El quinto sol. Camilla Townsend

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Название El quinto sol
Автор произведения Camilla Townsend
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786079909970



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el pasado. Los dos hombres se prepararon para el sacrificio: el orgulloso héroe recibió hermosos y preciosos accesorios, pero Nanahuatzin sólo recibió baratijas de papel, cañas y agujas de pino. Por fin llegó el momento y el héroe se adelantó: “Y como el fuego era grande y estaba muy encendido, como sintió el gran calor del fuego, hubo miedo; no osó echarse en el fuego; volvióse atrás. Otra vez tornó para echarse en el fuego haciéndose fuerza, y llegándose detúvose […], pero nunca se osó echar.” Los dioses se volvieron hacia Nanahuatzin y le dijeron: “Y como le hubieron hablado los dioses, esforzóse y, cerrando los ojos, arremetió y echóse en el fuego. Y luego comenzó a rechinar y respendar en el fuego, como quien se asa.” Después de que los dioses “estuvieron gran rato esperando, comenzóse a parar colorado el cielo, y en toda parte apareció la luz del alba”. Sin ostentación, Nanahuatzin hizo lo necesario para salvar la vida en la tierra.1

      Los mexicas eran grandes narradores de historias y escribieron muchas de ellas en el siglo XVI, en los años posteriores a la conquista: los frailes españoles les enseñaron a los jóvenes mexicas a transcribir el sonido por medio del alfabeto latino y los jóvenes utilizaron esa nueva herramienta para poner por escrito muchas de las interpretaciones orales que hacían de su historia, aunque ésa no había sido la intención original de los españoles: los afanosos frailes les enseñaron el alfabeto a los niños para que pudieran estudiar la Biblia y los ayudaran a difundir los principios del cristianismo; no obstante, los estudiantes mexicas no se sintieron limitados en las maneras de aplicarlo. No se sorprendieron por el principio de la escritura, debido a que su gente ya tenía una tradición de símbolos pictográficos normalizados que habían empleado durante mucho tiempo para crear hermosos libros de hojas plegadas, algunos para que los sacerdotes hicieran sus vaticinios y otros para el uso de los funcionarios que mantenían los registros de los pagos de tributos y de los límites de las tierras. Ninguna de esas obras sobrevivió a las hogueras de los conquistadores, pero el hecho de que alguna vez hayan existido resultó ser importante: los mexicas vieron de inmediato lo valioso que sería adoptar el nuevo sistema fonético: podrían usarlo para registrar cualquier cosa que quisieran y escribirla no solamente en español, sino también para representar el sonido de las palabras y oraciones en su propio idioma, el náhuatl.

      En la intimidad de sus propios hogares, lejos de la mirada de los españoles, lo que los hablantes de náhuatl escribieron con mayor frecuencia fue su historia. Antes de la conquista, tenían una tradición llamada xiuhpohualli, que significa “cuenta del año” o “cuenta anual”, si bien los historiadores occidentales aplicaron a esas fuentes el término anales. En los viejos tiempos, los historiadores experimentados se ponían de pie y narraban la historia de su pueblo en reuniones públicas en los patios de los palacios y los templos; procedían cuidadosamente, narrando año tras año, y, en los momentos de mayor dramatismo, diferentes oradores se adelantaban para cubrir el mismo periodo una vez más, hasta que todas las perspectivas tomadas en conjunto daban la comprensión de toda la serie de acontecimientos. El patrón imitaba el formato rotativo y recíproco de todos los aspectos de su vida: en su mundo, las tareas eran compartidas o pasaban de un grupo a otro, de modo que ningún grupo tuviera que ocuparse de algo desagradable todo el tiempo o que a ninguno se le concediera un poder ilimitado siempre. En esas representaciones, se relataban por lo general historias que eran de interés para el grupo más numeroso: el surgimiento de gobernantes y, más tarde, su muerte (oportuna o inoportuna), las guerras que libraron y las razones de esas guerras, los fenómenos naturales notables y las celebraciones importantes o las horripilantes ejecuciones. Aunque había preferencia por ciertos temas, los textos difícilmente carecían de personalidad: diferentes comunidades y diferentes individuos incluían detalles distintos. Los cismas políticos eran ilustrados por medio de un colorido diálogo entre los dirigentes de las diferentes escuelas de pensamiento. En ocasiones, los oradores incluso se deslizaban al tiempo presente al pronunciar las líneas de tales dirigentes, como si fueran actores de una obra de teatro, y, de cuando en cuando, hacían preguntas a voz en cuello a las que se esperaba que algunas personas de entre el animado público dieran respuesta.2

