Damnare silentium. Adrián Misichevici-Carp

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Название Damnare silentium
Автор произведения Adrián Misichevici-Carp
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418996665



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rumano

      Como de costumbre, David acompañó a su novia hasta cerca de su casa. Este corto período de tiempo, del recorrido desde el bar hasta la entrada a la ciudad, era su único momento de felicidad pura. La aparición de las primeras casas era para ellos una especie de: ¡ALTO! ¡Estrictamente prohibido! Entonces recordaban dónde estaban y se separaban con tristeza para no ser vistos. Una simple mirada hostil podría haber significado incluso la muerte. La supervivencia en aquel mundo adverso requería guardar el secreto en la mayor discreción. Su relación era un pecado mortal en el nuevo orden. Aquella noche fría de noviembre no era nada común para los jóvenes enamorados. Después de cada despedida, David regresaba triste y perdido, pero no aquella noche. Le había pedido a Emma que se casara con él y ella le contestó que sí. Estaba tan eufórico que quería gritar de alegría para que todos se enteraran de la noticia. Pero algo le detenía, todo un país que no quería verlo feliz; al contrario: marginado, deshumanizado e incluso destruido. Lo paraba el mundo hostil que se burló de él desde los primeros años de su infancia. Estaba tan acostumbrado a la situación, que no exteriorizaba sus sentimientos desde hacía mucho tiempo. Tanto la alegría como la tristeza las manifestaba solo en su mundo interior, nadie sabía lo que realmente estaba sucediendo en su cabeza. Viviendo en un estado falso, andaba con la respectiva máscara, tratando de parecer fuerte, incluso cuando estaba aplastado. Sus verdaderas emociones las mantenía ocultas y bien protegidas. Se había prohibido tanto tiempo la exteriorización de sus sentimientos, que ni siquiera sabía comportarse en aquella noche especial. Por primera vez, en mucho tiempo, dio rienda suelta: retozaba en campo abierto, parecía un niño que acababa de enterarse de que le iban a comprar una bicicleta en lugar de un piano.

      Aquella fría noche, ni los perros ladraban sin motivos urgentes, estaban escondidos en algún lugar cálido. El silencio mortal estaba perturbado solamente por David, que cantaba alegremente; tenía que caminar alrededor de una hora y era la primera vez en tanto tiempo, que no se asustaba ante cada sonido inexplicable. Para no meterse en problemas no deseados, siempre regresaba por caminos ocultos. Los conocía a todos, desde donde la dejó a Emma hasta la ventana de su habitación. Desde que la acompañaba por las noches no usaba más la puerta; salía y entraba por la ventana. Aunque sus padres lo hubieran entendido y ayudado, tampoco quería que lo vieran.

      Una vez que llegó a la ventana, la abrió y se apresuró a entrar sin hacer ningún ruido; estaba acostumbrado. Encendió la lámpara de la mesilla de noche y se puso rápidamente su pijama. Levantó con entusiasmo una tabla del suelo junto a la cama, de donde sacó unos papeles envueltos en un paño. Abrió el paquete del que sacó un fajo de dinero y unos documentos falsos que le habían costado una fortuna. Eran sus billetes hacia la libertad y los había pagado con oro del escondite familiar, sin decirle nada a nadie. Iba a contarles todo en el momento adecuado, un poco más tarde. Un documento era suyo con el nombre Gensler Niklas, y otro era de Emma con el nombre Gensler Aliz, su supuesta esposa. Quería asegurarse una vez más, antes de acostarse, que todo estaba en orden. Después de que se convenció, envolvió todo en el trozo de tela y lo escondió en el mismo lugar, debajo de la tabla del suelo. Se metió en la cama y empezó a soñar con la mirada en el techo.

      Se veía en Holanda, casado con Emma, en una casa bonita y con dos niños como dos angelitos. Se amaban todos y estaban felices, vivían en un amor perfecto y nada les faltaba. Tenía los mismos ideales que Emma, nada fuera de lo común: edificar una familia en una sociedad libre y auténtica. En un mundo con aspiraciones nobles, donde el hombre es amado por lo que es: un ser con alma y no por el color de su piel o la religión. Saltando de un lado del ensueño al otro, se durmió sin darse cuenta. Se despertó al día siguiente al mediodía, animado y lleno de optimismo.

