Más allá de las caracolas. Marga Serrano

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Название Más allá de las caracolas
Автор произведения Marga Serrano
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164776



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aunque no había dejado de mirarlas durante toda mi disquisición «pantuflo-enciclopédica», y pensé: «Pues igual que lo he conseguido con el agua, puedo intentarlo con el fuego».

      Y me puse a ello. Fijé mi vista en los troncos ardiendo e intenté sentirme llama… Sentirme llama… Soy la llama…

      Cuando desperté, estaba amaneciendo y en la chimenea solo quedaban rescoldos. No recordaba haberme sentido fuego, ni llama, ni flama, ni lumbre, ni brasa… vamos, que ni siquiera cerilla. En ese momento lo único que sentía era un dolor enorme en las cervicales, por lo que deduje que me había fusionado con algún contorsionista.

      Pero no vayan a pensar ustedes que por ello me desanimé. De eso nada. Tenía la seguridad de que el análisis de mi experiencia con el agua estaba bien planteado y aclaraba, de momento, todas mis interrogantes. Así que pensé que tendría que practicar más veces o que quizás no había dado resultado por el cansancio, pero mi disposición a seguir investigando y avanzando por aquel camino era total.

      SALIR DE LA HIBERNACIÓN

      En cuanto a mis sentimientos, no quise ni escudriñarlos. Me había sorprendido que alguien hubiese despertado mi curiosidad hasta el punto de hacerme pensar de nuevo en el amor. Habían pasado algunos años desde mi última experiencia amorosa, que, para colmo, no había terminado muy bien, lo que, unido a la edad que me iba llegando sin haberla llamado, me hizo retirarme del mercado y dar por finiquitados mis escarceos y coqueteos seductores. Cerré aquella etapa de mi vida y me dediqué a confraternizar más con mis amigos, ir a conciertos, al cine, leer y trabajar. Una vez atendidos estos quehaceres, no me quedaba tiempo para mucho más.

      En esos últimos años había conocido bastante gente nueva, pues seguía teniendo una vida social muy activa, pero nunca conocí a nadie que volviese a hacerme sentir aquella chispa mágica y primaveral que nos hace salir de la hibernación en la que de vez en cuando todas las personas entramos. Por eso, andaba yo tan tranquilamente por la vida, sin pensar ya en esas zarandajas, y de pronto, cuando menos lo esperaba, en una aldea de cincuenta personas al otro lado del globo me tropiezo con un rostro, con unos ojos, con una mirada que me conturba, que desarma mi sentido común y que convierte mi mente en un caos del que no sé muy bien cómo voy a salir. Pero no les voy a engañar, en el fondo me hacía sentir la vida con más fuerza que nunca. Siempre había oído decir que el amor no tiene edad, ni color, ni conoce barreras, pero mi edad y, sobre todo, la diferencia con la de ella sí que suponían para mí una barrera, una muralla psicológica, pero muralla al fin y al cabo. Y aunque me hacía ser más consciente de la vida y me había sacado de mi letargo amatorio, me resistía. Me resistía hasta el punto de pensar que empezaba a estar un poco senil, que aquello no era posible, y empecé también a sentir que aquellos sentimientos rozaban el ridículo. Así que, como ya he dicho, opté por no darle más vueltas. «¿Quién sabe?», me dije. «A lo mejor es un calentón repentino y se me pasa sin más».

      Estaba ordenando un poco la cocina, después de haber desayunado, cuando oí que llamaban a la puerta y tanto Tao como Greta no paraban de dar saltos y ladridos. Abrí, secándome las manos con un paño de cocina, y allí estaba ella.

      —Buenos días —dijo mientras acariciaba a mis perros.

      —Buenos días —respondí sonriendo e, intentando aparentar tranquilidad, me aparté de la puerta invitándola a entrar.

      —Hace una semana que no te dejas ver. ¿Otra vez te escondes?

      «¡Vaya!», pensé, viendo cómo se diluía mi tranquilidad. «No te andes por las ramas, tú directa».

      No le respondí. La invité a sentarse, preparé una infusión de hierbas, las mías tranquilizantes, y me senté frente a ella. Estaba jugando con Greta, y Tao se le había subido encima. Tomó el cacillo con la infusión y me miró un poco seria.

