Название | El quinto sol |
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Автор произведения | Camilla Townsend |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079909970 |
Los nómadas afirmaban que sus arcos y flechas eran mágicos y narraban historias acerca de ellos, historias que se transmitieron de generación en generación, hasta que Chimalxóchitl las escuchó en forma de historias entretenidas sobre sus antepasados:
Vivían armados con el arco y la flecha. Se dice que tenían flechas con picadura de abeja, flechas de fuego, flechas que seguían a las personas; incluso se decía que sus flechas podían buscar cosas: cuando los hombres iban a cazar, una flecha suya podía ir a cualquier parte; si estaban cazando algo en las alturas, la veían volver con un águila; si la flecha no encontraba nada en las alturas, pues entonces bajaba y se dirigía a otra presa, quizá un puma o un jaguar, una serpiente o un venado, una codorniz o un conejo. ¡La gente los seguía para ver qué les había traído su flecha!20
En esa época, en América todavía no había caballos; las especies equinas antiguas se habían extinguido mucho tiempo antes y todavía no habían aparecido las que más tarde llegarían con los españoles. Así, no debemos pensar en los apaches de los siglos posteriores, que llegaban galopando a las aldeas agrícolas en sus ponis pintos (caballos cimarrones). Entre los dirigentes guerreros más famosos de los nómadas se encontraba un hombre que, según las leyendas, se llamaba Xólotl. Éste nunca podría haber aparecido a caballo en la cima de una colina como Gengis Kan, el famoso mongol; en esencia, no obstante, Xólotl era una especie de Gengis Kan a pie: dondequiera que fuese, tenía la misma bravuconería y la misma aura de victoria, aunque la mantenía por sí solo, en su propia persona, sin la ayuda de un corcel en el que pudiera confiar. Su apodo significaba “pequeño sirviente”, un mote irónico cuya intención era hacer hincapié en su poderío mortal.21
En realidad, la analogía con Gengis Kan es mucho más profunda: sin duda, los mongoles ganaron sus batallas, pero fue la alta cultura china la que finalmente absorbió a los nómadas, no al revés: fueron los mongoles quienes cambiaron su propio estilo de vida para convertirse en agricultores y comerciantes, y algunos de sus hijos aprendieron a escribir. De igual manera, la cultura antigua del centro de México fue la que absorbió a los recién llegados bárbaros, como se les llamaba (y como ellos se llamaban con orgullo a sí mismos). Los descendientes de los recién llegados finalmente se establecieron y se convirtieron en sembradores de maíz, y sus hijos se hicieron expertos en el complejo calendario antiguo del centro de México.
En esos mismos años, muy al norte, en el Nuevo México de hoy, los anasazi construyeron templos y viviendas extraordinarios a lo largo de una extensión de casi 15 kilómetros del cañón del Chaco del río San Juan.22 Los intrincados edificios de ladrillo de tres y cuatro plantas deslumbran a los visitantes incluso hoy: en su colorido apogeo, cuando miles de personas acudían a las ceremonias religiosas anuales, deben de haber sido realmente impresionantes. En la parte más antigua de la urbanización más extensa (llamada ahora Pueblo Bonito), los constructores custodiaban los preciosos jades y las plumas de quetzal que habían llegado del lejano México. Los chacoanos alinearon sus edificios con los ciclos solares y lunares, al igual que los pobladores de Chalchihuitl, por medio de los cuales los chacoanos comerciaban con los mexicanos. Después del colapso del Chaco, sus pobladores se desplazaron hacia el sur en cantidades cada vez mayores, porque, para la gente del norte, el sur era el meollo de las leyendas en las historias que narraban en torno a las hogueras.
Quizá lo que poseía un aspecto más místico era el calendario del sur: algunos elementos de la escritura fonética habían avanzado del istmo central hacia el oriente, a la región maya, uniéndose a las tradiciones de esa región e influyendo en ellas, mientras que la tradición de la escritura no había avanzado hacia el poniente con mucha fuerza. La escritura que existía en esa región era principalmente “logográfica”, es decir, consistente en imágenes simbólicas, sin una representación fonética del habla del tipo que los mayas estaban creando. Por otra parte, el complejo sistema del calendario había llegado a casi todos los pueblos del centro de México y una versión en particular había echado raíces allí. Todos los niños llevaban la cuenta de los elementos básicos del sistema, aunque únicamente los sacerdotes sabios se aventuraban en el ámbito de las ramas más esotéricas de la ciencia. El tiempo consistía en dos ciclos continuos: uno era un calendario solar, que consistía en 18 meses de 20 días cada uno, más cinco aterradores días en blanco o sin nombre al final, para un total de 365 días, mientras que el otro era un calendario puramente ceremonial, que consistía en 13 meses de 20 días cada uno, para un total de 260 días. Las dos corrientes de tiempo eran paralelas, por lo que, en cualquier día, uno sabía dónde estaba situado tanto en relación con el sol como en lo concerniente al tiempo ceremonial. En un plano mucho más simple, se podría argumentar que hoy hacemos algo similar: sabemos en qué día del año estamos, es decir, lo relacionado con nuestra posición respecto del sol y, al mismo tiempo, seguimos una serie de siete días con nombres de dioses griegos totalmente arbitrarios y continuos, y así sabemos que es martes o jueves.
