Название | Más allá de las caracolas |
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Автор произведения | Marga Serrano |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416164776 |
—Buenos días —saludé intentando mirar su cesta, las hierbas, las nubes… Cualquier cosa, menos su rostro.
—Buenos días —respondió—. ¿Por qué te escondías?
«¡Caray con la curandera!», pensé. «¿Es que también tiene ojos en la nuca?».
No sabía ni qué decir y, lógicamente, dije una tontería:
—No, no me escondía. Es que no quería molestarte.
Dio dos pasos, se puso delante de mí, me miró (ahí sí que no pude evitar mirarla) y me sonrió socarronamente:
—Anda, ven conmigo, acompáñame… Algo aprenderás. Y no te había visto, pero te han descubierto tus perros —remató tras una breve pausa mientras me escrutaba con sus profundos ojos.
Ya no pude pensar ni «caray con la curandera» ni nada parecido. Simplemente, la seguí.
La marcha-lección duró casi dos horas. Puedo decir que me enseñó muchas cosas sobre las hierbas que iba recogiendo, pero puedo asegurar que no aprendí nada, al menos en aquella primera salida que nunca olvidaré. Mi pensamiento no estaba para lecciones de botánica. La verdad es que mi mente se había quedado suspendida en el aire y se había perdido por el camino. Yo trataba de razonar y tranquilizarme, pero ni por esas. Solo la miraba de reojillo, o de soslayo si lo quieren un poco más fino, pero mi agitación interior iba en aumento y aquella voluntad que había puesto en marcha los días anteriores para no verla, para tratar de olvidarla, se había convertido en una nube blanca que flotaba sobre mi cabeza, pero ajena completamente a mi necesidad. Y hasta me dio la sensación de que se había aliado con la «recogehierbas» para burlarse de mí.
De camino de vuelta y ya a la vista de la aldea, Nina hizo un alto en sus lecciones y se sentó sobre una piedra, indicándome que me sentase a su lado. Me temblaban hasta las canillas y seguía sin recoger mi mente y mi nube, pero me senté. ¿Qué otra cosa podía hacer? Me di cuenta, con la escasa capacidad de pensamiento que me quedaba, de que a pesar del desasosiego y la inquietud que me producía su presencia, a pesar de mis miedos, me gustaba su compañía, me gustaba que me hablase, me encantaba mirarla cuando ella no lo hacía y continuaba excitándome tremendamente su cercanía. De repente aquel barullo de mi cabeza se paralizó al sentir su mano sobre mi hombro.
—Aunque ya te oí en la asamblea, ¿exactamente por qué has elegido este lugar para vivir? —preguntó.
Y aquella simple pregunta fue como un extraño bálsamo que, tras obligarme a responder buceando en los recuerdos de mi mente, me hizo recuperar esta y, al ir narrando cómo había ido a parar allí, retomé el control de la nube que bailaba sobre mi cabeza.
Me escuchó en silencio y, tras mi relato y una breve pausa, me miró y señaló con su mano el océano.
—Antes me has dicho que te gusta mucho el mar, pero que lo temes y te fascina. Ahora me gustaría que siguieses mis palabras, que te relajases. Intenta no pensar en nada, solo déjate llevar por mi voz… Concéntrate en la superficie del océano… Sumérgete en él… Permite que te lleven las olas… Siente su fuerza y su poder… Fúndete con el agua, siéntete agua… Tú eres agua… Tú eres las olas… Tú eres el océano… Tú eres su poder… Tú eres la vida…
Giré mi cabeza hacia ella y la miré con extrañeza, pero su mirada no era escudriñadora ni penetrante. Era una mirada serena y dulce, que me invitaba a seguir su voz. Sonrió y volvió a señalarme, allá abajo, el gran océano. Y me dejé llevar. Total, no tenía otra cosa que hacer. Tengo que decir que, sin mucho convencimiento, me dejé guiar por su voz, que repetía una y otra vez aquella letanía. Fijé la vista en un punto de aquel azul intenso. Después miré las olas que, una tras otra, acababan con más o menos ímpetu en la playita, para volver a mirar el océano, nuevamente las olas, la playa, el acantilado, hasta que poco a poco me fui serenando y dejando la vista fija en un solo punto. Intenté mentalmente sumergirme en el agua, me imaginé nadando en aquel precioso tono azul hasta sentir que ese azul llenaba todos los resquicios de mis pupilas. Solo veía el color azul, no veía nada más. Me pareció que flotaba con aquel color rodeándome y me entregué totalmente, sin resistencia, sin pensar en nada. Ni siquiera recuerdo si en aquellos momentos seguía oyendo su voz…
La siguiente percepción que tuve es que ya no flotaba en el color azul, sino en el agua, sentía el agua. Me dejé llevar por el agua, me sumergía una y otra vez en ella, me envolvía. Sentí como una especie de mareo, de torbellino líquido que me arrastraba, y noté una paz inmensa. No sentía mi cuerpo, solo sentía el agua, simplemente era agua, era el fondo del océano y era la superficie, era agua, era ola… Me invadió una gran fuerza y un poder que me llenaba, pero que no conseguía dominar. De repente un miedo irracional me sacó bruscamente de aquel océano y me hizo volver a la realidad.
