Название | Ajijic |
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Автор произведения | Patricio Fernández Cortina |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078676637 |
El hombre asintió.
Toda vez que la música había terminado abruptamente, los invitados comprendieron que la velada había llegado a su fin y comenzaron a dirigirse hacia la puerta del jardín. Niágara y Ava fueron a despedirlos, dejando a Sugar y al extraño visitante solos debajo del tabachín. El hombre miraba al suelo, como si estuviera meditando.
De pronto, dijo:
—Debo irme.
Sugar le buscaba la mirada, mientras fumaba su pipa, pero el hombre seguía concentrado en el suelo sin levantar la cabeza.
—Quédese usted un momento —dijo Sugar—, a mí me gusta permanecer un rato en esta casa maravillosa después de las veladas. Niágara y yo somos buenos amigos. Nos gusta sentarnos en la terraza a conversar, acompañados de un caballito de tequila. Hoy es un día en el que no me siento especialmente impaciente. Vamos a la terraza y ya se tranquilizará usted.
El hombre no opuso resistencia y juntos fueron caminando hacia la terraza, desviándose Sugar un poco para tomar la guitarra que había dejado recargada en la silla. En cuanto estuvieron en la terraza, Sugar se volvió hacia el hombre y le preguntó:
—Y dígame, ¿cómo se llama usted?
—Mi nombre es Bob.
En ese momento aparecieron Ava, Niágara y Patti.
—Miren, él es Bob —dijo Sugar a los demás.
—Sea usted bienvenido —le dijo Ava con su modo amable de hablar.
—Sí, bienvenido, Bob —completó Niágara el recibimiento.
Patti lo saludó con un gesto, y Ava, dirigiéndose a ella, le dijo:
—Darling, dejemos a los señores que conversen en paz. Ven, vamos a la sala y tomaremos un poco de té y petits fours. Tengo muchas cosas que contarte.
Las señoras siempre hablaban en inglés entre ellas y cuando estaban con sus maridos o con los lakesiders. Por su parte, Sugar y Niágara si bien hablaban en inglés cuando estaban solos, es verdad que cuando se encontraban con alguien del pueblo lo hacían siempre en español. Era asombroso que, a pesar de que no era su lengua, la hablaban con gusto, mostrando con ello el cariño que sentían por Ajijic y por la gente que los había recibido tan amistosamente.
Al quedarse solos los tres en la terraza, Sugar rio, como siempre que se sentía a sus anchas, se jaló las barbas, se ciñó la boina y mirando a Bob, le dijo:
—Y bien, ¿usted de qué va? ¿Qué le acongoja?
Bob miró a Sugar, luego a Niágara, carraspeó la garganta y de modo respetuoso, aunque un poco afectado, les dijo a los dos:
—Les pido que me hablen de tú, soy menor que ustedes y les debo respeto.
Sugar soltó otra carcajada y mirando a Niágara le suplicó:
—¡Sírveme un tequila, que me han hecho sentir viejo!
—No es eso, señor —aclaró Bob.
—Oh, no es nada —contestó Sugar, riendo de nuevo y dando una palmada en la espalda a Bob—. Yo era mucho más viejo entonces y soy más joven que eso ahora, ya lo dijo Bob Dylan en My Back Pages, así que no te preocupes.
Bob se quedó pensativo con lo que acababa de escuchar, y Sugar rio de nuevo a carcajadas. Niágara fue a la cocina por el tequila. Luego Sugar exclamó:
—Está bien, está bien, nosotros te hablaremos de tú. ¿De acuerdo?
—Sí, señor.
—Son muy formales los jóvenes adultos de Ajijic, Niágara —gritó Sugar para que Niágara pudiera escucharlo.
