Название | Más allá de las caracolas |
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Автор произведения | Marga Serrano |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416164776 |
—¿Te vale esta? —preguntó mientras me clavaba sus ojos.
Aquel beso acabó con mi diversión. Me di cuenta de dónde me estaba metiendo con mis coqueteos. El temor despertó de nuevo mis fantasmas mientras trataba de asimilar su directa y estimulante provocación a la vez que iniciaba otra cobarde retirada.
—¿Dónde decías que te acompañase? Lo digo porque se nos va a hacer tarde.
—¡Qué sutileza! —dijo Nina tras soltar otra carcajada—. Anda, vámonos, pero algún día tendrás que dejar esas inútiles huidas.
Ya no respondí. Caminé flotando junto a ella hasta llegar a una pequeña tiendecita, varias calles más allá de la plaza. Era una de esas tiendas típicas con hierbas, ungüentos y jarabes, así como talismanes, muestras de minerales, velas, inciensos y caracolas. Tenían esas enormes caracolas que tanto me habían fascinado en casa de mis abuelos.
Tras presentarme a una pareja de agradables viejecitos, Paola y Jorge, que atendían el establecimiento, observé que saludaron muy cariñosamente a Nina, quien sacó de su bolso algunos tarros con hierbas y unos cuantos frascos con jarabes, que les entregó. Mientras los tres hablaban, yo me movía por aquel pequeño espacio curioseando la diversidad de los artículos que, perfectamente colocados en las estanterías, se ofrecían a los posibles compradores. Tenía en mis manos una de las caracolas y, sin poder resistir su atracción y la llamada de mi recuerdo infantil, me la llevé al oído. Estaba intentando conectar con alguna sirena de las profundidades, de aquellas que recordaba del libro de mi abuela, cuando sentí que la sirena terrestre, detrás de mí, rodeaba con sus brazos mi cintura y acercaba su boca a mi oreja libre.
—¿Aló? ¿Dígame?… Mmm, creo que no hay cobertura.
A pesar de que estaba en situación de alerta, esperando en cualquier momento algún que otro gesto burlón de provocación y coqueteo, consiguió sorprenderme, pues mi mente estaba en aquel momento en la alcoba de mi abuela, de donde salí bruscamente al sentir sus brazos, sus labios rozando mi oreja y, sobre todo, el contacto de sus pechos en mi espalda. Me quedé completamente inmóvil, incapaz de reaccionar, pero a la vez deleitándome con la cercanía de su cuerpo. Tras unos segundos, solté una risa nerviosa. Nina también se rio, pero no se movió, y yo tampoco. Mi cuerpo se negaba, mi mente se olvidó por un momento de aquello de la edad y mis duendes danzaban como locos dentro de mi estómago. Tras varios segundos más, dejé la caracola en la estantería y puse mis manos sobre las suyas, intentando eternizar aquel instante. Nina se apretó más contra mí, o me apretó más contra ella, y yo acaricié sus manos a la vez que sentía una leve sensación de mareo. Finalmente, sentí sus labios recorriendo mi cuello y, lentamente, me volví sin que ella dejase de rodear mi cintura con sus brazos… Y en ese momento maldije, supongo que ella también, el ruido de las campanillas indicando que alguien había entrado en la tienda. Un poco perezosamente nos separamos mientras nos besábamos con los ojos y el deseo nos envolvía en una burbuja invisible.
Aquel tintineo rompió la magia del momento, aunque cuando salimos a la calle tras despedirnos de Jorge y Paola, que habían salido de la trastienda al oír la campanilla, fui consciente otra vez de mis recelos y agradecí que lo hiciera. Caminamos en dirección a la plaza, aún dentro de aquella burbuja, de la que yo intentaba salir con toda mi fuerza de voluntad y raciocinio. Nina me cogió de la mano y yo entrelacé mis dedos con los suyos, pero después, suavemente, me solté y sin decir una palabra llegamos a la biblioteca.
Mientras el joven que atendía al público, principalmente estudiantes, tras un pequeño mostrador con un ordenador encima cogía mis tres libros y tomaba nota de la devolución, nos miramos. Nina me sonrió con ternura y susurró muy despacio:
—Cuando la magia es verdadera, siempre vuelve.
