Название | Más allá de las caracolas |
---|---|
Автор произведения | Marga Serrano |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788416164776 |
Cuando las vi saliendo del agua no podía dejar de mirarlas. Me hipnotizaron completamente. Parecían dos sirenas emergiendo de las profundidades marinas. Ya he dicho que Lucía era muy atractiva y en bañador tenía un tipo escultural, pero Nina… ¡Dios mío! Nina me pareció una auténtica diosa. Sus movimientos y sus andares emanaban una sensualidad que casi me hace atragantarme con la cerveza que me había dado Elena. Se había soltado el pelo, que le caía mojado sobre los hombros, y caminaba erguida, con un balanceo cadencioso de sus brazos, sus piernas, sus caderas, todo su cuerpo. Y aunque en ella resultaba natural, me pareció que se recreaba en aquella cadencia rítmica mientras, lentamente, se iban acercando a nosotros. No quería mirarla, pero no podía apartar mis ojos de su figura. Cuando llegaron a nuestra altura, hicieron un comentario sobre lo estimulante del baño. Elena les acercó unas toallas. Lucía la cogió y comenzó a secarse, pero Nina puso la suya encima de mis rodillas y me miró. En ese momento creo que entré en un estado de semialelamiento. La miré con embarazo. «Pero ¿qué pretende que haga? ¿Que le seque la espalda?», pensé. Fueron unos segundos, pues sencillamente lo que pretendía era que tuviese la toalla mientras ella se retorcía los cabellos para escurrir el agua. Después, con la mayor naturalidad, volvió a cogerla y empezó a secarse el pelo frente a mí, sin dejar de mirarme. Se dio cuenta perfectamente de mi lamentable estado. La verdad es que no sabía si meterme detrás de las piedras, convertirme en otra caracola o echar a volar con las gaviotas. Consiguió que me sintiese idiota. La miré, pero no pude sostener su mirada. Intenté dirigir mi vista hacia el océano, pero mis ojos se negaban a dejar de admirarla. Allí, frente a mí, su precioso rostro, sus enigmáticos ojos, su esbelto cuerpo embutido en un bañador que dejaba adivinar unos pechos firmes, cuyos pezones, por la frialdad del agua, se mostraban igual de firmes y voluptuosos bajo la tela… Después comenzó a secarse las piernas, unas bonitas, fibrosas y largas piernas. Por un momento, me dio la impresión de que se secaba a cámara lenta. Aquel espectáculo, aunque era arrebatador, me estaba matando. Cada vez que levantaba la vista hacia su cara me encontraba de nuevo con su mirada y una sonrisa guasona, todo ello sin dejar de hablar con Elena y Miguel, que no se dieron cuenta del jueguecito, esta vez lo vi muy claro, que Nina se traía conmigo ni del estado de turbación en el que yo me encontraba.
Lucía había ido a buscar a Amanda y, afortunadamente, llegaban en aquel momento, lo que fue como una tregua que me hizo respirar.
—¿Qué te pasó antes? Casi me dio un ataque de risa —preguntó Amanda mirándome tras soltar una carcajada.
—Pues que se me olvidó la frase. Es que ya estoy muy mayor —respondí—. Y encima no te entendía cuando me la estabas repitiendo —añadí, ya con una carcajada.
—Creo que nadie se ha dado cuenta. La verdad es que habéis estado todos muy bien —dijo Nina sonriendo y diciéndome con los ojos: «Tú sabes que yo sí me he dado cuenta y tu lapsus no ha sido precisamente porque estés muy mayor».
No sé por qué, pero tengo la certeza de que era eso lo que me dijeron sus ojos… En ese momento, Amanda mencionó que la marea estaba baja y podíamos dar un paseo, bordeando las rocas, hasta la siguiente cala, que era un poco más grande. Nina iba delante de mí, aún en bañador, permitiéndome libremente su contemplación, pero sé que ella se sabía mirada. Me extasié en su espalda, que me atraía como un imán, y la imaginé tumbada sobre la arena mientras mis labios se recreaban sobre su piel. Para salir de aquella fantasía me entretuve cogiendo algunas caracolas para llevármelas.
—¿Te gustan las caracolas? —preguntó Nina, que se había puesto a mi lado.
—Sí, me gustan mucho —respondí evitando mirarla—. Sé que es un poco infantil para mi edad, pero me encantan. Es como llevarme el mar y sus misterios a casa.
