Más allá de las caracolas. Marga Serrano

Читать онлайн.
Название Más allá de las caracolas
Автор произведения Marga Serrano
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164776



Скачать книгу

algo. Los problemas no se diluyen como el humo, pero cualquier solución que imaginaba no incluía resolver mi conflicto emocional, sino taparlo, hundirlo, silenciarlo, cualquier cosa menos exteriorizar claramente mis sentimientos. La barrera de mis 65 años lo impedía.

      Sin embargo, no quería perderla, no quería que desapareciese de mi vida o que se convirtiese en una extraña. Al menos intentaría recuperar su amistad, pero no sabía cómo hacerlo. Me dijo que la buscase cuando resolviese mis conflictos internos… Pues bien, la buscaría, le pediría perdón por mi estúpido comportamiento y ya veríamos.

      Pero a continuación pensaba lo contrario, que era mejor así, que hubiesen terminado aquella lucha y aquella tensión emocional. Antes de conocerla era feliz en aquella aldea, con sus gentes, que me habían acogido con cariño, con mi vida sosegada y ordenada. Tenía que recuperar aquello a toda costa. Tenía que conseguir olvidarla y la mejor manera de hacerlo era no verla o, por lo menos, evitar un encuentro en solitario con ella. No, no podía repetir mi último desastre amoroso, ya había tenido bastante.

      Así que dicho y hecho. Puse mi voluntad en estado de alerta y llevaba ya tres días sin aparecer por el bar, evitando los lugares donde podía encontrarme con Nina. Al tercer día Amanda se pasó por mi casa extrañada por mi ausencia. Me disculpé diciendo que estaba trabajando con las fotos y leyendo algún libro que tenía que devolver a la biblioteca, y se fue tranquila después de tomarse un café conmigo. Lo del libro era verdad y además necesitaba alguno más, así que, al oírme, Amanda comentó que Miguel y ella tenían que ir a la ciudad para recoger unos encargos, por lo que decidí acompañarlos.

      LA CARACOLA

      Tras dar el paseo matutino con mis perrillos, a las ocho de la mañana me presenté en el bar, donde había quedado en que me recogerían. Estaba tomándome un café cuando llegó Amanda… acompañada de Nina. No podía creerlo. Llevaba cinco días escondiéndome para no encontrarme con ella y la tenía allí, frente a mí de nuevo. «No, no puede ser que vaya a venir con nosotros. Será que se ha encontrado con Amanda», pensé.

      Pues sí, no solo podía ser, sino que era. Mientras se acercaban a la barra, Amanda dijo que se había apuntado a la excursión. Intuí que lo hizo cuando, quizás, Amanda le comentó que había quedado conmigo, aunque posiblemente no tuviera nada que ver con mi presencia, pues Nina iba también de vez en cuando a la ciudad. Era posible que ya hubiese quedado con ella antes de ir a mi casa. «Pero no, porque de ser así me lo habría comentado», me dije. Y en esos pensamientos andaba cuando Nina se acercó, me dedicó esa sonrisa que me desarmaba y me plantó un beso en cada mejilla como si no hubiese pasado nada. No estaba enfadada…

      —Buenos días. ¿Cómo estás? Hace cinco días que no te veo.

      —Bien —respondí con desconcierto mientras me daba cuenta de la precisión de Nina sobre los cinco días que hacía que no me veía. No entendía nada. Llevaba esos días evitándola, pero a la vez con la preocupación de lo sucedido en nuestro último encuentro, y ella se mostraba como si aquello no hubiese sucedido. ¡Qué mujer!

      La llegada de Miguel cortó mis pensamientos y los cuatro nos dirigimos a la furgoneta. Amanda iba delante con Miguel, quien conducía, y justito detrás, nosotras dos. Durante el viaje, contemplaba el paisaje e intentaba no apartar la vista de la ventanilla mientras los otros tres viajeros, que no querían hacerse invisibles como yo, charlaban plácidamente. En una de las curvas, sin quererlo, o al menos sin buscarlo, mi cuerpo se fue casi encima del de Nina, rozando con mi brazo uno de sus pechos, lo que me produjo algo así como un cosquilleo eléctrico que me recorrió desde los dedos de los pies hasta el último pelillo de mi nuca.