La voz del bibliotecario me salvó, porque no sabía ni qué responder. En realidad, no estaba en disposición de hacer ni decir nada. Por un lado, me sentía enormemente feliz. La deseaba como nunca había deseado a nadie anteriormente, maldije la interrupción de la tienda justo cuando iba a besarla y deseaba que volviera a surgir una nueva ocasión. Pero, por el lado contrario, mi mente racional y cobarde volvió a entregarse a mis miedos. De nuevo la barrera de la edad, de nuevo mi pensamiento obsesivo de que aquello no tenía ninguna posibilidad, porque pensaba que lo de Nina no era más que un capricho que solo me haría sufrir. En aquel momento, sentí lo que llamamos tiempo de una manera espantosa, así como una soledad y una tristeza tan profundas que no pude evitar un conato de lágrimas.
Nina se dio cuenta y fue ella la que respondió al joven. Le pidió el fichero de títulos y, tomándome del brazo con delicadeza, me llevó hasta una mesa, donde nos sentamos para elegir los libros que quería llevarme. Mi desplome emocional hizo surgir mi orgullo racional y conseguí reunir fuerzas para sobreponerme: «Solo me faltaba ponerme a llorar para terminar de hacer el ridículo», pensé con rabia y con un nudo en la garganta.
Y aunque me costó, logré mirar el fichero y elegir, casi al azar, otros tres títulos. En ese momento me daba igual, solo quería pasar el trámite y salir a la calle aunque esa salida no solucionase nada, puesto que, lógicamente, ella iba a salir conmigo. Al acabar de escribir en el formulario el título de los libros que quería, Nina, consciente de mi vulnerabilidad y mi tristeza, no dejó que me levantase. Me cogió las manos y me miró, esta vez muy seria. Sentí la energía de sus ojos penetrar en los míos y, tras unos segundos, de la manera más desconcertante, sentí, poco a poco, que la serenidad iba entrando en mi interior mientras me dedicaba una sonrisa tranquilizadora y tierna.
—Tenemos que hablar de muchas cosas, pero no ahora ni hoy. Dentro de un par de días, con calma. No debes tener miedo de mí… ni de ti. No debes tener miedo de nada, porque el miedo es lo único que puede obstaculizar tu avance y puede impedir que seas feliz. Si una persona permite que el miedo se apodere de ella, se vuelve vulnerable. El miedo descontrola y bloquea la mente. Si analizas la historia, comprobarás que el miedo es una de las formas de opresión mental más utilizadas para someter, oprimir y tiranizar a los seres humanos. Tienes que dominar y vencer tus miedos. Yo puedo y quiero ayudarte, pero por mucha ayuda que recibas eres tú, solamente tú, quien tiene la opción de elegir el camino que quiere seguir.
Yo la escuchaba y alucinaba un poco con sus palabras, ya que, por un lado, me parecía que estaba respondiendo a mis temores y dudas internas y, por otro, me parecían un poco enigmáticas, como si hubiese algo más que no alcanzaba a descifrar del todo.
Tras una breve pausa, sin dejar de mirarme fijamente, continuó.
—Solo tú puedes elegir si quieres sufrir o quieres ser feliz. Si quieres anclarte en tus paralizantes y absurdos miedos o si prefieres entregarte a la vida y permitir que la vida te llene. Si quieres permanecer en tu mundo, que tú crees seguro, o abrirte a lo que el destino te vaya ofreciendo. Si quieres pasar por esta vida como un ser tibio, incapaz de realizar acción alguna, o, por el contrario, implicarte en tu microcosmos y hacer que la energía fluya. Si quieres que tu raciocinio encierre tu corazón en una cárcel o consentir que tu corazón libere tu mente. Si quieres amar a través del deseo de un ego posesivo y egoísta o deseas entregar y recibir el amor desde la libertad y el respeto. Solo tú puedes elegir —terminó diciendo mientras acariciaba dulcemente mis manos.
Acaricié las suyas. En ese instante sentí que me invadía una inmensa ternura que consiguió calmar mi desasosiego y restaurar de alguna forma mi seguridad. Le sonreí.
—Gracias… Lo siento… Pensarás que soy más infantil que cualquiera de los niños de la aldea.
Me miró, volviendo a mostrar su encantadora sonrisa.
—Por si no te has dado cuenta, me encanta eso que tú llamas infantilidad. ¡Ojalá fuésemos todos un poco más infantiles! ¿Sabes por qué me encanta? Por la sencillez, la sinceridad y la naturalidad que encierra. Así que me gustaría que tú fueses aún más infantil para que dejases fluir tu espontaneidad como lo has hecho hace un momento en la tienda. Los niños fluyen, los adultos esconden. Y me gustaría que tú no escondieses nada.
—Hummm… Solo puedo prometerte que lo