Название | La comuna de Paris |
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Автор произведения | Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014177 |
Al sonar el silbato de las elecciones, la decoración tan laboriosamente preparada apareció tal cual, dejando ver a los conservadores preparados, en pie, con sus listas en la mano. ¡Qué lejos estaba el mes de octubre, en que en muchos departamentos no se habían atrevido a presentar candidatos! El decreto sobre los inelegibles no alcanzó más que a algunos náufragos. La coalición no tenía ninguna necesidad de los carcamales del Imperio, ya que había formado cuidadosamente un personal de nobles de cola, grandes ganaderos y lobos cervales de la industria. El clero, con extraordinaria habilidad, había unido en sus listas a legitimistas y orleanistas, echando los cimientos de la fusión. Los votos se recogieron como si se tratase de un plebiscito. Los republicanos trataron de hablar de una paz honrosa. El campesino no tuvo oídos más que para la paz a toda costa. Las ciudades apenas se defendieron, a lo sumo, eligieron diputados liberales. Solo algunos puntos sobrenadaron en el océano de la reacción. La Asamblea albergó, entre 750 miembros, 450 monárquicos de nacimiento. El jefe aparente de la campaña, Thiers el rey de los liberales, salió elegido en veintitrés departamentos.
La conciliación a todo trance podía igualarse con Trochu. Uno había desprestigiado a París; la otra, a la República.
56.- Encuesta parlamentaria sobre el 4 de septiembre: Jules Favre.
57.- Encuesta parlamentaria sobre el 4 de septiembre: Petetin, de Lareinty.
58.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Garnier-Pagés.
59.- Etienne Arago. (N. del ed.)
60.- Tenaille-Saligny, Tirard, Bonvalet, Greppo, Bertillon, Hérisson, Ribeacourt, Carnot, Ranc, O’Reilly, Mottu, Grivot, Pernolet, Asseline, Corbon, Henri Martin, F. Favre, Clemenceau, Richard, Braleret.
61.- Encuesta sobre el 4 de septiembre.
62.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.
63.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.
64.- Jaclard, Vermorel, G. Lefrançais, Félix Pyat, Eudes, Levrault, Tridon, Ranvier, Razoua, Tibaldi, Goupil, Vésinier, Regere, Maurice Joly, Blanqui, Milliére, Flourens. Estos tres últimos pudieron escapar. Félix Pyat se salvó gracias a una payasada, escribiendo a Emmanuel Arago: «¡Qué lástima que sea prisionero tuyo; hubieras sido mi abogado!».
65.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Jules Ferry.
66.- Véanse las actas de la Defensa, arregladas por el abogado Dréo, yerno de Garnier-Pagès.
67.- «Vamos, pues, a hacer escaldarse un poco a la guardia nacional, ya que ella lo quiere», decía un coronel de infantería, molesto por este asunto. - Encuesta sobre el 4 de septiembre: coronel Chaper.
68.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Corbon (t. 4, p. 389).
69.- Jules Simon: Recuerdos del 4 de septiembre.
70.- Grotesco patán, personaje de Molière. (N. del T.)
71.- Encuesta sobre el 4 de septiembre: Gambetta. (T. 1, p. 561.)
Capítulo III Primeros ataques de la coalición contra París. Los batallones de la guardia nacional se federan y se incautan de sus cañones Los prusianos entran en parís
Ni el jefe del Poder ejecutivo, ni la Asamblea Nacional, apoyándose el uno en la otra y fortaleciéndose mutuamente, provocaron en modo alguno la insurrección parisina.
Discurso de Dufaure contra la amnistía
Mayo del 76
¡Qué dolor! después de la invasión, la cámara inencontrable. ¡Haber soñado con una Francia regenerada que con poderoso vuelo se lanzara hacia la luz, y sentirse retroceder medio siglo, bajo el yugo del jesuíta, del terrateniente brutal, en plena congregación! Hubo hombres cuyo corazón estalló. Muchos hablaban de expatriarse. Algunos zascandiles decían: «Esta Cámara es cosa de una hora; lo único que se le ha encomendado es la paz o la guerra». Los que habían seguido la conspiración, al ver a estos devotos de sotanas de color violeta, comprendieron que semejantes hombres no dejarían a Francia antes de haberla hecho pasar bajo su rodillo.
