Más allá de las caracolas. Marga Serrano

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Название Más allá de las caracolas
Автор произведения Marga Serrano
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416164776



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vuelve a mirar el fichero, porque creo que no te has enterado muy bien de los libros que has elegido.

      Efectivamente, no me interesaban para nada. Finalmente, elegí un libro de relatos cortos, otro de poesía y otro sobre las etnias más antiguas del país para ver si podía seguir la pista de la historia que me había contado Amanda, aunque sospechaba que aquel evento no figuraba en ningún libro.

      No podía creer que del estado en el que me encontraba hacía media hora Nina hubiese logrado aquel milagro. Me sentía como si hubiese salido de un ejercicio de relajación. Nos levantamos, recogimos los libros y, dada la hora que era, nos dirigimos al restaurante donde habíamos quedado con Amanda y Miguel. Durante el camino, de una forma espontánea, me cogí del brazo de Nina, quien me miró, apretó mi brazo contra su cuerpo y sonrió. Cada vez era más fuerte mi convencimiento de que aquella mujer no solo veía mi interior, sino que conseguía hipnotizarme con sus palabras. Pero era feliz. No obstante, sabía que mis miedos seguían solapados en algún rincón de mi mente. Pero allí, en aquel momento, con ella a mi lado, me sentía alegre y feliz.

      La comida fue muy amena. El local era muy acogedor; tenía un pequeño jardín en la parte posterior, donde nos prepararon una mesa a la sombra de un gran roble. Todos estuvimos bastante parlanchines, sobre todo yo, haciendo que Amanda me mirase a veces entre extrañada y divertida, pues nunca me había visto así. En algunos momentos me di cuenta de que me miraba a mí, miraba a Nina y sonreía con un gesto pícaro, como si hubiese descubierto algún secreto.

      «Solo me faltaba esto, que Amanda me someta al tercer grado cuando estemos a solas. Además, no ha pasado nada y no voy a descubrir mis sentimientos a nadie», pensé.

      En ese momento recordé las palabras de Nina: «Los niños fluyen, los adultos esconden». Sin embargo, a pesar de mi relajación, quizás demasiada, porque no me daba cuenta de que mi locuacidad era en realidad una salida al nerviosismo que tenía acumulado, no me encontraba en disposición de abrirme tanto como para llegar a exponer mis emociones, aunque fuese a Amanda. En el fondo, pensar en ello me daba vergüenza. Otra vez los fantasmas de la edad… Alejé aquellos pensamientos y me concentré en la conversación.

      Al acabar la comida dimos un paseo por la ciudad y regresamos a casa. El camino de vuelta fue bastante más distendido, aunque las curvas y el traqueteo de la furgoneta facilitaban el contacto entre nuestros brazos y piernas. A veces, aprovechando algún silencio en las conversaciones, cerraba los ojos para sentir con más intensidad la proximidad de nuestros cuerpos y no hice ni el más mínimo movimiento para separarme de ella. Nina, por supuesto, tampoco y de vez en cuando hacía que me estremeciese al sentir su mano descansar plácidamente sobre mi pierna mientras sus dedos se movían acariciándola. Volví a sentir de nuevo oleadas de deseo y adivinaba el de ella a través de sus dedos. No pude resistirme y puse mi mano sobre la suya. Nina la volvió y las entrelazamos, apretándonos aún más la una contra la otra. Así permanecimos, como dos adolescentes, hasta la entrada de la aldea.

      Miguel aparcó la furgoneta en la puerta del bar. Él y Amanda, tras despedirse, se fueron a buscar a su hija a la casa de Víctor y María. Yo me quedé con Nina, al lado del vehículo, mirándonos… Unos segundos antes de que pudiéramos abrazarnos vimos a Manuel salir del bar. Nos saludó y, en ese momento, apareció también Lucía, quien le dijo a Nina que su madre, Yanira, quería verla antes de acostarse. Otra vez se cortó mi espontaneidad. Ya no había nada que hacer. Acompañé a ambas, pues Lucía vive al lado de Nina. Al llegar se despidió de mí y entró en casa. Nos quedamos de nuevo de pie, mirándonos. Nina se acercó y nos abrazamos. Me dio un beso largo en el cuello y susurró:

      —Cuando la magia es verdadera, siempre vuelve. —Me apretó contra ella y se separó—. Tengo unas ganas enormes de besarte, pero si nos besamos ahora no podré parar y sé que tú tampoco… y tengo que entrar —dijo finalmente, señalando su puerta.

      —Sí, lo sé. Para una vez que iba a fluir… —respondí, intentando disimular con mi risa la pasión que recorría todo mi cuerpo.

