Damnare silentium. Adrián Misichevici-Carp

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Название Damnare silentium
Автор произведения Adrián Misichevici-Carp
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418996665



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noche, no podría decirlo exactamente. Sé a ciencia cierta que habló más él, y que yo me reí como por todos los años anteriores. También sé con certeza, que no tocó el tema de la política, de la que se hablaba en aquellos momentos incluso en los sueños. No se quejó en absoluto de la situación en la que se encontraba. Aún recuerdo que no quería que se acabara el camino, que me pareció tan corto. Cuando lo pasaba sola, el camino parecía no tener fin, me asustaba por cada sonido de la noche y había muchos. Aquella noche, sin embargo, había alcanzado otro nivel existencial, otro lado del tiempo, del cual se dice que es el mismo siempre. ¡No es verdad! Al ser un invento humano, la velocidad del tiempo es directamente proporcional al estado de ánimo de la persona que lo mide.

      Dios, qué feliz me sentía; por primera vez en tantos años era libre, me había olvidado de todo lo que nos rodeaba. Solo después de despedirnos, cuando estaba acostada en la cama y soñando con los ojos abiertos, volví a la realidad, con la ayuda del reloj, claro. Esta herramienta inventada tiene una extraña autoridad sobre mí. Inmediatamente me di cuenta de que David estaba solo, en la peligrosa oscuridad, con casi todo un país odiándolo. Estaba en peligro a cada paso. Giré mi rostro hacia la almohada, para que mi familia no me escuchara y lloré muy fuerte, hasta que me quedé dormida.

      Desde siempre supe que era judío, porque ni él ni Jacob nos lo ocultaban. Desde pequeños nos enseñan a evitarlos como leprosos y también nos enseñan cómo distinguirlos en la sociedad, si de alguna manera intentan esconderse. En este «deber» hay que tener mucho cuidado a: la forma de la nariz, el pelo e incluso el olor. Aunque todo es una imposición oficial, esta disciplina es un mancha vergonzosa más sobre nuestra historia. David no es rubio con ojos azules y siempre es tomado por alemán, por quienes no lo conocen. Nos meten en la cabeza, por todos los medios posibles, que son los parásitos de nuestra sociedad, que quieren destruir nuestro país, que la raza aria sufre mucho por su culpa; bla, bla, bla. Mi David no es así en absoluto y creo que la mayoría de sus correligionarios igual. Correligionarios es mucho decir, él ni siquiera es un practicante. Una vez que lleguemos a Holanda, nos casaremos en la religión que realmente ame al hombre tal como es, si es que la encontraremos, por supuesto. La primera religión que realmente respete el Sermón de la Montaña, será la nuestra. (Mateo 5-7, si no lo sabes) Los nuestros lo han olvidado...

      Gracias a mi padre, nunca odié a los judíos y en general, a nadie. «En el frente todos son iguales. La sangre de todos tiene el mismo color, independientemente del color de la piel, nacionalidad o religión y quien dice lo contrario es un tonto. He visto rubios con ojos azules cobardes, judíos valientes y viceversa. Mi mejor amigo en el frente era judío y me salvó la vida a costa de la suya. Me cubrió de una granada; él se hizo trizas, y a mí me hirieron en la pierna que luego cortaron. Esta estrategia política, que utiliza nuestro fanatismo y nuestra ignorancia como armas para arrodillarnos, primero a nosotros mismos y luego a los demás, nos costará muy caro». Eso es lo que solía decir mi padre a todos los que afirmaban lo contrario. A mí me explicaba de manera más simple: «Todos somos iguales, independientemente de la religión, el idioma o el color del cabello. No hay raza mejor ni peor, hay un hombre bueno o un hombre malo. Todos nacemos buenos, pero con el tiempo, especialmente si nacemos en circunstancias como las nuestras, bajo la presión de fracasados espirituales, nos convertimos en malos. Eso es todo».

      Las horas pasaban como los días y los días como las semanas. Sufría muchísimo cuando no estaba con él. Cuando acababa el día, terminaban y mis sufrimientos secretos. Cerraba la puerta, a mucho tiempo de que saliera el ultimo cliente, y de la sombra aparecía él. Si las parejas «normales» podían estar en los bancos de los parques, en los cines, en los teatros, en las iglesias, en los autobuses, etc., nosotros estábamos privados de estos privilegios. Nos perdíamos en la noche, por senderos marginales ocultos a los ojos acusadores. Es por eso por lo que a cada momento que pasamos juntos ganaba encanto, era algo increíblemente hermoso y puro. Cuanto más sensacional nos sentíamos juntos, más arriesgada era nuestra relación. Nosotros lo sabíamos muy bien, nuestro amor era más puro y fuerte que el de Tristán e Isolda. No nos habríamos aburrido, el uno del otro, ni en mil años. Queríamos estar juntos todo el tiempo, y cuando estábamos lejos, ambos sufríamos. Entonces comprendí que la verdadera felicidad estaba en cosas pequeñas: una mirada, una palabra dulce, un toque, una flor en el pelo, un beso en la mejilla...

