El quinto sol. Camilla Townsend

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Название El quinto sol
Автор произведения Camilla Townsend
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786079909970



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dijeron e hicieron: solamente avanzando con sus propios relatos de su historia, prestando mucha atención a todo lo que ellos mismos expresaron, pude llegar a comprender sus creencias en evolución y su sentido de sí mismos en transformación.

      Este libro, que tiene sus raíces en los anales en lengua náhuatl, propone cinco revelaciones sobre los mexicas. Primera: aunque se ha supuesto que su vida política giraba en torno a esa creencia suya motivada religiosamente en la necesidad del sacrificio humano para mantener felices a los dioses, los anales indican que esa noción nunca fue primordial para ellos. De forma tradicional, se ha dicho que los mexicas creían que tenían que conquistar a otros pueblos para obtener el número requerido de víctimas, o alternativamente —como han afirmado algunos cínicos— que tan sólo afirmaban que debían hacerlo por esa razón con el propósito de justificar su deseo inherente de dominio; sin embargo, las propias historias de los mexicas indican que entendían con claridad que la vida política no giraba en torno a los dioses o a las afirmaciones sobre los dioses, sino en torno a la realidad de los cambiantes desequilibrios de poder. En un mundo en el que los gobernantes tenían muchas esposas, un gobernante podía engendrar literalmente decenas de hijos, entre los cuales se desarrollaban facciones en función de quiénes eran sus madres. Una facción más débil en una ciudad-Estado podría aliarse con una banda de hermanos perdedora de otra ciudad-Estado y, juntas, podrían derrocar repentinamente al linaje familiar dominante y cambiar el mapa político de una región. Los escritores de los anales explicaron casi todas sus guerras desde el punto de vista de esa forma de Realpolitik basada en los sexos; los prisioneros de guerra que terminaban enfrentando el sacrificio eran por lo general da-ños colaterales de esas luchas genuinas. Solamente hacia el final, cuando el poder mexica había aumentado de manera exponencial, surgió una situación en la que decenas de víctimas fueron brutalmente asesinadas con regularidad y con el propósito de hacer una espeluznante declaración pública de poder.

      Segunda: ha habido una problemática tendencia a considerar que algunas personas del mundo mexica eran malas y otras, buenas. ¿Qué más podría explicar la convivencia de los brutales guerreros al lado de los gentiles agricultores de maíz, o a los esclavistas en una tierra de hermosa poesía?; sin embargo, los mismos individuos podían ser agricultores en una temporada y guerreros en otra; el hombre que al anochecer soplaba la caracola y cantaba profundos poemas podía ordenar a una aterrorizada esclava que lo visitara más tarde esa noche. Al igual que otras culturas dominantes, ejercían la mayor parte de su violencia en los márgenes de su mundo político, y esa decisión hizo posible la riqueza que permitió que creciera y floreciera una ciudad gloriosamente hermosa, una ciudad llena de ciudadanos que tenían el tiempo de ocio y la energía para escribir poesía, preparar aromáticas bebidas de cacao y, en ocasiones, debatir sobre la moral.

      Tercera: ha corrido una gran cantidad de tinta sobre la interrogante de si los europeos habrían podido derrocar un reino como ése, pero cada generación de eruditos ha ignorado ciertos aspectos de la realidad que los propios mexicas reconocieron explícitamente en sus escritos. Hasta finales del siglo XX, los historiadores condenaron a los mexicas al fatalismo y la irracionalidad, reprimiendo regularmente las abundantes pruebas de su inteligente estrategia. En tiempos más recientes, se asumió que un odio generalizado contra los mexicas provocó que otros pueblos se aliaran con los españoles y, en consecuencia, los derrotaran; sin embargo, la familia real mexica estaba emparentada con casi todas las familias gobernantes en aquella tierra. Algunos pueblos los odiaban, pero otros aspiraban a ser como ellos. Lo que es evidente en todas partes de los anales históricos es el reconocimiento de un gran desequilibrio de poder tecnológico en relación con los españoles recién llegados, desequilibrio que exigía un rápido ajuste de cuentas. Algunos pensaban que era posible que la crisis corriente fuese la ocasión de la guerra que pusiera fin a todas las guerras y muchos querían estar del lado de los vencedores a la hora de entrar en una nueva era política.

