Название | Damnare silentium |
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Автор произведения | Adrián Misichevici-Carp |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418996665 |
—¡No me mires así, parásito judío, eso es lo que eres! No te debo nada, entonces no sabía quiénes sois —contestó el chaval y le golpeó con toda su fuerza en plena cara. El anciano indefenso cayó al suelo perdiendo el conocimiento, pero no fue dejado en paz. Inmediatamente fue rodeado y golpeado sin piedad.
Cuando se cansaron de machacar a dos cuerpos inmóviles, comenzaron a destruir todo lo que encontraban por la casa. Pasaban de una habitación a otra con el mismo propósito. Cuando terminaron en la planta baja, subieron las escaleras en busca de nuevas conquistas. La puerta de la habitación donde estaban las mujeres se abrió de una patada. Marta, que estaba sentada en la cama, a la cabeza de su hermana enferma, se asustó y se puso de pie de un salto. Inmediatamente fue derribada al suelo por la palma del primer nazi que había entrado, el que derrumbó la puerta. Esta se arrastró hasta su hermana y la abrazó llorando. Rápidamente le cubrió la cara, temiendo que la golpeen también. Los de la raza superior destruyeron todo alrededor, las escupieron a ambas y las insultaron de todas las maneras, pero no las volvieron a tocar más. Bajaron cantando algo patriótico y antijudío. Al pasar cerca de David, que estaba tendido junto a las escaleras, le escupieron también y salieron orgullosos de sus hechos. Afuera, pararon para fumar y beber todo lo que encontraron en la casa. Después de arrojar las botellas vacías contra las paredes, desaparecieron en la oscuridad, cantando.
En la casa, primero se recuperó David. Le dolía todo el cuerpo y no podía abrir un ojo. Levantándose lento y sin fuerzas, trataba de averiguar qué había sucedido. Cuando vio a su padre tirado en el suelo, entre los fragmentos de cristales y lleno de sangre, corrió hacia él. Balanceándose, de un lado a otro, llegó junto a Jacob. Después de unos intentos fallidos este recuperó la conciencia, pero estaba muy débil. Inmediatamente quiso levantarse y subir las escaleras en busca de las mujeres. Trató de llamarlas pero no pudo, su boca y las cuerdas vocales estaban llenas de sangre seca. Había pasado casi una hora desde que la banda de los elegidos se había ido. Ayudándose mutuamente, llegaron arriba donde ambas mujeres se ahogaban en lágrimas. Jenny se recuperó y al ver todo destrozado, su hermana golpeada, estalló en un llanto incontrolable. Marta al ver a su hermana vuelta a la normalidad, también rompió a llorar de alegría, miedo, dolor y desesperación. Una explosión de sentimientos contrarios salía a la superficie en forma de lágrimas. Los hombres las encontraron abrazadas y llorando; Marta con el ojo amoratado y Jenny con la cabeza vendada y llena de sangre. Las mujeres cuando los vieron en qué estado entraron, apoyados uno contra otro y golpeados sin piedad alguna, se levantaron y se abrazaron todos en un círculo de sufrimientos.
Lloraban todos excepto David que no tenía lágrimas. Un fuerte dilema le rompía el corazón: dejar a sus padres e irse con Emma, o quedarse con ellos y dejarla sola en la noche llena de peligros. A sus padres no los podía dejar en absoluto, estaban completamente destrozados y necesitaban su ayuda. Habría querido avisar a su novia de alguna manera que no podía irse hasta que viera a sus padres a salvo, pero era imposible. Una vez sacados del foso de los leones podría haber escapado, pero en aquella situación era inimaginable. Sufría a causa de la impotencia que sentía más que por las heridas en todo el cuerpo. Tras ordenar un poco la habitación, dejaron descansar a los padres y empezaron, junto a Marta, a recoger los fragmentos de vidrio y los restos de objetos destrozados por toda la casa. Barricadaron la puerta destruida con la ayuda de la mesa de madera maciza y se fueron ellos a descansar un poco.
—¡Para aquí, esta es la última! —gritó Fritz señalando la casa de Jacob—. Nos quedan estos y podemos anunciar que tenemos una ciudad limpia de judíos.
El conductor se rio lleno de orgullo y sorbió unos tragos de la botella de coñac que sostenía entre las piernas, después de que se la pasó a Fritz. Este bebió también con una sed salvaje. Estaban muy borrachos, y atrás, en el camión, había cuatro más, ocupados con el mismo trabajo: vaciar las botellas de alcohol sacadas de casas y tiendas destruidas aquella noche.
