Название | El quinto sol |
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Автор произведения | Camilla Townsend |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786079909970 |
Como todos los seres humanos, los bárbaros chichimecas parecen haber pasado la mayor parte del tiempo formando alianzas con otros grupos y decidiendo cuándo y dónde romperlas. Ése era el meollo de su estrategia política cuando se abrieron paso hasta llegar al poder en el centro de México: se sentían orgullosos de sus alianzas y, aunque sabían que éstas eran la esencia de la vida, sus historias revelan que también se sentían culpables por la ira y los cismas. En sus narraciones, la peor de esas crisis casi siempre había ocurrido en ese antiguo lugar utópico llamado Tula; no obstante, realmente existía una ciudad llamada Tula, que adquirió importancia aproximadamente 300 años después de la caída de Teotihuacan, no muy al norte de ese sitio antaño grandioso, aunque Tula nunca fue tan grandiosa como Teotihuacan y su periodo de supremacía fue relativamente breve; tan sólo unos cuantos grupos de los nahuas procedentes del norte realmente pasaron algún tiempo allí. Sin embargo, casi todas las antiguas historias en náhuatl mencionan al glorioso pueblo tolteca, con sus impresionantes artes y artesanías, y aluden a una crisis política que tuvo lugar en Tula como si hubiera sido un momento fundamental para cada grupo con una historia que contar. Eso se debió al hecho de que la palabra tolteca se usó para describir a cualquiera de los pueblos de artesanos del centro de México que habían habitado el área durante muchas generaciones y a que la referencia a un lugar llamado Tula (que significa “lugar de cañas” o “tierra pantanosa”, como era la mayor parte del valle central) fue una manera simbólica de hablar del primer momento importante de todo grupo nómada al establecerse con los lugareños. Las tensiones, al parecer, siempre fueron horrendas.27
Una de las primeras historias nahuas —probablemente la primera—de las que fueron registradas con el alfabeto latino comienza en Tula. Allí, los bárbaros, que ya tenían algunas relaciones con la gente civilizada (y por eso se les llama tolteca-chichimecas), establecieron su hogar con los decentes nonohualcas, quienes tenían vínculos más estrechos con los pueblos más antiguos del centro de México. Los bárbaros chichimecas solían imponerse a los demás, pero no fue exactamente culpa de ellos el hecho de que mostraran un comportamiento tan rudo y ordinario, porque uno de los dioses más maliciosos los había engañado: les dejó un expósito para que lo encontraran, se apiadaran de él y lo criaran como propio. No teniendo manera de saber que el único propósito de la criatura era causarles problemas, ellos lo adoptaron. En un cuento obsceno diseñado para atraer la atención del auditorio, el narrador de 1540 describió así la crisis que siguió:
Y cuando era ya un joven Huémac ordenó que su casa la custodiaran los nonohualcas. Y luego los nonohualcas le dijeron: —Así será, oh mi príncipe, haremos lo que tú deseas. Así los nonohualcas custodiaron la casa de Huémac. En seguida Huémac pidió mujeres, dijo a los nonohualcas: —Dadme una mujer, yo ordeno que ella tenga las caderas gruesas de cuatro palmos. Le respondieron los nonohualcas: —Así se hará, iremos a buscar a una de caderas de a cuatro palmos de ancho. Y luego le dan la mujer de caderas de cuatro palmos. Pero Huémac no se contentó. Dijo a los nonohualcas: —No son tan anchas como yo quiero. Sus caderas no tienen cuatro palmos. Luego con esto se enojaron mucho los nonohualcas. Se marcharon irritados.28
El auditorio tenía que reír, pero, a medida que la historia se desarrolla, las cosas no hacen sino empeorar. Huémac procedió a hacer lo más terrible que alguien podría hacerles a las mujeres de un pueblo conquistado: en lugar de aceptarlas como esposas secundarias, ordenó que fueran sacrificadas. Ató a las cuatro a una mesa de obsidiana y allí las dejó, aguardando su destino. Ante eso, los nonohualcas se hartaron; naturalmente, culparon a los chichimecas que habían acogido a Huémac y lanzaron un ataque contra ellos. En su cólera, estaban a punto de alcanzar la victoria, cuando los chichimecas les rogaron repentinamente que desistieran. Su jefe gritó a voz en cuello: “¿Acaso fui yo quien comenzó, acaso fui yo quien pidió una mujer para que luego nos enfrentáramos, nos hiciéramos la guerra? ¡Muera Huémac por causa del cual nos hemos enfrentado…!”, y, combatiendo juntos, los dos grupos lograron derrotar a ese enemigo absurdamente malvado, pero, en cierto sentido, ya era demasiado tarde: habían matado a muchos hijos de unos y otros: “Y cuando hubieron llegado a Tollan, se convocaron, se reunieron los nonohualcas dijeron: —Venid y oíd qué clase de gente somos. Quizás hemos hecho una transgresión. Ojalá que por causa de ella no sean dañados nuestros hijos y nietos. ¡Vayámonos, dejemos esta tierra!” Así, los nonohualcas partieron esa misma noche. El resto de la historia es un relato sobre ellos mismos y sobre los esfuerzos de los chichimecas abandonados por encontrar la paz y la estabilidad sin la ayuda de los aliados que habían perdido.