      —No pretendo inmiscuirme en tu vida, pero no he vuelto a verte desde que tuviste tu experiencia y solo quiero saber si estás bien. Quizás quieras hablar de ello, cualquier cosa menos esconderte. Sabes, en el fondo de tu corazón lo sabes, que no debes temer nada. Estoy aquí para ayudarte, para que tu camino sea más fácil. —Hizo una pausa y continuó—: Pero si no quieres mi ayuda, si no quieres continuar lo que has comenzado, dímelo y desapareceré. No volveré a molestarte.

      Consiguió asombrarme y, a la vez, desarmarme de nuevo. No sabía a qué se refería con lo del camino, aunque en el fondo lo intuía. Entonces, sin pensarlo, me levanté, me senté junto a ella y le conté todo lo que había sentido (sobre la experiencia, se entiende), todas las preguntas que me había hecho y las conclusiones a las que había llegado, sin obviar el intento fallido de la noche anterior con el fuego. Esto último la hizo reír mientras me miraba con expresión divertida.

      —No es tan fácil. La verdad es que es bastante difícil conseguirlo. Lleva mucho tiempo y hay que practicar mucho.

      —Entonces —respondí con extrañeza— ¿por qué lo conseguí el otro día si era la primera vez que lo intentaba?

      —Porque estabas conmigo. Mi energía mental potenció la tuya y te ayudó a experimentarlo.

      —¡Caray! ¿Qué quieres decir con eso? —pregunté un poco mosca y, tengo que reconocerlo, poniéndome en guardia, pues aquello ya no me gustaba nada.

      —Tranquila, no temas. No he violado tu mente ni tu consciencia. Nadie puede hacer eso si tú no quieres. Nadie puede forzar tu voluntad, incluso aunque te hipnoticen, si tú no quieres. Solamente en algunos casos determinados, si se tiene miedo… El miedo es lo único que podría abrir la puerta de tu mente a influencias o invasiones externas.

      —Entonces ¿qué has querido decir antes?

      —El otro día quise mostrarte el poder y la fuerza de los pensamientos. Quise que comprobaras que la mente, con un aprendizaje y preparación, siempre que haya disposición y deseo para ello, puede llegar a dominar la energía mental humana, modificándola y transformándola en cualquier otro tipo de energía presente en la naturaleza. Ello nos permite entrar en contacto directo, de una forma similar a la ósmosis o simbiosis, con todo lo que existe. Porque todo lo que existe, ya sea materia, conciencia, pensamientos, sentimientos o sueños, en el fondo no es más que pura energía, manifestándose de diferentes formas. Solo hay que saber conectar con ella. Y eso fue lo que tú lograste el otro día. Conectaste con el agua y sentiste su poder, porque en aquel momento tú frecuencia energética era la misma que la del agua.

      —¿Y haces eso con todas las personas que conoces? ¿Toda la gente del pueblo sabe también llegar a ese punto?

      —No, no toda la gente del pueblo domina esa técnica. En realidad, la dominan muy poquitos. No todo el mundo está capacitado o ha llegado al nivel mental y espiritual necesario para lograrlo.

      —Sí, pero no me has respondido. ¿Haces eso con todas las personas que conoces?

      Antes de que llegase su esperada respuesta sentí de nuevo la mirada profunda de sus ojos, pero esta vez no conseguí apartar los míos, aunque la verdad es que tampoco lo intenté mucho. Sencillamente, la miré y me dejé llevar por una catarata de sentimientos que sentía precipitarse desde mi cerebro hasta eso que llamamos «corazón» para después inundar cada una de mis células, lo que se tradujo en una paralización absoluta de mis pensamientos. No podía pensar, era incapaz de pensar en nada… Solo sentí que mis ojos habían entrado en los suyos, buscando con ansiedad el camino de su corazón. Necesitaba saber quién era realmente aquella mujer, lo que sentía en su interior, pero en un momento fuertemente intuitivo me di cuenta de que era yo, únicamente yo, quien me había vuelto a desnudar por dentro, ofreciéndome totalmente a ella a través de nuestras miradas. Me invadió una sensación de mareo y de repente, para terminarlo de arreglar, sentí que tomaba mis manos y elevando una de las suyas acarició mi rostro. En ese momento su cálida voz me trajo a la realidad.

      —Yo puedo responderte, pero ¿estás tú en disposición de querer oír realmente mi respuesta?

      Sus