El quinto sol. Camilla Townsend

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Название El quinto sol
Автор произведения Camilla Townsend
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786079909970



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visión coherente de lo que sucedió. La narrativa tiene todas las características de un drama épico.

      La historia se remonta a una época desconocida para Chimalxóchitl, excepto quizás en mitos y sueños, en el noreste de Asia, en la época de la última Edad de Hielo, hasta la época en que se pobló el continente americano. Para entonces, la humanidad había emergido de África y había deambulado por todas partes y vivido en casi todas las regiones del Viejo Mundo. Más tarde, cada grupo aprendería a amar el carácter de la tierra que llamaba hogar, desde los helados fiordos de Escandinavia hasta los áridos promontorios de la meseta del Decán en la India; sin embargo, hace 20 mil años o más, la tierra no era tan variada: en muchos lugares todavía estaba cubierta por los glaciares en gradual retroceso y los “hogares” todavía no estaban marcados tan claramente. Los pequeños grupos de personas seguían a las grandes presas de un lugar a otro y los valientes cazadores las derribaban con sus lanzas, relativamente frágiles. La mayoría de los estudiosos piensa que, a partir de hace unos 13 mil años, algunos grupos que vivían en el noreste de Asia cruzaron por el estrecho de Bering hasta Alaska: en esa época, el estrecho estaba cubierto de hielo y ese puente terrestre tenía varios kilómetros de ancho. Los conflictos armados o la escasez de recursos empujaron a oleadas de personas a atravesar ese estrecho al menos en tres ocasiones diferentes. Ellos, o sus hijos y nietos, continuaron persiguiendo los mastodontes, los caribúes y cualquier otro animal que valiera la pena para alimentarse; gradualmente, poblaron dos subcontinentes: Norteamérica y Centroamérica. Aquí y allá, encontraron algunos grupos que los habían precedido en el nuevo hemisferio, aparentemente viajando en canoas costa abajo. Hace unos 14 mil años, antes de que el puente terrestre hiciera posibles las migraciones masivas, algunos pueblos con pocos miembros habían llegado tan lejos como el sur de Chile. En un lugar ahora llamado Monte Verde, un niño pisó el barro junto a una hoguera encendida para cocinar y dejó una clara huella para que los arqueólogos la encontraran innumerables generaciones más tarde.5

      Después terminó la Edad de Hielo, hace unos 11 mil años: el hielo se derritió y el nivel del mar subió y cubrió el puente terrestre, separando el Viejo Mundo del Nuevo. Algunas de las piezas de caza gigantescas se extinguieron, la temperatura aumentó y florecieron más plantas. En todas partes, grupos de personas curiosas y hambrientas experimentaron comiendo más flores, frutos, raíces, semillas y tallos de plantas. No importaba que vivieran donde el clima era cálido o fresco, o si la tierra era boscosa y sombreada, o cálida y seca, lo hicieron en todas partes; sin embargo, pese a lo común de sus acciones, las diferencias que comenzaron a surgir en esa época serían de capital importancia para la historia humana en los milenios posteriores. Cuando los pueblos del continente euroasiático se reunieron más tarde con los del continente americano, las decisiones que los seres humanos habían tomado respecto de la agricultura en esos primeros tiempos determinarían su destino, en el sentido de que el pasado estableció el grado de fuerza relativo de cada grupo humano. Es una historia que vale la pena narrar si deseamos comprender tanto el ascenso como la caída de los mexicas.

      En la mayoría de los lugares, los hombres eran los que cazaban y las mujeres las que recolectaban. En su vida, siempre al borde de la supervivencia, correspondía a estas últimas la observación de todo lo existente en el mundo natural: vieron que las plantas crecían a partir de las semillas; sembraron en la tierra húmeda algunas semillas de sus plantas favoritas y volvieron al año siguiente a recoger los frutos de su trabajo, cuando la caza llevó al grupo de regreso al mismo lugar. Aprendieron, por ejemplo, que si recolectaban semillas únicamente de los arbustos que producían más bayas, la próxima generación de plantas produciría más de éstas. Las mujeres les dijeron a los hombres lo que habían deducido y aquellos que apreciaban la supervivencia las escucharon. Casi en todo el mundo, los grupos humanos se convirtieron en agricultores de tiempo parcial; sin embargo, la caza y la pesca siguieron como las actividades principales: los seres humanos dependían de la carne para obtener las proteínas que necesitaban para vivir.6