      Nunca he levitado, pero creo que aquella noche, camino de mi casa, lo hice, pues sin darme cuenta ni haber sido consciente del camino recorrido, me encontré frente a mi puerta. Para tratar de calmarme un poco y dominar mi ansiedad, saqué a Tao y Greta y di un largo paseo, pero de calmarme, nada de nada. Me sentía arder por dentro. Ya en la cama, no conseguía dormir. Rememoraba, una y otra vez, todo lo que había sucedido aquel día, sobre todo el momento de la caracola. Sentí de nuevo sus labios sobre mi cuello, sus labios sobre los míos en aquella «pequeña pista» fugaz, su mano sobre mi pierna, sus dedos acariciándome… Tengo que confesar, y confieso, que solo conseguí dormirme, cerca ya del amanecer, después de masturbarme pensando en ella.

      Me levanté un poco más tarde que de costumbre. Tras una ducha que acabó de despertarme, salí con mis dos perrillos y decidí desayunar en el bar, donde, además de tortas de pan, siempre tenían algún bizcocho y galletas caseras que las familias llevaban de vez en cuando. Yo también solía hacerlo dos o tres veces al mes.

      Me encontraba exultante. Era feliz. Mis fantasmas no habían desaparecido realmente. Sabía que continuaban agazapados en algún recoveco de mi mente racional. Sin embargo, en aquellos momentos las emociones me arrastraban, impidiendo que mis temores se manifestasen. Estaba impaciente por ver de nuevo a Nina y, aunque me pasé la mañana paseando por los alrededores y volviendo al bar dos o tres veces, no coincidí con ella. Pensé que pasaría por mi casa aquella tarde, así que me senté en el jardín con un libro, del que no fui capaz de leer ni tres páginas, pero anocheció y Nina no apareció.

      Los nervios empezaron a apoderarse de mí. No lo entendía. Había estado esperando verla en cualquier momento y el día había terminado en decepción.

      «¿Por qué…? ¿Por qué no me ha buscado?», me pregunté.

      Intenté sosegarme. Algo habría pasado para que Nina no se hubiese presentado. No podía dejar que las dudas empezasen a adueñarse otra vez de mí.

      «También podía haberme acercado yo por su casa», pensé.

      La verdad es que estuve a punto de hacerlo cuando vi que anochecía y Nina no había dado señales de vida, pero recordé a su madre y no quise presentarme a aquellas horas. Pero ¿y si había pasado algo?

      «No», me dije, intentando alejar aquellos pensamientos negativos. «No ha pasado nada, porque, de haber sucedido algo, Amanda o Lucía habrían venido a decírmelo».

      En ese momento me di cuenta de que tampoco había visto a ninguna de ellas, pero Elena estaba en el bar y no me había comentado nada, así que me tranquilicé y me acosté pensando que al día siguiente encontraría la respuesta.

      Tras una noche casi sin dormir, me dirigí a desayunar otra vez al bar. Estaba Elena, como casi siempre, pero no vi a nadie más. Fui a dar una vuelta por los alrededores y alargué el paseo hasta el bosque donde nos habíamos encontrado el día de mi experiencia. Mi experiencia… Casi me había olvidado de ella aquellos últimos días. Mi estado emocional estaba tan volcado en los sentimientos y deseos que me provocaba Nina que había apartado momentáneamente de mi campo de atención la conmoción que me había provocado aquella extraña e impactante sensación de sentirme agua.

      Me senté en la misma piedra y contemplé de nuevo el océano. Quise alejar mis pensamientos de Nina y centrarme en repetir la experiencia, pero era imposible concentrarme en nada porque su imagen llenaba mi mente. Deambulé un rato por el bosque y, finalmente, regresé de nuevo con mi decepción a casa.

      Salí al huerto para mirar hacia la vivienda de Yanira, pero no vi a nadie. Entré a prepararme algo de comida, esperando que por la tarde Nina apareciera, pero la tarde pasó y nadie llamó a la puerta. Sobre las siete me di otra vuelta por el bar. Por fin, allí estaba Amanda, haciendo juegos con los niños. Nos saludamos y me senté un rato con ella, pero ni vestigios de Nina. Quería preguntarle, pero por esa tonta idea de que pudiera sospechar algo no lo hice y otra vez, con la frustración a cuestas, me fui para casa. Ya no sabía qué pensar y se había hecho tarde para acercarme a la suya. En realidad, me resistía a hacerlo, pues esperaba que ella me buscase. No comprendía, después de lo que había ocurrido, que al