      Después de medio año en la sombra, viendo que las restricciones se multiplicaban, llegamos a la conclusión de que en el país en el que estamos, simplemente estamos condenados a la muerte. Tarde o temprano, la verdad saldrá a la superficie, y en nuestro caso... Así nació la idea de emigrar; ambos elegimos Holanda.

      ¿Por qué estoy tan feliz esta noche? Porque hace unas horas, en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1938, David me pidió la mano. Me regaló un anillo y me dijo que ya tenía todos los papeles, «en orden», para salir de aquí. El 10 de noviembre, a las 6:30, tenemos el tren hacia la felicidad. Hoy ya no nos veremos, nos encontraremos mañana en la estación de tren. (¡Yo, por supuesto, respondí un SÍ).

      Un día más, Señor, un día más...

      Cerró con cuidado el diario y lo escondió debajo de la almohada. Apagó la luz de noche y poco a poco se dejó llevar robada por el sueño. Se durmió con una sonrisa que solo los verdaderamente felices podían esbozar. Pero el subconsciente tenía otros planes. Inmediatamente después del pasaje completo, decidió mostrarle quién gobernaba realmente el reino de Morfeo.

      Empezó a soñar. Parecía estar en algún lugar junto al mar. Un banco rocoso y muy empinado desde el que se extendía un puente de piedra hasta una roca clavada en el mar. Parecía un monstruo con escamas, petrificado por algún hechizo y dejado allí en mitad de las olas. Este dragón de piedra conectaba la empinada orilla con la roca que parecía rota, hace mucho tiempo, justo fuera de ella. Parecía que quiso huir de su cuna original, pero la gente la pillaron y la ataron allí. El monstruo de piedra servía de esposas al islote rebelde y de paso para quienes lo subyugaron. En su cuerpo rebelde cortaron cientos de escalones que conducían a la cima, y allí arriba, construyeron una pequeña iglesia, símbolo de la obediencia.

      Mientras tanto, dos jóvenes aparecieron en el puente. No podía ver sus caras, pero estaba segura de que eran jóvenes y muy felices. Él, un moreno alto con traje negro, y ella, una rubia un poco más baja que él, con un vestido blanco y larguísimo. En su mano llevaba un hermoso ramo de flores, y su cabello envuelto alrededor de la cabeza en una especie de corona, estaba adornado con las mismas flores. El final del vestido serpenteaba detrás de ellos cogiendo la forma de las escaleras, mientras ellos subían felices hacia la cima. En un momento dado, el vestido se aferró a una piedra y ambos se volvieron para levantarlo. Cuando les vio las caras, se sobresaltó asustada, había dos manchas garabateadas como la lágrima del diario. El hombre tomó la parte de abajo del vestido en sus manos y siguieron su camino hasta la parte de arriba. Emma los miraba como un testigo oculto. A sí misma no se veía, pero sentía que estaba ahí, que era parte de la historia.

      Al llegar a la cima de la montaña, los jóvenes se arrodillaron ante un clérigo que los esperaba humildemente junto a la puerta. Desde dentro de la iglesia se escuchaba una música de fondo, Emma se dio cuenta que era el Fausto de Wagner y no entendía qué tenía que ver con lo que sucedía. Trató de adivinar a qué religión pertenecía el pastor, pero fue en vano, el subconsciente no se lo permitía. Trató de escuchar lo que estaba diciendo, porque estaba de pie al final del vestido que se había vuelto aún más largo; pero el mismo resultado. Cuando el pastor le preguntó a la mujer de blanco si estaba de acuerdo en casarse con el hombre presente, ella escuchó todo menos sus nombres. Y cuando estaba a punto de preguntarle lo mismo al hombre, se dio cuenta que se encontraba en el cuerpo de la novia, y su compañero era David.

      —Y tú, David —prosiguió el pastor su discurso—, ¿estás de acuerdo en casarte con Emma... —Se detuvo, frunció el ceño confundido y dijo con dureza—: ¡David!? ¿Cómo David? Ah, perro judío que eres, ¿cómo te atreves a contaminar la sangre aria? ¿Te estás burlando de mí y de nuestro pueblo? ¡Sacadlo de aquí ahora mismo y enseñadle lo que hacemos con parásitos como él!

      En la iglesia se detuvo la música y cuatro hombres con uniformes de la Gestapo salieron del interior. Estos agarraron a David y empujándole se