      Los grupos humanos se convirtieron gradualmente en agricultores de tiempo completo cuando y donde tenía sentido hacerlo; es decir, cuando la caza disminuía, se dedicaban a cultivar la flora local, en lugar de sólo tratar de cazar; además, también tenían en su entorno una constelación de plantas ricas en proteínas que podían sostener la vida humana:7 sucedió primero —hace aproximadamente 10 mil años— en el Creciente Fértil, una franja de tierra entre los ríos Tigris y Éufrates (en el actual Irak), donde el trigo y los guisantes disponibles hicieron de la agricultura una opción obvia cuando la caza excesiva de venados comenzó a hacerlos desaparecer. En otros lugares, como Nueva Guinea, donde los plátanos y la caña de azúcar eran las plantas más sabrosas disponibles, los seres humanos experimentaron con entusiasmo con los vegetales dulces, pero continuaron dependiendo del jabalí y otros animales de caza para alimentarse; no fueron tan tontos como para dedicar su vida al cultivo de postres de tiempo completo, y el trigo y los guisantes nativos del Medio Oriente no existían en su mundo. Es probable que eso no haya importado en el largo plazo, excepto por el hecho de que la agricultura de tiempo completo tuvo unos efectos enormes y trascendentales: aquellos que dedicaron su vida a la agricultura de tiempo completo tuvieron que abandonar el estilo de vida nómada y, así, pudieron construir grandes edificios y objetos pesados, experimentar con la forja de metales, la alfarería y los telares; a su vez, podían almacenar los excedentes de los alimentos y, consecuentemente, aumentar su población. Tuvieron que diseñar la manera de compartir el agua mientras irrigaban y desarrollaron nuevos tipos de herramientas; entonces comenzó a tener sentido dividir las tareas y permitir que la gente se especializara en un campo u otro, y las invenciones proliferaron. Con el tiempo, en resumen, el estilo de vida sedentario de los agricultores de tiempo completo produjo civilizaciones más poderosas.

      No es que los agricultores hayan sido necesariamente más felices que los cazadores-recolectores, o más inteligentes o éticos, ni siempre inventaron las mismas cosas en el mismo orden ni tampoco lo que esperaríamos que hubieran inventado. Los antiguos agricultores andinos, por ejemplo, jamás pensaron en hacer pasar las fibras de las plantas a través de un cedazo para manufacturar un papel en el que pudieran escribir, como lo hicieron en el Viejo Mundo; en cambio, “escribían” haciendo nudos y trenzas a lo largo de cordones de colores que ataban para “grabar” sus oraciones y registrar los impuestos. Y los europeos, famosos más tarde por sus guerras, no fueron quienes crearon los primeros explosivos; los supuestamente pacíficos y autónomos chinos fueron quienes lo hicieron. Lo importante es que los pueblos agricultores siempre desarrollaron civilizaciones más poderosas en el sentido de ser capaces de derrotar a los pueblos que no habían desarrollado armas y bienes comparables, y cuyo número de habitantes no había aumentado de manera equivalente.

      Los pueblos del Creciente Fértil fueron los primeros en hacer el cambio, pero su nueva forma de vida no fue la única durante mucho tiempo. El trigo y los guisantes se extendieron rápidamente al cercano Egipto, la Europa meridional y Asia, donde los pueblos empezaron a dedicarse mucho más a la agricultura que antes. En Egipto, los pueblos agricultores incluyeron plantas locales, como el higo; en Europa, agregaron la avena y otros cultivos a la mezcla, y, en China, la gente estaba experimentando con el cultivo de más arroz y mijo. Las grandes poblaciones ya podían vivir en ciudades permanentes —impensables para una población de cazadores-recolectores— y pronto las rutas comerciales entre las ciudades fomentaron un intercambio que dio a los pueblos de todo el continente euroasiático acceso regular a las plantas domesticadas favoritas de los otros y a las nuevas invenciones.

      Finalmente, la existencia o inexistencia de la agricultura dejó de explicar las diferencias de poder en Eurasia o la capacidad de los pueblos para vencer en una guerra: con solamente unos cuantos siglos de diferencia entre ellos y sus vecinos, los agricultores pronto descubrieron que sus inventos más inteligentes y sus mejores armas podían ser comprados, prestados o robados por los pueblos que los rodeaban y seguían siendo nómadas; una vez que los nómadas tenían tales bienes en sus manos, se volvían tan poderosos o más que los agricultores: las tribus germánicas emplearon métodos romanos contra sus antiguos conquistadores; los mongoles de las llanuras del norte de Asia obtuvieron caballos y armas de metal de los chinos y, más tarde, cuando Gengis Kan y sus hombres llegaron galopando desde el norte, los granjeros se pusieron a temblar, con buenas razones.

      Mientras tanto, al