      Cuarta: aquellos que vivieron la guerra con los españoles y luego sobrevivieron a la primera gran epidemia de enfermedades europeas descubrieron con sorpresa que el sol seguía saliendo y poniéndose, y que aún tenían que hacer frente al resto de su vida. Casi no había tiempo para compadecerse de sí mismos. Los niños sobrevivientes se estaban convirtiendo en adultos con sus propias expectativas y los niños nacidos después del cataclismo no tenían recuerdos de los acontecimientos que habían atemorizado a sus mayores. Asombrosamente, los anales revelan que no fueron sólo los jóvenes quienes demostraron estar dispuestos a experimentar con los nuevos alimentos y técnicas, animales y dioses traídos por la gente del otro lado del mar. Algunos que ya eran adultos cuando llegaron los extraños ayudaron a demostrar la importancia del alfabeto fonético, por ejemplo, o de aprender a construir una nave más grande que cualquier canoa anterior o una torre rectangular en lugar de una piramidal. No todos mostraron esa curiosidad y ese pragmatismo notables, pero muchos sí lo hicieron; además, la gente demostró ser experta en la protección de su propia cosmovisión, incluso al mismo tiempo que adoptaba los elementos más útiles de la vida española.

      Finalmente, en el transcurso de las dos generaciones siguientes, cada vez más personas se vieron obligadas a lidiar con la enormidad de las políticas económicas extractivas que los españoles introdujeron y un número incluso mayor experimentó una mayor injusticia en función de su raza; incluso entonces, no obstante, no fueron destruidos y lograron mantener el equilibrio. Al igual que muchos otros pueblos en otras épocas y lugares, tuvieron que aprender a aceptar su nueva realidad para no perder la razón. Ciertos personajes de la generación de los nietos, como el historiador Chimalpahin, se dedicaron a escribir todo lo que podían recordar sobre la historia de su pueblo con el propósito de que no se perdiera para siempre, y se convirtieron en verdaderos eruditos, aun cuando los españoles no los reconocieron como tales. Sus esfuerzos son los que ahora nos permiten la reconstrucción de lo que su pueblo pensaba en otros tiempos. En resumen, los mexicas fueron conquistados, pero también se salvaron a sí mismos.

      Los narradores mexicas de la historia, que antaño la representaban en las noches iluminadas por las estrellas, serían los primeros en recordarnos que, más allá de cualquier lección que podamos derivar de ella, la historia real es emocionante. El drama de la especie humana constituye por sí mismo un buen relato y el pasado mexica no es una excepción: toda historia suya que se escriba debe explorar la experiencia de un pueblo antes muy poderoso que enfrentó un desastre indescriptible y sobrevivió lo mejor que pudo. A pesar de la importancia de la conquista española, ésta no fue una historia del origen ni un final absoluto: los mexicas habían vivido durante siglos y todavía se encuentran entre nosotros. Hoy, alrededor de 1.5 millones de personas hablan su idioma y muchas más se consideran herederas de los mexicas. En el pasado, los libros sobre ellos abordaron tan sólo el periodo inmediatamente anterior a la conquista, lo que condujo al crescendo de la conquista en un capítulo final, o comenzaron con un capítulo introductorio sobre los tiempos prehispánicos y la llegada de los europeos, para luego presentar un estudio del México posterior a la conquista. Este libro aborda el trauma de la conquista, pero también se ocupa de la supervivencia y la continuidad, una paradoja que refleja la naturaleza de la experiencia real vivida tras cualquier guerra devastadora. En él, la conquista española no es introductoria ni culminante: es un eje fundamental.

      La historia comienza en el pasado lejano. En la antigüedad, el gran sistema de comercio mundial mesoamericano se extendía hasta el actual estado de Utah, en Estados Unidos; por ejemplo, un mineral ornamental —al que a menudo nos referimos como jade— viajaba por rutas comerciales desde la cuenca central de México hasta el santuario interior del cañón del Chaco, en lo que ahora es Nuevo México, y la turquesa del norte se abría camino hacia el sur. Cuando los grandes estados productores de maíz del centro de México cayeron, las noticias pasaron de boca en boca a los pueblos nómadas de lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos y, en épocas de sequía o privaciones, muchos grupos numerosos hicieron caso de los rumores y se mudaron al sur, buscando conquistar tierras fértiles y tener una nueva vida. No tenían caballos, pero aprendieron a viajar ligeros, a moverse a una velocidad asombrosa y emplear tácticas mortales. Ola tras ola, tomaron la cuenca central; los nombres de sus dirigentes y de los dioses que los aconsejaban se convirtieron en leyenda, y surgió una serie de grandes civilizaciones que fusionaron las prácticas de los antiguos productores de maíz con las ideas de los innovadores y atrevidos recién llegados. Los últimos