Condenados. Giovanni de J. Rodríguez P.

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Название Condenados
Автор произведения Giovanni de J. Rodríguez P.
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789585331839



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lindo, ella merece descansar. Solo que es agotador lidiar con los estudiantes y luego salir corriendo para el hospital y verla tan frágil. En la universidad algunos miran más mi trasero que lo que escribo en la pizarra. A veces siento que pierdo el tiempo.

      —No los culpo. Yo haría lo mismo. —Juan se acercó y la estrechó con sus brazos, la miró fijamente a los ojos y dejó caer las manos por la espalda.

      —Suéltame, no más Juan. Estamos hablando. —Él la soltó mientras se mordía los labios, aún sentía en su mano derecha el voluptuoso volumen del seno izquierdo de Ana.

      —Te lo advertí, vivimos en otra cultura y en otra época. Los estudiantes no son como éramos nosotros. Tenemos que desgastarnos más para que aprendan. Usan uno de los cientos de wereables del mercado, una cámara de realidad aumentada o leen un hipertexto y ya está, tienen toda la información en línea y en 3D. No podemos motivarlos con palabras a que descubran secretos en los números si todo el tiempo se exponen a estímulos visuales incontenibles como el firme y redondo trasero de la profesora.

      —Eso es porque la mayoría son holgazanes y libidinosos. Facilistas es lo que son.

      —No seas tan dura, son estudiantes de tercer semestre. Algunos no han superado la pubertad y todavía tiene las hormonas calientes. Están biches, no entienden la importancia de tener una profesión, incluso muchos deben estar inseguros de la carrera que eligieron. Ana, ten en cuenta que los jóvenes de ahora son… más prácticos. Estudian menos y sacan mejores notas.

      —A mí no me sacan buenas notas, nadie pasa de tres con cinco.

      —Les exiges más de lo que debes… —Juan hizo una pausa para tomar aliento y con la mirada se la comió a besos. La frustración de Ana siempre se alojaba en los labios con una mueca de niña de ocho años similar a la que hace cuando tiene un orgasmo—. Linda, percibo que al ver las caras núbiles de tus alumnos viajas al auditorio que precedía tu profesor favorito de matemáticas. Ten presente que tus alumnos no tienen un IQ de 170.

      Ana abrió los ojos como gesto de protesta.

      —Juan, les enseño para que se exijan y den más de lo que pueden dar. La educación no se trata de ir en busca de la ciencia cultivada por otros, cualquiera puede abrir un libro e instruirse. Ellos deben explorar sus mentes y generar conocimiento con bases sólidas, bases que yo llevo como regalos al aula de clase. Pero no lo hacen, aprenden como loros, ¿sabes por qué? … Porque prefieren rumbear, beber y follar. Queman más energía pensando en sus parejas que en mi asignatura.

      —Amor, no generalices, debes tener alumnos dedicados, serios y comprometidos. Según leí en una revista académica, en cada semestre debe haber por lo menos diez nerds ávidos de conocimiento que se avergonzarían de ver tu trasero. —Juan se mordió el labio y observó la expresión de inconformidad de Ana. La chispa palpitante en la mirada de Juan le insinuaba a su esposa que quería llevársela a la cama; sin embargo, conociendo las buenas intenciones de Juan, Ana no mostró ningún código de aprobación, le dolía el cuerpo y necesitaba descansar. Se miraron en silencio y él entendió que esta noche no habría sexo—. Entonces, ¿eso es lo que te mortifica? Que tus competencias como docente se quedaron cortas con tus estudiantes.

      —No lo es… o tal vez. Amo la docencia, aunque solo me entiendan la mitad. Creo que todo esto es por mamá. Ya acepté que se marche, pero cada vez que pienso en ello se me salen las lágrimas.

      —¿Qué le pasó? De verdad dime cuál es su estado de salud, ¿se agravó?

      —Mery dice que enloqueció al ver la lluvia de cartas. Le aplicaron un medicamento para calmarla y reaccionó mal. Le produjo bradicardia y casi le da un infarto.

      —¿Ya está mejor?

      —Está estable. Sin embargo, como te dije, los médicos la dejarán en observación.