Abrió la noche estrellada y cantaban los grillos. Desde la terraza podía contemplarse el hermoso jardín gracias a que Niágara había encendido las luces que iluminaban los árboles desde las raíces, y las plantas eran bañadas por la luz de unos faroles que sobresalían detrás de los helechos. Niágara volvió de la cocina con una charola en la que llevaba tres caballitos, una botella de tequila, una hielera, tres servilletas, tres vasos medianos y un plato hondo con cacahuates enchilados y charales fritos, además de una botella de agua mineral. La dejó sobre la mesa, y antes de que les ofreciera un trago, Sugar le dijo:
—Oye, Niágara, cada día es más bello este jardín. No creo que seas tú quien lo cuida. Hace tiempo que no pasan Ava y tú por el vivero, tengo unas azaleas preciosas que le vendrían muy bien al muro del fondo —dijo señalando con el índice un punto del jardín, riendo divertido.
—La verdad es que Ava es quien se ocupa a conciencia —dijo Niágara—. Yo le ayudo como puedo. Tú sabes que las plantas y los árboles de La Floresta parecen ser su vida, así que yo estoy a lo que ella ordene. En eso tiene más afinidad contigo que conmigo. Le recordaré mañana de ir al vivero para que nos muestres las plantas.
Bob los miraba sorprendido por el buen español que hablaban. Entonces les dijo:
—Ustedes hablan muy bien nuestro idioma, ¿cómo lo aprendieron?
—Mira, muchacho —se anticipó Sugar—, la verdad es que yo me defiendo, pero Niágara es especialista. ¿No es así, my friend?
—Es verdad —contestó Niágara—. Lo que sucede es que yo trabajé durante años en una editorial en Ontario, que tenía una sección especializada en literatura hispanoamericana, y además realicé estudios a distancia en la Universidad de Harvard con la colaboración del Instituto Cervantes de Madrid, en un programa estructurado bajo las ideas de George Ticknor, el pionero del estudio de la historia de la literatura de lengua española en los Estados Unidos. Eso me permitió hacer algunos trabajos de traductor, nunca como los de Aurora Bernárdez, claro, pero aceptables para la editorial. Así que conozco, casi al dedillo, a todos los autores de lengua española, desde Cervantes, Quevedo y Lope de Vega hasta los más notables del siglo veinte, y todavía hoy vivo prácticamente inmerso en mi biblioteca siguiendo la pista de esas bellísimas letras. Ava y yo decidimos venir a vivir a Ajijic, hace alrededor de diez años, porque en una de mis visitas a la Feria del Libro de Guadalajara tuve la oportunidad de asistir a una presentación de una novela que tuvo lugar aquí en Ajijic, y quedé fascinado con la belleza de este lugar.
—Es usted un erudito, señor. ¿Conoce La Renga? —preguntó Bob emocionado.
—Oh, desde luego que la conozco. Aunque es pequeña, es muy bella, y tiene libros interesantes. El librero es un joven ambicioso, me refiero en sentido literario. Respecto a mi erudición, te diré que soy ahora un hombre retirado. No me gusta hablar de erudición, sino de conocimiento, y ese solo se obtiene trabajando. He leído por años a los autores del boom latinoamericano y disfruto mucho la lectura de los libros de Rulfo, Arreola, Yáñez, Azuela, Gutiérrez Vega, Alfredo R. Plascencia y tantos más. Ahora mismo trabajo en un ensayo sobre escritores más actuales de Jalisco y lo estoy disfrutando mucho. Solo trabajo para mí, y por fortuna tengo todo el tiempo del mundo para hacerlo en este lugar que me resulta ideal para el trabajo.
Después de escuchar lo que Niágara acababa de decir, Sugar miró a Bob y recordó el incidente de La Renga, pero no dijo nada, pues quería esperar un momento propicio durante la conversación. Niágara ofreció a sus invitados las bebidas y botanas que había traído de la cocina, diciendo:
—Los vasos son para el agua, que va de chaser, por favor. ¿O prefieren también una cerveza? El tequila no se mezcla, eso sería una afrenta a los productores.
—Toma uno —le sugirió Sugar a Bob.
Bob miró la charola y los caballitos de tequila, pero ignorando la invitación de Sugar, dirigiéndose a Niágara, le dijo:
—No bebo. Ya no bebo, quiero decir.
Niágara y Sugar se miraron. No dijeron nada. Luego dijo Bob:
—Le agradecería un