Название | Damnare silentium |
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Автор произведения | Adrián Misichevici-Carp |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418996665 |
Igual que la última vez, evitó la multitud y se dio prisa hacia la casa de David. Inmediatamente comenzó a reconocer las casas de las familias judías, especialmente según sus deplorables apariencias. Fueron vandalizadas de la peor manera posible: casi todas las ventanas rotas, muebles y cosas destrozadas por todas las partes, en las paredes y las vallas todo tipo de inscripciones, una más horrible que otra.
Mientras se acercaba a una de las casas destruidas, se intensificaba el ruido proveniente del interior. Hubiera querido no pasar frente a la casa en cuestión, pero no podía evitarla. Para llegar a la casa de David, habría tenido que saltar las vallas de los vecinos. Mientras pasaba frente a la puerta rota, vio una escena que le cambió su ser, sentía que algo sucedía en su alma, pero aún no sabía qué. En una silla, debajo de una bombilla, estaba sentada una mujer que amamantaba a un niño. Su ropa era solo harapos y su cuerpo estaba lleno de moretones y rasguños. Junto a ella estaba un policía, se veía que la vigilaba, pero de ningún modo en el sentido en que la policía tiene que vigilarnos. En el suelo, aferrada a los pies de su madre, lloraba fuertemente una niña de unos tres añitos. La pobre madre sostenía al bebé que amamantaba en una mano y acariciaba la cabeza de la niña del suelo con la otra, además se veía que le estaba diciendo algo. Intentaba calmarla. De otras habitaciones llegaban sonidos terribles; alguien era golpeado sin ningún remordimiento, o incluso torturado. Las voces de los inquisidores modernos repetían continuamente: «¿Dónde escondiste el oro, parásito judío que eres? ¡Dilo, inmundo, ahora!» seguían maldiciones, golpazos, gritos de dolor y algunas palabras incomprensibles.
—¡Mira, ha perdido la conciencia, el repugnante —gritó una voz ronca—. agarradle y llevémoslo con nosotros, ahí lo dirá todo! —Se echó a reír de buena gana y en acompañamiento se le unieron algunas voces más.
Emma se quedó congelada, no se le movía ni un músculo en todo el cuerpo. Su rostro se quedó al estilo giocóndico, toda su conciencia le decía que se tapara los ojos y que huyera llorando, pero ella estaba como de piedra mirando hacia adentro. En la puerta aparecieron dos hombres, seguidos por dos más, que arrastraban a alguien por las axilas. Era obvio que se trataba del atormentado; no tenía una parte reconocible en su rostro: lleno de sangre, los ojos hinchados y morados sin poder abrirlos. El labio superior, demasiado hinchado, caía muerto sobre el inferior, que colgaba roto. De su boca goteaba sangre y era fácil de ver que no tenía todos los dientes. La ropa la tenía rasgada y empapada de sangre. Lo estaban arrastrando detrás de ellos como a un trapo inanimado, y mientras sus piernas se movían caóticamente bajando los escalones, le saltó un zapato.
—Papá, papá —gritó la niña de tres añitos mientras se apartaba de su madre, bajaba corriendo aquellos escalones—, se te cayó el zapato, ¡tendrás frío, papá! —Recogió su zapato y quiso dárselo a su padre. En aquel momento, uno de los hombres la levantó en brazos y le dijo:
—Se lo daré yo a tu padre, tú corre donde tu madre, no tengas miedo, este es un juego de adultos. —Cuando quiso dejarla en el suelo, el otro hombre de afuera, que tenía las manos libres, le gritó al policía de la casa:
—Ni mamá ni nada, la bruja viene con nosotros, ¡tírala fuera, Kurtz! ¡A esta pequeña enciérrala en la casa Ancel! Vamos más rápido, enseguida tiene que aparecer Schulman con el camión.
El hombre de la casa agarró a la pobre mujer, que todavía estaba amamantando a su bebé, de su mano libre, la levantó de la silla y la empujó escaleras abajo. Esta corrió tropezándose por toda la longitud de las escaleras y cuando llegó al final de ellas, se quedó sin fuerzas; cayó aplastada al suelo. El instinto maternal la retorció de tal manera que todo el golpe con el suelo se lo llevó sola.
—Esto ya no es normal, sois unos sinvergüenzas —gritó Ancel, cubriendo los ojos de la niña.
Los demás se reían como bestias ante la debilidad de Ancel, mientras salían a la calle. En aquel momento, el que daba órdenes la notó a Emma, que estaba como de mármol en medio del camino. Rápidamente se dio cuenta que había sido testigo de todo lo que sucedió.
—No se preocupe, señorita, son judíos, y nosotros, verdaderos patriotas, limpiamos el país.
Emma murmuró algo incomprensible, sin siquiera mover los labios, pero sintió que podía mover su cuerpo. Le dio la espalda a su interlocutor y continuó su camino, con la misma sonrisa extraña.
El líder de los arios comenzó a cantar y los demás, excepto Ancel que sostenía a la pequeña en sus brazos, lo siguieron al unísono: «Cuando la sangre judía empape los cuchillos, ¡todo irá bien otra vez! Camaradas de la SA, ¡colgad a los judíos, plantad a estos cerdos frente al paredón!»11.
Estaba amaneciendo y Emma caminaba, devastada, hacia la casa de David. No podía creer lo que había visto, le parecía que estaba en una pesadilla y quería despertar lo antes posible. Hace unas semanas, después de tal escena, habría llorado amargamente, ahora no podía. Sentía un dolor en el pecho, que la sofocaba constantemente, pero no podía llorar. Una parte de ella mantenía las lágrimas cerradas y le decía que no había llegado el momento, tenía que ver qué le pasó a su novio. Cuando estaba a solo dos casas de la de David, la vio toda destruida y quemada. Era la única que ardió hasta la fundición y sacaba una tira fina de humo. En el portón de la entrada había dos policías. Sintiendo que se quedaba sin fuerzas, avanzó con dificultad hasta un banco, donde se sentó para recuperar el aliento. Se quedó inmóvil con los codos sobre las rodillas y la cara entre las palmas de las manos, tratando de encontrar una salida a la situación. «¿Qué está pasando? ¡Despiértame Dios, más rápido, si es que estoy en una pesadilla! ¡En nuestra ciudad todos se volvieron locos! Si atacan a mujeres con niños pequeños, ¿qué le habrán hecho a David? ¡No, no puede ser verdad! Tengo que hacer algo, tengo que ser fuerte, pero primero debo averiguar dónde está y qué le pasa».
Reunió sus fuerzas y se levantó de la silla. Se dirigió resueltamente a la casa de su querido David. Al llegar al portón, preguntó a los policías:
—¿Que pasó aquí, señores?
—Vigilamos la escena del crimen. Este nido de parásitos judíos atacó a la policía anoche. No se preocupe, señorita, ninguno se escapó, dos están con nosotros y dos... —respondió uno de los policías con una sonrisa sádica, volviendo la cabeza y apuntando con la barba la casa quemada.
Más tarde, Emma intentaba recordar lo que sucedió después de la respuesta del policía, pero en vano. Recuperó la compostura, solo dos días después, en casa, en la cama. Una vez que abrió los ojos, miró alrededor por la habitación y vio a su padre sentado en una silla a su lado. Estaba pensativo con un sobre en la mano. Entonces se dio cuenta que no era ninguna pesadilla del subconsciente, era una real y terrible. Rápidamente cerró los ojos y se quedó quieta, fingiendo estar dormida...
EL HIJO DE JACOB...
Si supiera que llegaría,
siempre el hombre lloraría.