      Sus padres y los tíos de Berlin, que vivían con ellos desde hace un tiempo, estaban ocupados con las preparaciones de la partida, así que no le prestaban mucha atención. Arreglaban los últimos preparativos antes del viaje. El tío Marc se había marchado temprano por la mañana a Hamburgo, donde debía actualizar las visas, abiertas en 1937 para Chile. Estaba arrojando mucho dinero para engrasar todos los bolsillos: tanto los legales como los ilegales, de lo contrario no podrías abandonar el área del Reich. Vivían en un país que los odiaba, pero de donde no podían salir con mucha facilidad. En primer lugar, costaba mucho dinero y, en segundo lugar, nadie los recibiría si no lo tuvieran en una cantidad considerable. La rueda de los vicios humanos comenzaba y terminaba en el ojo del diablo.13 La naturaleza humana no había traicionado sus intereses; muchos continuaban haciendo fortunas con el sufrimiento de los otros. La tía Rita y Jenny, la madre de David, estaban empacando. Su padre estaba ocupado con la venta de los objetos de valor que no podían llevar con ellos y que solo podían venderlos a cambio de nada. Las cosas cambiaban drásticamente cuando intentaba abastecerse de algo, los precios se volvían astronómicos.

      Hace unos días, Jacob había «arianizado» su fábrica. La pasó al nombre del último trabajador alemán que se quedó con él a pesar de todas las restricciones. Este le pagó una suma simbólica, porque no tenía más, y Jacob no quería dejarla al Estado o a algún nazi convencido. Después de que se dieron las manos, se abrazaron como dos viejos amigos, Oliver dijo: «¡Gracias por todo, Jacob! Que sepas que, si un día la situación en este país se recupera y seguimos aún con vida, tu fábrica te estará esperando. Vuelve a casa y será tuya».

      Cada uno estaba absorto en los preparativos para la partida, así que David se ocupaba de sus propios asuntos. Tragó algo rápidamente y desapareció en su habitación, donde comenzó a hacerse planes para su propia huida. En primer lugar, tenía que dejarles a sus padres la carta de despedida. Se sentó en el escritorio, sacó una hoja de papel y una pluma estilográfica del cajón y pensaba cómo empezarla para hacerlos sufrir lo menos posible.

      Amados padres:

      Primero que nada, si leéis esta carta, no os alarméis. Sentaros, calmaros y leer tranquilamente lo que os escribí. Me disculpo mil veces por tener que desaparecer y explicaros todo en estas condiciones. Espero sinceramente que aprobéis mi decisión, aunque sé que será muy difícil para vosotros.

      Para comprender mejor lo que hay en mi alma, comenzaré por el principio. Hace unos años, una mirada fugaz cambió mi vida; si se le puede llamar vida a lo que estamos obligados a vivir aquí. En fin, me enamoré. Para no traer ningún inconveniente no deseado a nadie, no mencionaré su identidad, aunque, papá creo que se da cuenta quién es. Que sepáis que es un amor mutuo y verdadero. Un amor puro que en este país está condenado a perecer, incluso antes de nacer. Nos vimos y nos agradamos, este es nuestro pecado en este sistema injusto. Sin embargo, si nació, haremos todo lo posible para defenderlo.

      Como bien sabéis, para nosotros los judíos, los marginados de esta sociedad bárbara, de momento no se prevé nada bueno en este país. Menos aún para nuestro amor, que es un crimen imperdonable en este estado inmoral, incluso mayor que ser judío. Aquí tenemos totalmente prohibido estar juntos y nosotros no podemos existir el uno sin el otro. No podemos separarnos y queremos vivir aún más, así que decidimos huir de este pantano de sufrimientos.

      ¿Por qué no os he contado todo antes, para que pudiéramos escapar juntos? Estoy seguro de que me habríais ayudado, pero no quiero comprometeros ni a vosotros ni a ella. Habría significado traer peligros adicionales y no deseados para todos. Tenemos suficientes ya sin eso. Consideramos que separados, tenemos más probabilidades de ver cumplido nuestro sueño a la vida.

      Iros sin ninguna preocupación. En el momento que leáis la carta, nosotros estaremos de camino hacia nuestro futuro común. Espero sinceramente que todos tengamos éxito y de ninguna manera cambiéis vuestros planes por mi culpa; seguirlos exactamente al pie de la letra. Yo sé a dónde vais, y una vez que salgáis de aquí, os escribiré todo al detalle. Más tarde, quizás en un par de años, igual nos veremos.

      ¡Madre, te lo pido por favor, no llores! Tú me trajiste a este mundo y me enseñaste a ser como soy; ser bueno ante Dios y seguir mis sueños. Nosotros tenemos uno, que nos dejen vivir tranquilos en nuestro amor. Mientras en este país es un sueño utópico y no tenemos ningún futuro, estaremos condenados. Huimos con la esperanza de encontrar un lugar en este mundo rebelde contra el sentido común y las leyes de Dios. Queremos ser felices,