—¿Te preocupa tu edad?
—No… Bueno, sí… Bueno, no demasiado… ¿Por qué lo preguntas?
—Porque apenas hemos hablado hoy y ya has hecho alusión a la edad dos veces.
—¿Ah, sí? Pues no me he dado cuenta. De todas formas, es que tengo edad —le contesté con una sonrisa mientras pensaba: «Ya me gustaría tener en este momento unos cuantos años menos y ya verías…».
—¿Y crees que tu edad es un obstáculo?
No me digan que no era como para pensar que la jodía hubiese oído también mi pensamiento.
—¿Obstáculo para qué?
—No sé, tú sabrás. Quizás para hacer realidad algún deseo… ¿Deseas algo en este momento de tu vida?
Mientras me hacía la última pregunta, se había colocado frente a mí. Me puso en la mano una caracola que había recogido de la arena y me obsequió con un gesto divertido y una sonrisa entre pícara y retadora, esperando mi respuesta. Empecé a sentir otra vez los duendes en el estómago. Sin embargo, me gustaba su juego y por unos segundos me olvidé del rollo de la edad y entré de lleno en aquel incitante desafío.
—¿Y qué crees tú que puedo desear en este momento? —respondí mirándola también con una sonrisa irónica, aunque desviando rápidamente mis ojos de los suyos.
—Ya veo que intentas escabullirte. No me puedes responder devolviéndome la pregunta, porque he sido yo quien ha preguntado primero. ¿O no quieres arriesgarte en tu respuesta?
Yo seguí en «plan gallego».
—¿Tú crees que puedo correr algún riesgo si te respondo?
—No lo sé… Depende de lo que desees, porque todos los deseos entrañan algún tipo de riesgo, aunque a veces el riesgo implica sencillamente superar los miedos. ¿Es tu caso? —Seguía frente a mí. Nos habíamos para-do o, mejor dicho, ella me impedía seguir avanzando mientras el resto del grupo se alejaba en dirección al final de la ensenada. Entonces se acercó un poco más, tomó mi barbilla con su mano y, elevándola suavemente hasta conseguir que la mirase, entró de nuevo con sus ojos en mi trastienda emocional y me preguntó muy despacio—: ¿Qué es exactamente lo que deseas y lo que temes? Quizás, si tú me lo dices, yo podría responderte si corres algún riesgo.
En ese mismísimo instante perdí el desafío. Hasta me dio una especie de taquicardia. Las piernas me temblaban un poco y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no colgarme de su cuello y besarla. En lugar de eso, inicié una cobarde retirada, por supuesto haciendo caso omiso a su clara invitación para seguir por aquel camino. La inseguridad y las dudas volvieron a instalarse en mi cerebro. Como pude, conseguí apartarme y dirigirme hacia el grupo, que venía de regreso.
De vuelta a la aldea, Nina no hizo ningún intento de caminar a mi lado, lo que fue de agradecer para que fuese tranquilizándome. Creo que Nina era totalmente consciente de mi vulnerabilidad y no quiso seguir agobiándome con jueguecitos seductores que, tengo que confesar, me asustaban, pero a la vez me encantaban. A pesar del estímulo y de la vitalidad que Nina me transmitía, no quería seguir con aquello. Temía que, si seguía por aquel camino, al final iba a sufrir. Me decía una y otra vez que era imposible que yo pudiese gustarle a Nina. Pensaba más bien que, simplemente, yo era la novedad en la aldea, Nina era una seductora nata, se había percatado de que me gustaba y comenzó su juego sabiendo que dominaba la situación, una situación que a ella le divertía muchísimo y a mí me estaba poniendo de los nervios. Era simplemente eso y yo no quería volver a pasar por una situación afectiva que, al final, volviese a dejar mi mundo emocional patas arriba como en mis dos últimas aventuras amatorias. Así que tomé la decisión de evitar involucrarme en un juego que sabía que iba a perder, con el riesgo que significaba para mi propia autoestima después de lo que me había costado recuperarla.
Habían pasado ya unos siete días cuando una mañana, en uno de mis paseos por el monte, la vi. Estaba recogiendo hierbas de espaldas a mí. Intenté esconderme tras unos árboles, pues no me sentía con la seguridad suficiente como para un nuevo encuentro,