Название | Más allá de las caracolas |
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Автор произведения | Marga Serrano |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416164776 |
—Sí, lo entiendo. No quiero ni imaginarme cómo habría acabado todo esto si llega a oídos de algún empresario turístico sin escrúpulos que solo piensa en el beneficio. Habrían destrozado la costa y no sé qué hubiera sido de la aldea. Gracias por haber confiado en mí. Te aseguro que seré una guardiana más de esta maravilla. Y gracias también por esta sorpresa y por haberme regalado estos dos mágicos días.
Nina me miró sonriente, se levantó, se quitó la ropa y se dirigió al estanque:
—Ven, agradécemelo en el baño.
La seguí y nos zambullimos en el agua. Nadamos unos minutos y volvimos a tumbarnos en la rampa.
—¿Sigues teniendo hambre? —preguntó Nina con una sonrisa burlona e incitadora.
—¡Ah! Pensé que no quedaba más queso —respondí riéndome mientras comenzaba a juguetear con mis manos sobre su cuerpo y sentí las suyas sobre el mío. Cuando volvimos al amparo del fuego estábamos casi agotadas. Nos secamos, volvimos a añadir dos troncos, nos preparamos otro par de infusiones y nos metimos en los sacos.
—Nina, tengo un par de preguntitas antes de dormirnos —dije con voz un poco mimosa.
—¿Solo dos? Venga, pregunta.
—Antes has citado un Consejo de los Mayores. Nunca os he oído mencionarlo.
—Ya has visto que todo lo concerniente al día a día de la aldea o cualquier problema que surge se resuelve democráticamente en asamblea, y has comprobado también que la fraternidad está fuertemente arraigada. Pero hay algunas cuestiones delicadas, como, por ejemplo, lo concerniente a este entorno, que hay que tratarlas en otro ámbito, porque nuestra responsabilidad para salvaguardar ciertos asuntos prevalece por encima de cualquier otra consideración. Y es ahí donde son necesarios la actuación y el liderato del Consejo de los Mayores, las siete personas más ancianas de la aldea.
—Muy interesante. No conocía la existencia de ese Consejo. Supongo que, por la edad, tu madre es una de ellas.
—Sí, Yanira lo preside. ¿Quién crees que pidió al Consejo que permitiese que tú conocieses la gruta?
—¿Lo pidió tu madre? Pensé que lo habías decidido tú.
—Yo se lo sugerí, pero ella no lo habría pedido, por muy madre mía que sea, si no hubiese comprobado que eras digna de confianza.
—¿Y cómo ha podido saberlo? Tampoco hemos hablado mucho.
—Hummm… Con Yanira… prácticamente no necesitas hablar.
—¡Vaya! Ya sé de quién eres alumna aventajada. Al final vais a hacerme sentir como una bacteria a la que analizáis por el microscopio. —Solté una carcajada mientras le hacía la segunda pregunta—: He visto el comienzo de otras dos galerías en esa pared de enfrente. ¿Adónde llevan?
Nina sonrió, pero se quedó callada. Yo respeté su silencio. Ella acarició mi mejilla.
—Las dos desembocan en otra serie de grutas similares a esta. Algún día haremos también esa excursión.
Entendí claramente su respuesta. El conocimiento de aquellas otras grutas pertenecía a otro escalón que aún no me correspondía subir. Pero algo muy importante para ellos debía de existir allí para que, después de haber ganado su confianza para conocer esa caverna, no me considerasen preparada para conocer grutas similares.
Cuando nos despertamos después de haber dormido plácidamente, en la hoguera solo quedaban rescoldos y la luz entraba con fuerza por los orificios de la roca, lo que nos indicó que la lluvia había cesado y el sol acariciaba los acantilados.
Nos levantamos, nos dimos el último chapuzón en la poza y le pregunté qué cualidades tenía el agua, pues me notaba la piel y el pelo mucho más suaves que de costumbre.
—Lo del reuma de ayer, aunque te lo dije bromeando, es verdad —respondió Nina—. Estas aguas son muy buenas para todo tipo de procesos reumáticos y para enfermedades de la piel.
Tras juguetear un rato entre la cascada y el estanque, recogimos las cosas, así como la ceniza y otra basura, y nos dirigimos al pasillo que conducía a la laguna donde estaba la zódiac. Puse en marcha el motor y Nina la condujo por el canal hasta su desembocadura en el océano. El sol lucía en lo alto y nuevamente me sobrecogí de admiración al contemplar los acantilados, los farallones, los pasillos y las formas extrañas que el agua había ido esculpiendo en las rocas. Parecía que la propia naturaleza se había encargado de ocultar la entrada de la galería, ya que esta solo se veía tras haber traspasado los dos primeros farallones, que parecían los guardianes de aquel entorno.
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