Damnare silentium. Adrián Misichevici-Carp

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Название Damnare silentium
Автор произведения Adrián Misichevici-Carp
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418996665



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no esparcirlos por el suelo, ¡pero nada! Un día, con mucho esfuerzo, llegué a la mesa con tres tazas de café. Nada más sencillo: el me miró, y yo, toda emocionada, las esparcí por el suelo. Me quedé como una piedra, no sabía qué hacer, solo deseaba tener el don de desaparecer. Me salvó David. Era la primera vez que me hablaba como persona, no como cliente: «Yo voy a recoger los fragmentos, usted busque un trapo para limpiar el café del suelo». Nunca hubiera imaginado que necesitaríamos una situación tan estúpida para hablarnos por primera vez. Estaba tan feliz y ni siquiera sabía por qué. Estábamos recogiendo fragmentos del suelo... Después del incidente, retomó su tono diario: una sonrisa educada cuando me acercaba a su mesa y nada más. El tiempo pasaba y su grupo disminuía continuamente. De los ocho, quedaron solamente tres: David y Jacob, acompañados por Oliver, uno de los pocos trabajadores «alemanes» que no pasaba del lado de los nazis y todavía aparecía en nuestro café. También fue el último valiente que quedaba en la pequeña fábrica de zapatos de Jacob.

      Aquí tengo que hacer un pequeño paréntesis y recordarte que con la llegada al poder de los nacionalsocialistas (NS), la vida de los judíos en Alemania se volvía cada vez más difícil. Por ejemplo, una vez llegados al poder, empezaron a lanzar leyes cada vez más absurdas. Si el 30 de enero de 1933 Hitler asumió el mando del Estado alemán, en abril (que yo sepa) comenzaron a aparecer restricciones contra los judíos. Se les prohibió el ritual de la carne, el número total de estudiantes judíos no podía superar el 5 %, a los médicos judíos se les prohibió entrar en los hospitales estatales, se les prohibió sacar licencias para las farmacias, se les excluyó a todos de las asociaciones deportivas, los abogados eran muy limitados en sus movimientos, etc. Lo peor era que nuestro pueblo no era mejor que sus líderes. Las humillaciones públicas estaban a la orden del día. He oído casos en los que a los judíos ortodoxos se les cortaban las barbas en plena calle, y a las mujeres se les obligaba limpiar las calles con su ropa interior... Y después de todo esto nos llamamos civilizados.

      Los camisas pardas, esta herramienta del diablo, no tienen ningún sentimiento humano. Aparte del odio por todo lo judío, ya sea anciano, mujer o niño, no saben nada. Nuestro pueblo los imita cada vez más. Azotar a una persona en la calle, solo porque es judío, se ha convertido en algo normal. Fui testigo el año pasado en Berlín, cuando llevé a mi padre a un médico. Un ciudadano tenía que recibir 50 latigazos por ser comunista y otros 50 por ser judío. Se desmayó el pobre después de los 30. Lo dejaron así inconsciente y extendido en la calle. Los niños del lugar le tiraban piedras, ante la orgullosa mirada de los padres. No pude dormir en toda la noche. ¡Dios, cuánto lloré! Lloraba y oraba por aquel pobre hombre y por todos los que corrían su misma suerte.

      En septiembre del 33 se intensificaron las restricciones. Están excluidos de la prensa, el arte, la literatura, la música, así como de la profesión de agricultor, etc. ¡No tengo ni idea cómo resistió Jacob tanto tiempo!

      Un día, mientras pagaba la consumición, Jacob me sonrió amablemente y me dijo: «Emma, cuídate mucho y gracias por todo. Para que no os traigamos problemas, no volveremos por aquí, ¡buen día!». Se dio la vuelta y se acercó a su hijo, que le estaba esperando junto a la puerta. David le abrió cordialmente la puerta y antes de irse, echó una última mirada hacia atrás. Nunca olvidaré aquel momento; nuestras miradas se encontraron. Durante unos segundos experimenté una sensación extraña, desconocida hasta entonces. He tocado un mundo sin sufrimientos inventados, un mundo buscado por los yoguis a través de largas meditaciones, un mundo interior fantásticamente hermoso. ¡Cómo y por qué, yo no puedo explicártelo! Te lo diré así: me tocó un ángel. A la dura realidad nos devolvieron: a mí los clientes impacientes y a David le despertó Jacob, quien aparentemente le llamó por su nombre varias veces.

      Siguieron días de total decepción. Jacob no entraba más, así que David tampoco. Las discusiones políticas, de nuestro café, se intensificaban con cada día que pasaba. Algunos participantes, de los que no tenían opiniones «correctas» desaparecían. ¡Sí, estaban desapareciendo! Se dice que incluso fueron sacados de casa, en medio de la noche, por las «fuerzas del mal». Algunos regresaban sin personalidad, silenciosos y con la mirada en el suelo, y otros se disolvían sin dejar rastro alguno. Un amigo de mi padre fue sacado de casa, acusado de traicionar a su pueblo y no se sabe nada más de él. La esposa, en busca de la verdad, fue enviada de un tribunal a otro, y así durante varios meses. Sin embargo, no se acercó ningún paso hacia la verdad.