Los dos ciclos de tiempo volvían a su punto de partida al final de cada 52 años solares; consecuentemente, un “paquete” de 52 años, como lo llamaban, era tan importante para ellos como lo es un siglo en la actualidad. Para nombrar cada año, lo vinculaban al número más importante del calendario ceremonial: el 13. Los 52 años fueron divididos en cuatro grupos de 13 cada uno, de la siguiente manera: 1 Ácatl [caña], 2 Técpatl [pedernal], 3 Calli [casa], 4 Tochtli [conejo], 5 Ácatl, 6 Técpatl, 7 Calli, 8 Tochtli, 9 Ácatl, 10 Técpatl, 11 Calli, 12 Tochtli y 13 Ácatl, para luego comenzar a partir de 1 Técpatl, 2 Calli, y así sucesivamente. Los sacerdotes y su pueblo estaban orgullosos de ese conocimiento del calendario, que les fue revelado por los dioses y que se basaba en una medición cuidadosa y en el mantenimiento de registros.23
O bien, quizás el placer, no la cuenta, es el meollo del prestigio cultural del reino del sur. El elemento de la forma de vida del centro de México que parece haberse extendido más fácilmente que cualquier otro fue la noción de una plaza central rodeada de estructuras piramidales, donde la gente se reunía y se compartían eventos culturales, y donde casi siempre había una cancha con paredes inclinadas en dos de sus lados. En esa cancha, los atletas jugaban ante su pueblo, sirviéndose de las caderas para mantener en juego una pelota de goma hasta que finalmente anotaban un tanto si lograban que la pelota tocara el suelo del lado del equipo contrario. A menudo, había un anillo de piedra tallada a cada lado de la cancha y solamente los más hábiles podían lograr que la pelota lo atravesara. La multitud gritaba de emoción y frustración, mientras miraba los dramáticos juegos. Más tarde, cuando surgieron los imperios, los juegos ocasionalmente serían a muerte, con el sacrificio del equipo perdedor, pero esa rara práctica no fue lo que causó que el juego de pelota se mantuviera durante decenas de generaciones; antes bien, era la emoción del juego y la alegría que provocaba. La plaza del pueblo, con sus templos piramidales y su juego de pelota, se extendió por México y, por último, también llegó al norte.24
A pesar de lo glorioso de los reinos del sur, Chimalxóchitl se enorgullecía de ser descendiente de los chichimecas del norte, de los bárbaros, más que de su descendencia de la cultura de los sembradores de maíz y los encargados del calendario con los que se habían mezclado: a su muerte, gritó como una doncella guerrera. La historia que le habían enseñado, de la que creía firmemente que formaba parte, se centraba en los nómadas, no en los que habían ocupado el valle antes de su llegada. Decenas de esos relatos todavía sobreviven, escritos en su idioma por las primeras generaciones de su pueblo que aprendieron el sistema de transcripción fonética. Cada relato es un poco diferente de los demás, dependiendo de si proviene de su pueblo o de un pueblo vecino, de si fue escrito en la primera o en la tercera generación después del contacto con los europeos, de si fue tomado de un narrador que se inclinaba por el humor o de uno que prefería los grandes dramas. Considerados en conjunto, aunque pueden contradecirse entre sí en ciertos detalles, revelan mucho sobre su mundo.25
Casi todos los nómadas creían provenir del noroccidente, de Chicomóztoc, el “lugar de las siete cuevas”. Algunos grupos decían que su origen específico se llamaba Aztlán, palabra de significado incierto pero que probablemente quería decir “lugar de la garza blanca”. ¿Dónde se encontraba Aztlán? No lo sabemos y quizá nunca lo sepamos. Probablemente era un nombre mítico, utilizado para ocultar el hecho de que los antepasados