      —Lo siento —conseguí balbucear mientras volvía a colocarme en mi asiento.

      —¿De verdad? —preguntó muy bajito Nina inclinándose sobre mi oído.

      Obviamente, no respondí, y me di cuenta de la jornada que me esperaba si, como empecé a sospechar, Nina tenía previsto divertirse a mi costa con sus devaneos seductores. Por si fuera poco, con el traqueteo de la furgoneta y las curvas, aunque me había agarrado al asidero de la puerta para no volver a irme hacia ella, era inevitable nuestro roce, por lo que mis nervios estaban ya saliendo por todos los poros de mi piel.

      Nina no solo no se apartaba, sino que parecía disfrutar, pues en cada curva hacía que el contacto fuese aún más próximo y constante. Cuando tras casi dos horas de viaje por aquella carretera, en la que era imposible meter la cuarta velocidad, llegamos a la ciudad, por un lado, respiré y por otro, habría preferido que el viaje continuase.

      Miguel aparcó cerca de la gran plaza donde los domingos se celebraba el mercado. Él y Amanda se marcharon para recoger unos encargos en dos de los comercios del pueblo y quedamos para comer en un pequeño y acogedor bar-restaurante, situado en las cercanías. Y allí, en la calle, me quedé con Nina, intentando serenar mi desasosiego para conseguir pasar el día que me esperaba y esconder como buenamente pudiera mi agitación, aun sabiendo que no me iba a servir de nada, pues tenía la certeza de que aquella mujer era capaz de captar mis sentimientos. Así que me armé de valor y procuré aparentar tranquilidad y aplomo.

      Me preguntó qué tenía que hacer yo y le respondí que pasarme por la biblioteca.

      —Si no te importa —dijo sonriendo—, acompáñame primero a una tienda y luego ya, con más tranquilidad, nos vamos a la biblioteca hasta la hora de comer.

      —De acuerdo —respondí—, pero antes quiero decirte algo.

      —Sí, dime lo que quieras.

      —Quiero pedirte disculpas.

      —¿Disculpas? ¿Por qué? —preguntó interrumpiéndome y mirándome directamente.

      —¿Por qué? —repetí en voz alta. No podía creer que preguntase el porqué—. Bueno —continué—, el otro día en mi casa me porté de una forma un tanto grosera y lo siento, de verdad que lo siento. Aunque veo que no pareces estar enfadada.

      —No te preocupes, ya sé que lo sientes, así que disculpas aceptadas. No tiene importancia. Y no, no estoy enfadada. Lo estaría si la que hubiese respondido así hubiese sido yo. Yo no soy responsable de tus palabras, así que no puedo enfadarme contigo por lo que tú hagas o digas. Eres tú quien tiene que ser consciente de tus acciones.

      —Sí, tienes razón —respondí con cierto asombro ante su argumento, pues la verdad es que siempre solemos enfadarnos por lo que hacen los demás y casi nunca por lo que hacemos nosotros mismos.

      —Además —añadió—, más que grosería, creo que fue miedo y orgullo absurdo. Y vuelvo a repetirte que tienes que solucionar tus conflictos internos. Ya te dije que no me buscases hasta que no lo hicieras.

      —Pero… hoy yo no te he buscado —repliqué con sorpresa.

      —Claro —respondió riéndose—, te he buscado yo. Pero si querías disculparte deberías haberme buscado tú al día siguiente.

      —No podía. Estaba tratando de solventar mis conflictos internos — contesté riéndome también mientras asimilaba con placer la idea de que me había buscado ella.

      —¿Y lo has conseguido?

      —Mejor no preguntes —dije con ironía.

      Ahora fue Nina la que soltó una carcajada mientras me miraba con uno de sus gestos de seducción.

      —No, si al final voy a tener que solucionarlos yo…

      —¿Tienes alguna varita mágica?

      —No la necesito.

      —¿Y qué método vas a emplear?

      Su mirada burlona me hizo ser consciente de que estaba coqueteando con ella como si, efectivamente, hubiera eliminado mis temores. Pero aquel juego me divertía y me dejé llevar.

      —Ya lo sabrás cuando llegue el momento