      Después de la conquista, los jóvenes adiestrados en el alfabeto latino comenzaron a escribir lo que narraban varios ancianos, transcribiendo cuidadosamente sus palabras en papel y, después, almacenando los folios en un estante especial o en una caja bajo llave, otra innovación muy apreciada que los españoles habían traído. A medida que avanzaba la época colonial y cada vez menos personas recordaban los tiempos antiguos, el género se volvió más conciso, un simple registro anual de los principales acontecimientos; no obstante, los autores se aferraron con tesón al formato tradicional de año por año, que en general incluye el calendario del antiguo régimen, avanzando de la parte superior de la página a la parte inferior o, en algunas ocasiones, de izquierda a derecha, a lo largo de una extensa tira. El estilo desmintió el estereotipo de que los indígenas americanos necesariamente pensaban de manera cíclica, debido a que esos relatos siempre eran lineales, planteaban teorías de causa y efecto, ayudaban a los lectores u oyentes a comprender cómo habían llegado al momento presente y les enseñaban lo que necesitaban saber sobre el pasado para avanzar hacia el futuro. Algunos escritores eran descendientes de los propios conquistadores mexicas; algunos más, de los amigos y colegas de estos últimos, y otros, de sus enemigos. Don Domingo Chimalpahin, originario de la conquistada ciudad de Chalco, fue el más prolífico de esos historiadores indígenas: llenó cientos de páginas con una caligrafía muy clara y utilizó materiales que otras personas habían escrito en tiempos más cercanos al momento de la conquista, así como las representaciones que la gente hacía para que él las transcribiera. Durante el día, trabajaba para los españoles en una de sus iglesias, pero, por las tardes, el tiempo era suyo.

      Durante un tiempo excesivamente prolongado, poco se ha hecho con los xiuhpohualli, los anales: están escritos en una lengua que relativamente pocas personas pueden leer y su enfoque de la historia es muy diferente del de los occidentales, por lo que puede ser difícil entenderlos y, en consecuencia, han parecido preferibles otras fuentes, a partir de las cuales fueron escritos algunos libros excelentes;3 no obstante, vale la pena considerar cuidadosamente las historias mexicas: recompensan la paciencia, tal como acostumbraban hacer los propios mexicas.

      En los anales, podemos escuchar a los mexicas, que hablan, cantan, ríen y gritan. Resulta que el mundo en el que vivían no puede caracterizarse como naturalmente mórbido o vicioso, a pesar de que ciertos momentos sí lo eran: tenían complejos sistemas en materia de política y comercio que eran muy efectivos, pero eran conscientes de haber cometido errores: estaban agradecidos con sus dioses, aunque en ocasiones lamentaban la crueldad de sus divinidades; criaban a sus hijos para que hicieran lo correcto por su propia gente y se avergonzaran del egoísmo, aun cuando algunas personas mostraban a veces ese rasgo; creían profundamente en que debían apreciar la vida: bailaban de alegría, cantaban sus poemas y les encantaba un buen chiste; no obstante, mezclaban los momentos de ligereza, humor e ironía con las ocasiones cargadas de patetismo o gravedad. No podían soportar un piso sucio, porque parecía indicar un desorden más profundo; sobre todo, eran flexibles: a medida que las situaciones cambiaban, demostraron repetidamente ser capaces de adaptarse. Eran expertos en sobrevivir.

      Un día, en una biblioteca, algunas palabras en náhuatl de uno de los textos de Chimalpahin cayeron de repente en su lugar y escuché a una inhueltiuh, una hermana mayor mexica, que les gritaba a sus enemigos: la habían capturado y ella exigía que la sacrificaran. Sorprendentemente, se desvió del guión que, según me habían enseñado, uno debía esperar: no amenazaba a sus enemigos ni sucumbía ante ellos como una víctima maltratada, ni estaba prometiendo, moralista o fatalistamente, morir con el propósito de apaciguar a los dioses y mantener intacto el universo; no, estaba furiosa por una situación política específica sobre la que, finalmente, yo había leído ya lo suficiente como para comprenderla: estaba demostrando su arrojo. En ese momento, comprendí que esas personas a las que estaba empezando a conocer comprendiendo sus propias palabras eran demasiado complejas como para encajar en los marcos que les habían sido impuestos desde hacía mucho tiempo, unos marcos basados en las fuentes antiguas: los silenciosos restos arqueológicos y los testimonios de los españoles. Sus creencias y prácticas cambiaban a medida que las circunstancias lo hacían, y solamente al escucharlas hablar sobre los acontecimientos que experimentaron pude llegar a comprenderlas realmente.