Tardé unos cuantos minutos en superar mi sensación de mareo y en darme cuenta de dónde estaba. Me encontraba aturdida y me resistía a creer lo que me había sucedido y, lo que es peor, seguía teniendo miedo. De nuevo sentí su mano sobre mi hombro, pero no logró que me tranquilizara. Me levanté y me alejé unos pasos de ella.
Había hecho a lo largo de mi vida muchos cursos de distintos tipos de meditación, de control de la mente y cosas similares, y al realizar algunos ejercicios típicos había tenido leves experiencias de vislumbrar otra realidad más allá de nuestros sentidos racionales, pero nunca había experimentado algo tan fuerte y tan impactante.
Ella se quedó sentada, mirándome sonriente, y me indicó que me sentase de nuevo a su lado. La tranquilidad, poco a poco, fue volviendo a mí y con ella la consciencia de lo que había sucedido. Sorprendentemente, volví a recuperar mi mente, mi nube, y con ellas mi seguridad. Fue otra sensación extraña, porque me di cuenta de que, aunque seguía produciéndome un dulce desasosiego, estaba en condiciones de comunicarme con ella. Era como si lo que acababa de experimentar hubiese facilitado superar mi etapa de balbuceo y se hubiese establecido un vínculo de comunicación que iba más allá de lo verbal. Un vínculo espiritual. Me acerqué, me senté otra vez a su lado, la miré y conseguí sonreír:
—No más lecciones, por favor. Por hoy ya he tenido bastante.
Tomó una de mis manos entre las suyas, me miró con esa mirada que me traspasaba y me sonrió con una expresión entre ternura, comprensión y una pizca de socarronería seductora. No sabría si esta descripción, sobre todo la última palabra, se acercaba a la verdad o era más bien fruto de mi deseo, que, a pesar del susto, seguía latente en algún rincón de mi calenturienta mente. Aunque también sospechaba que su ternura socarrona se podía deber a que se había percatado de la turbación que me producía, lo cual me causaba, si cabe, mayor azoramiento.
—No pensé que lo conseguirías la primera vez, pero veo que no me he equivocado contigo y que puedes empezar el camino —afirmó un tanto enigmática.
A pesar de que sentía que había establecido con ella un vínculo de comunicación digamos energética, por llamarlo de alguna forma, notar el contacto de sus suaves manos y tenerla tan cerca revolucionó de nuevo mis neuronas y supongo que mis hormonas, a pesar de que pensaba que estas últimas se habían ido de vacaciones hacía tiempo. Tuve que cerrar los ojos para poder vencer el fuerte deseo de abrazarla. Seguro que se dio cuenta… Hoy sé que se dio cuenta, así que, sin soltar aún mi mano, se levantó, cogió la cesta y caminamos hacia la aldea. Total, que entre sensaciones neuronales, hormonales y demás «cacaos mentales», no me detuve a pensar en el significado de su última frase y, por lo tanto, no pude preguntarle a qué camino se refería.
Al llegar a mi casa no me dio opción a llegar a la puerta. Se colocó frente a mí, me dedicó una de sus seductoras sonrisas, me acarició una mejilla, me dio un beso en la otra y me deseó que pasase un buen día mientras yo hice un esfuerzo enorme para no colgarme de su cuello y besar su boca.
Tardé una semana en volver a encontrarme con ella. La verdad es que lo evité, pues