Solos y vulnerables, los chichimecas se convirtieron nuevamente en nómadas, y ahora se aclara el mensaje final de las historias nahuas: no solamente contaban historias emocionantes sobre la forja de alianzas y las dramáticas crisis que los separarían. Lo que en realidad aprendió Chimalxóchitl cuando, siendo niña, escuchaba a los ancianos alrededor del fuego, fue que su pueblo estaba destinado a sobrevivir. Su creador se haría cargo de ello. Uno de los historiadores hizo que un personaje dijera:
Aquí nos ha destinado, nos ha vertido, nuestro creador, nuestro hacedor. ¿Acaso aquí ya esconderemos nuestro rostro y nuestra boca? [es decir, ¿tendremos que morir?]. ¿Qué es lo que dice, de qué manera nos pone a prueba nuestro creador, nuestro hacedor […]? Él sabe si ya aquí nos destruirá. ¿Cómo lo dispondrá en su corazón? ¡Oh tolteca! Tengamos confianza en lo alto, ¡anímense!29
Chimalxóchitl comprendió que su pueblo merecía sobrevivir porque sus miembros amaban la vida y luchaban por ella, echando mano de su inteligencia, su amor y su ferocidad, cada uno a la vez, según fuera necesario, y se esperaba que los jóvenes continuaran con la misma tradición.
Según este relato, los chichimecas-toltecas se descubrieron viviendo como sirvientes de otra tribu antigua más poderosa. Fueron degradados, sufrieron hambre, no podían adorar a sus propios dioses de forma apropiada. No tenían armas ni forma de luchar. Pero con ingenio idearon un plan. Se ofrecieron a asumir la responsabilidad de manejar las festividades de una fiesta religiosa próxima. Había que ejecutar un baile que requería armas. Su líder fue a hablar con los jefes de los señores, pidiéndoles permiso para que su gente recogiera fragmentos de armas para usarlos en la actuación. Regresó con el permiso necesario y se dirigió a los jóvenes de su comunidad con lágrimas en los ojos. El destino de su pueblo estaba ahora en sus manos. “¡Oh, hijos míos; oh, tolteca, id con voluntad!”, gritó. El relato seguía así:
Luego ya se dispersan para ir a pedir prestado, les dicen a los habitantes:
—A ti te pediremos prestadas tus insignias viejas, tu escudo viejo, tu macana vieja; no nos vayan a dar sus propiedades buenas y las rompamos.
Les responden:
—¿Qué van a hacer? Dónde las van a usar?
Dicen:
—Escuchen, danzaremos para los tlatoque, con ellas bailaremos en el hogar, en el interior de la casa, del pueblo, de ustedes.
Contestan:
—¿Acaso quieren nuestras insignias buenas?
Dicen: —No, oh hijo, sólo aquellas insignias viejas que están tiradas por ahí, donde arrojan el agua de nixtamal. Nosotros las repararemos y con ellas alegraremos a los tlaloque, nuestros teuhctli. […]
Luego ya andan por todos lados, andan buscando por los patios, entre las casas. Llegan, en algunas partes, a la hora de la comida y bebida pero no los invitan; a su costa inventan cosas, se ríen de ellos.
Y ellos se