurro cada una de las estrofas de la canción. Iba invadiéndole la emoción desde el estómago hasta el rostro, y cuando fueron cantados los versos …you broke the bonds, and you loosened chains, carried the cross of my shame, of my shame… But I still haven’t found what I’m looking for, el hombre se estremeció, entornó los ojos y le brotaron las lágrimas. Se tomaba con el índice y el pulgar las mejillas y lloraba sentidamente, sostenido por el árbol, y una y otra vez golpeaba el suelo con su zapato repitiendo los versos que le provocaban tan hondas tristezas. Sugar, que ya había advertido la presencia del hombre, al ver que lloraba dejó de cantar, y todo quedó de nuevo en silencio. Los invitados se volvieron y lo miraron con curiosidad. Ava se acercó hasta él, y tomándolo del brazo, le preguntó en su precario español:
—¿Está usted bien?
—No es nada —contestó—. Esa música me ha fascinado toda mi vida. Me emociona. Le pido que me disculpe. Me ha invadido un súbito recuerdo y no he podido evitarlo.
Los invitados se preguntaban unos a otros quién sería aquel extraño hombre. Sugar dejó con cuidado la guitarra recargada en la silla, tomó su pipa y se puso de pie. Mientras