El odio a París
Cuando los escapados de París, todavía estremecidos de patriotismo, con los ojos hundidos pero brillantes de fe republicana, llegaron al Gran Teatro de Burdeos donde se reunía la Asamblea, se encontraron delante de cuarenta años de odios hambrientos. Notoriedades de villorrio, castellanos obtusos, mosqueteros de cabeza de chorlito, dandies clericales y reducidos, para expresar ideas de 1815 a los terceros papeles de 1849; todo un mundo de cuya existencia no sospechaban las ciudades, alineado en orden de batalla contra el París ateo, contra el París revolucionario que había hecho tres Repúblicas y arrollado tantos dioses. Desde la primera sesión reventó su hiel. Al fondo de la sala, un viejo, solo en su banco, se levanta y pide la palabra. Bajo su amplia capa, flamea una camisa roja. Es Garibaldi. Ha querido responder al oír su nombre. Ha querido decir, en una palabra, que rehusa el acta con que París le ha honrado. Los aullidos cubren su voz. Sigue de pie, alza su mano reseca que ha tomado una bandera a los prusianos. Arrecian las injurias. El castigo cae de las tribunas. «¡Mayoría rural! ¡Vergüenza de Francia!», grita la voz sonora de Gaston Crémieux, de Marsella. Los diputados se vuelven, amenazan. Los bravos y los desafíos siguen cayendo de las tribunas. Al salir de la sesión, la multitud aplaude a Garibaldi. La Guardia Nacional le presenta armas, a pesar de Thiers, que apostrofa al oficial que la manda. El pueblo vuelve al día siguiente, forma fila delante del teatro y obliga a los diputados reaccionarios a aguantar sus aclamaciones republicanas. Pero ellos conocen su fuerza y atacan desde el momento en que se abre la sesión. Un rural, apuntando a los representantes de París, exclama: «¡Están manchados por la sangre de la guerra civil!». Uno de los elegidos de París grita: «¡Viva la República!». Los rurales responden: «¡Vosotros no sois más que una fracción del país!». Al día siguiente, el teatro fue rodeado por tropas que rechazaron a distancia a los manifestantes.
Al mismo tiempo, los periódicos conservadores unían sus silbidos contra París, y negaban hasta sus sufrimientos. La Guardia Nacional había huido ante los prusianos; sus únicos hechos de armas eran el 31 de octubre y el 2 de enero; nadie más que ella tenía la culpa de la derrota, ya que hizo fracasar con la sedición los magníficos planes de Trochu y de Ducrot. Estas ideas fructificaban en una provincia que desde hacía mucho tiempo era terreno abonado para ellas. Hasta tal punto llegaba su ignorancia de los sucesos del sitio, que había elegido (y a algunos varias veces) a Trochu, Ducrot, Jules Ferry, Pelletan, Garnier-Pagès y Emmanuel Arago, a quienes París no había concedido la limosna del voto.
Correspondía a los representantes de París hablar del sitio, de las responsabilidades, de la significación del voto parisino, alzar contra la coalición monárquico-clerical la bandera de la Francia republicana. Se callaron o se limitaron a celebrar reuniones pueriles de las que Delescluze salía lastimado, como cuando abandonó la reunión de los alcaldes. Los Epiménides del 48 respondían con banalidades al estruendo de armas del enemigo. La respuesta de los menos viejos fue que había que esperar a ver cómo se presentaban las cosas.
Estas elecciones, estas amenazas, los insultos a Garibaldi y a sus representantes, todos estos golpes sucesivos cayeron sobre un París febril, mal abastecido, al que llegaba mal la harina (el 13 de febrero, Belleville había recibido solamente 325 sacos, en lugar de 800). Esta era, pues, la recompensa de cinco meses de dolor y de tenacidad. Las provincias, a las que París había apelado durante todo el sitio y hacia las cuales tendía los brazos, le gritaban: «¡cobarde!», lanzándole de Bismarck al rey. Pues bien, si era preciso, París defendería él solo la República contra aquella Asamblea rural. El peligro inminente, la dura experiencia de las divisiones del sitio, concentraron las voluntades, forjaron de nuevo un alma colectiva a la gran ciudad. La Guardia Nacional empezó a cerrar filas.