—Para estos he preparado una sorpresa —continuaba expresando Fritz sus pensamientos—. En España, el año pasado, me enseñaron a hacer un juguete con el que los nuestros sacaban ratas comunistas de tanques o casas cuando ya no tenían granadas o algo más fuerte. Los sacaremos, como a unos parásitos que son, con fuego y humo.
—Como a ratones de campo —le interrumpió el conductor—. Cuando éramos pequeños, íbamos al campo a cazar ratones. Alguien metía un papel ardiendo en un agujero y los otros esperábamos junto a los demás. Cuando los dueños de la casa salían asustados por el humo, los atrapábamos y los convertíamos en leones. ¿Sabes cómo se hace?
—No —dijo Fritz sorbiendo con sed de su botella de coñac.
—Uno lo sujetaba de las patas traseras y otro la agarraba del pelaje y se lo tiraba hacia abajo. Le quitábamos la piel, sin ningún cuchillo. Se le desprendía todo menos el de la cabeza, tras lo cual lo dejábamos en el suelo, donde se arrastraban durante unos segundos hasta que morían. ¡Ahora no me digas que no hiciste eso!
—No, qué asqueroso eres —dijo Fritz con una náusea visible en su rostro—. ¡Bestia sádica, brutal canalla! Tengo ganas de vomitar, pero me gusta cómo piensas. ¿No teníais otro juegos, anormales?
—Tuvimos algunos interesantes con ranas o gatos, por ejemplo, ¿quieres escuchar? —respondió el chofer y sonrió con orgullo.
—¡No! ¡Cállate! Vamos a destruir esta guarida y vamos a dormir —dijo Fritz entusiasmado, golpeando la ventana que daba atrás, en el remolque del camión—. ¡Hemos llegado! ¡Bajaos, holgazanes, porque todavía tenemos un poco de trabajo por hacer! Llevaos también y la caja del rincón. Que no bebáis nada de allí, bestias, que se os quemarán los intestinos. Es shnaps barato, confiscado, mezclado con aceite para coches.
La noche resonaba de risas alcoholizadas. Seis hombres, atontados por los vapores del alcohol y la fuerza de la propaganda, se reían sin escrúpulos frente a la casa que estaban a punto de incendiar. Después de toda una noche de arrestos, por el bien de los arrestados, querían un espectáculo más fuerte. Los cerebros atolondrados exigían adrenalina y no les importaba para nada el destino de los de dentro.
—¡Escuchad! —resonó la voz ronca de Fritz sobre las risas de los demás—. Tomad una botella en la mano, encended el paño y arrojarlos por los agujeros de las ventanas. La puerta la dejamos libre para que tengan por dónde salir. De aquí los subimos al remolque y los llevamos al montón. Mañana si nos pregunta alguien por qué prendimos fuego a la casa, diremos todos que dispararon sobre nosotros. Vinimos a defenderlos y ellos empezaron a disparar, así que tuvimos que inventar algo para sacarlos de la casa sin pérdidas por nuestra parte. Una cosa más, si huyen por detrás de la casa, no hay problemas. Los atraparemos luego. No nos vendría mal tener una caza, así que no vigilad la parte trasera de la casa. Según los datos recibidos, adentro, debe haber cuatro personas en este momento, ¡así que adelante! —Después de terminar su monólogo, se rieron con ganas de nuevo y se reunieron alrededor de la caja para coger sus juguetes.
En casa, todos se encontraban reunidos alrededor de la chimenea. Estaban acostados sobre unos colchones junto al fuego, cubiertos con mantas. En las ventanas del salón, pusieron algunas alfombras para evitar el frío de la noche de noviembre. Después de que tomaron unas infusiones relajantes, el calor del fuego los calmó como un buen somnífero. Se adormecieron tan profundo por el agotamiento que no oían los gritos y las risas de la calle. El primero que se despertó fue David, cuando sintió muy caliente en las plantas de los pies; la manta con la que estaba envuelto estaba ardiendo. Abrió los ojos y vio que todo estaba en llamas. De las alfombras de las ventanas el fuego se extendió por las habitaciones y salía humo por debajo de todas las puertas.
De un salto se puso de pie asustado y comenzó a despertarlos a todos:
—Mamá, papá, tía, despertad que nos está