      Yo me estaba poniendo cada vez más triste. No le podía ver a David en absoluto y ni siquiera podía buscarlo. En primer lugar, todavía éramos desconocidos; no nos acercamos más que algunas miradas fugaces. En segundo lugar y lo más importante, cualquier relación entre un «ario» y un judío estaba totalmente prohibida, desde el 15 de septiembre de 1935, por las leyes aprobadas en Nuremberg. Nos habríamos comprometido sin ningún sentido. Debo decir que, al aprobar esas leyes, nuestros líderes se han empeñado oficialmente en proteger sus intereses raciales y la marginación aún mayor de los judíos. Aprobaron dos leyes: la ley sobre la ciudadanía del Reich y la ley sobre la protección de la sangre y el honor alemán. Decidieron quién puede ser ciudadano alemán y quién no: la primera condición siendo la sangre (por supuesto, solo alemana) y la segunda, la lealtad al Reich. Dos cosas totalmente diferentes, pero si no eres leal a Hitler, tu sangre tampoco ayuda. Con la segunda ley, hicieron esfuerzos para asegurar la eternidad y la pureza de la raza germánica. Es decir, prohibieron las relaciones entre los «arrianos» y especialmente los judíos. El 14 de noviembre agregaron el primer decreto a la ley de ciudadanía del Reich: se hizo la clasificación legal, quién es judío y quién no. Después de eso, a los culpables se les dividieron en tres categorías: judíos plenos, mischlinge de primera y de segunda clase...

      1936 fue el año en que me enamoré y el año de los Juegos Olímpicos en nuestro país. Los líderes políticos dirigieron casi todas las fuerzas en otra parte, tratando de enmascarar su gran odio por todo. Nosotros, la población, recibimos uno de los roles principales. Tuvimos que mostrar a los extranjeros lo felices que éramos, que bien estaba nuestro país bajo el liderazgo del Führer. Nos pusimos todos nuestras máscaras de alegría y a «pedido» de la dirección, aminoramos un poco la propaganda antijudía: de la radio, de los periódicos y sobre todo de las calles principales. Ya no aparecían los carteles o las frases escritas, sobre negocios judíos, así como: Sara, empaca tus maletas, eres un judío maldito, repugnante, mata a los judíos, lárgate de aquí, judío, etc. El ambiente era igual de falso, pero un poco más agradable. Las secuelas de este evento no tardaron en llegar a mi vida.

      Era una noche como cualquiera; como de costumbre, después de terminar mi turno, echaba al último borracho del bar y cerraba la puerta principal. Daba la vuelta a las ultimas sillas sobre las mesas, terminaba de lavar el suelo y salía por la puerta trasera. Tenía que cerrar la puerta y desaparecer en la penumbra de la zona industrial. Aquella noche, sin embargo, mientras cerraba, vi una sombra mirándome desde la oscuridad. Estaba a unos pasos del único farol de la esquina del café, pero de tal manera que no fuera reconocido. Me asusté tanto que quise abrir la puerta y volver a entrar. La sombra notó mi agitación y salió rápidamente a la luz. «Emma, no te asustes, por favor, soy yo, David Stein, el hijo de Jacob». Me habló la sombra, la cual, en la luz recuperó su esplendor humano. «Disculpa mi atrevimiento, normalmente no hago esto, pero no puedo resistir sin verte. Tu mirada cambió mi vida más rápido que las leyes de Nuremberg. Si tienes miedo de hablar conmigo, o quieres denunciarme por mi proceder, sabiendo muy bien quién soy, hazlo sin el menor remordimiento. Pero antes de responder algo, escucha mi siguiente pregunta: ¿me permites acompañarte a casa?».

      Le contesté asintiendo con la cabeza y casi corrí hacia la oscuridad. No quería que él viera que me sonrojé y que tenía los zapatos muy gastados y viejos; pertenecían a mi madre. Mi falda estaba llena de manchas de café, empezando desde donde terminaba el delantal de trabajo. Ya ni siquiera digo nada sobre mi cabello, era un desastre total. Así que no estaba en la situación en la que quería que me viera el hombre al que amaba.

      Las noches en las cuales estaba sola, iba por la ciudad, luego entraba por la calle que conducía hacia fuera, hacia nuestra casa. Daba un gran rodeo, pero me sentía más segura. Tanto nuestra casa como el café estaban en las afueras de la ciudad; en línea recta hacía unos 3 kilómetros a través de la oscuridad, por