      —Pobre, en este mes se ha desmejorado mucho. Ojalá pudiéramos hacer algo, ¿Guillermo lo sabe?

      —Claro que lo sabe. Gabriel lo llamó y no le prestó mucha atención. El país lo convirtió en un apestoso ogro. Le interesa más su trabajo que la salud de mamá.

      —No es eso. Parece que tiene un caparazón de piedra, pero es un hombre muy sensible, y tú lo sabes mejor que nadie. Lo que sucede es que él debe seguir resentido. Los tres no han hecho las paces. Ya es hora de echarle tierra a esas discordias que no conducen a nada bueno. Lo que pasó, ya pasó y son familia, ojalá yo tuviera al menos un hermano.

      —Todos estamos resentidos y todos tenemos por qué estarlo. Me da lástima porque él no conoce toda la verdad. Hoy Gabriel me dijo que está muy preocupado por cosas que mamá le contó.

      —¿Gabriel preocupado? Pero cómo; eso sí es una novedad. Ese hombre cada vez que se preocupa se acaba el vino de consagrar y ya está… otra vez como si nada, ¿se le acabó el vino?

      —No, y no digas eso, solo dos veces tomó de esa manera. Le pregunté qué le preocupaba, pero se negó a contarme. Creo que es algo que mamá le confesó en algún momento de conciencia.

      —Gabriel no debería ser su confesor.

      —Pienso igual; según él, los nuevos cánones lo avalan en condiciones extremas.

      —Si sabe algo no lo dirá para no quebrantar el sigilo sacramental.

      Juan encendió la televisión mientras ella se tumbó en la cama y acomodó la almohada entre los muslos para indicarle a Juan que podía montarla… Juan no la vio.

      —Lindo, todo el mundo habla del mensaje. Mejor apaga la televisión, hay mejores cosas para hacer. —Sus tonificados muslos apretaron la almohada y su ingle sintió una ligera corriente eléctrica palpitar entre las piernas.

      —Es la noticia del momento, además quiero enterarme un poco más sobre los daños de la tormenta solar. —Juan seguía mirando los videos de aficionados realizados cuando cayeron las cartas. El efecto caleidoscópico era indescriptible, mejor que juegos artificiales. Ana tensó los muslos y sintió impaciencia en la entrepierna, una nueva ráfaga de energía la atravesó dejándole una sensación de suaves pulsaciones en medio de los labios.

      —Hombre, te digo que hay mejores cosas qué hacer.

      —Amor, no lo sé. A esta hora ya debió terminar el juego de la NBA, seguro los Lakers ganaron, este año ganarán las finales. —Ana sintió rabia y se dijo a sí misma que él se lo perdía. Sacó de un tirón la almohada y la tiró con ira hacia un rincón de la habitación—. Linda, ¿pasa algo?

      —Nada, no pasa nada, eso es lo que pasa. —Ambos se quedaron callados—. Pacheco, ¿tienes alguna idea de lo que está pasando?

      —¿Estás enojada?

      —No… ¿por qué lo dices?

      —Siempre me llamas por el apellido cuando te enojas.

      —No es nada, deben ser los electrones cósmicos que afectan mi hipotálamo o esas putas cartas que tienen locos a todos. Entonces, ¿nadie sabe de dónde vienen y a qué se refieren?

      —Amor, hay indicios de que es terrorismo psicológico. Están trabajando en ello. Tú sabes que no le doy importancia a esas cosas. Y hasta donde supe tu hermano tampoco.

      —La amenaza de las cartas es real, tan real como la tormenta solar.

      —¿Por qué lo dices?

      —No estoy segura, es una corazonada.

      —¡Un científico con corazonadas! Eso sí que es raro…

      —Las corazonadas son secretos decodificados por el inconsciente sin que la razón aún los acepte. Wolfgang Pauli tuvo una corazonada cuando experimentó con la radiación beta y los resultados contradijeron el principio de conservación de energía, y así predijo la existencia de los neutrinos. Y por cierto, hablando de neutrinos, el Super-Kamiokande detectó una ráfaga de neutrinos con energía superior a diez mil teraelectrovoltios, indicio de que estas partículas vienen