Название | Condenados |
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Автор произведения | Giovanni de J. Rodríguez P. |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585331839 |
—Teresita ha estado con nosotros más de veinte años, es normal que sienta dolor al ver a mamá así. Pero lo de Mery me deja consternado.
—No le prestes atención, ella no es la joven que conocimos cuando éramos adolescentes, es muy desprendida y su profesión la volvió una mujer fría.
—Mamá se repondrá, con la ayuda de Dios. —Otro silencio—. ¿Qué dicen los médicos?
—Está controlada, al parecer fue por una repentina subida de la presión. Le están haciendo exámenes para descartar problemas en las arterias coronarias.
—¿Qué está haciendo?
—Está despierta, ve la televisión y aplaude cada vez que muestran el fenómeno de las cartas. En todos los canales hablan de eso, incluso en los canales internacionales.
—Sí, parece que en el mundo nada más sucedió. Todas las demás noticias se eclipsaron con la dichosa lluvia de cartas. —Guillermo hizo una pausa, respiró hondo y recompuso el carácter frívolo que lo caracterizaba—. Dale mis saludos. Cuando termine un par de asuntos urgentes iré a visitarla.
Hubo un gran silencio entre los dos.
—¿Guillermo, por qué eres tan cruel? Sabe Dios que sus quebrantos de salud son…. —vaciló— una carga para su edad. Ya pasó lo que pasó, ella no recuerda nada. Tal vez todos te debemos un perdón, los tres debemos solucionar la situación.
—Los dos son responsables por lo que pasó; nunca entendieron que no tuve la culpa. He hecho todo por enorgullecer a mi familia y no ven mis esfuerzos. ¿Qué madre y qué hermano no quisiera tener a uno de los suyos en la presidencia?
—Por el amor de Dios, ¿no imaginas los dolores de cabeza que nos das? Ana está hecha un mar de lágrimas porque la gente no valora tus esfuerzos y cree que siempre estás en peligro.
—Y vos no parás de rezar… todos son unos santos.
—Solo Dios lo sabe, ¿qué podríamos hacer nosotros para atormentar a mamá?
—Que buen punto de comparación. Pierdo con cualquiera que me compares. Gabriel, estoy cansado de tus sermones. Nunca les ha gustado algo de lo que he hecho. Ya no me importa si lo ven bien o mal. Un país no necesita un santo para gobernar.
Guillermo estaba indignado; su familia no era profusa como las del siglo pasado en las que se contaban hasta veinte hermanos, sus padres habían tenido tres hijos (una exageración, dirían muchos para estos tiempos difíciles); Ana la menor es una científica, Gabriel el del medio es sacerdote, y él de profesión abogado. Aunque habían sido levantados de la misma manera con los mismos preceptos y valores, entre los tres había marcadas diferencias, eran pólvora y fuego; a sus padres les salieron canas cuando ellos llegaron a la adolescencia. Don Alfonso fue empresario del sector textil y doña Margarita una fiscal importante que, gracias a una herencia de un bisabuelo, amasó una fortuna inimaginable. Su carácter filántropo la hizo famosa en el ámbito nacional e internacional y sus constantes donaciones mantuvieron a decenas de instituciones lejos de la quiebra y sacaron de la miseria a familias enteras.
La hecatombe familiar llegó el día menos pensado, una noche mágica de navidad llena de luces y sueños tan perfecta, que nunca se imaginaron una cena de nochebuena empañada por la mayor de las tristezas. Fue hace cuatro años, la mesa estaba servida con el mejor champagne, postres, natilla, buñuelos, empanadas y toda clase de exquisitos manjares; todos sentados en derredor sonreían, fantaseaban, sus mentes volaban alentadas por los buenos vientos de sus proyectos, se acercaba un gran año lleno de expectativas, retos y éxitos. De repente, su padre se levantó y los miró con dulzura, como nunca los había mirado antes, la transparencia de su mirada brillaba con la humedad de una lágrima contenida; él no sabía cómo decirles… estropearía la velada y golpearía las vidas de quienes más amaba, pero debía hacerlo porque al día siguiente debía madrugar al hospital y su familia debía acompañarlo. Con un gran esfuerzo les reveló que estaba enfermo, le quedaba poco tiempo, y expresó su última voluntad.
Desde ese instante, la vida de la familia Pontefino Ibáñez se partió en dos.
Luego de escuchar a su padre, todos le manifestaron apoyarlo para cumplir su último deseo y se repartieron compromisos. En las siguientes semanas, Guillermo, acosado por la campaña política incumplió su parte del trato, su padre no pudo esperar y falleció. La enemistad entre la familia se instauró de tal manera que mes a mes florecieron los problemas, sobre todo entre Ana y Guillermo. En medio estaba el reconciliador Gabriel y la afligida doña Margarita que, como madre amorosa, nunca perdía la esperanza de ver reunida de nuevo a su familia; por más que intentaba resolver las diferencias, su inocente intervención las acrecentaba.
Al otro lado del teléfono el silencio se rompió con la voz afligida de Gabriel.
— Antes de entrar en la sala de urgencias mamá dijo que la muerte no vencería su amor por la familia y por este país. Ella solo tiene un aliciente para enfrentase a la vejez y es que estemos unidos como antes.
Guillermo sintió otro golpe en el estómago. Y de nuevo afloró la nostalgia y el miedo a perder a su madre.
—Dile a mamá que la amo.
—Se lo diré y también le daré un beso en la frente de tu parte. Pero debes venir cuando te quede fácil. Ella dice que tiene que contarte algo, que los defensores te ayudarán pero que debes saber la verdad.
—Mamá y sus misterios, siempre habla en clave cuando le viene en gana, ¿cómo es qué dice?... Ah, sí… “tengo un pacto con Dios, y Él me lo ha dicho todo al oído”. Igual que le ocurrió a Juana de Arco, las voces tejen el destino. Hermano, creo que son palabras sembradas por un cura malintencionado que pretende que la vida gire alrededor de sus creencias. Dile a mamá que la amo sin medida y que pronto iré a visitarla. Es una promesa.
—Es…
—Gabriel, ya viste las noticias. Tengo asuntos críticos que atender.
Guillermo colgó el teléfono y regresó la mirada hacia la ventana. El verdor del prado de nuevo aparecía. Sacó de su bolsillo una de las cartas y la leyó por segunda vez, su mente repasó cada palabra como un detective examina la escena de un crimen.
Castigaré a los impíos y pecadores.
Morirán los que se vistan de Caín.
“Si los mensajes solo hubieran caído en casa de mamá, pensaría que es obra de Gabriel” … si esta misiva en verdad es del cielo y Caín va a morir, por las calles pasará el ángel de Dios con espada en mano que es lo mismo que un asesino armado recorriendo los barrios; como mínimo en cada barrio habrá un Caín, y por cada Caín una madre que no entenderá por qué su hijo debe morir.
7. Antípodas de realidad
Siendo las ocho y media de la noche Leopoldo entró en uno de los recintos protocolarios del Palacio de Nariño ubicado en el primer nivel, el salón Luis XV. Levantó las cejas al ver el cuadro del masón Juan José Nieto Gil, el único presidente colombiano de origen afroamericano que ha tenido el país y que participó en la Guerra de los Supremos, guerra cuyas consecuencias fueron las constantes pugnas políticas entre los extintos partidos Liberal y Conservador. Se detuvo un instante frente al retrato y reparó en la imagen: observó con detenimiento que Nieto tenía la nariz recta y ancha igual que la de Guillermo. Este último miraba a su secretario con mutismo desde una silla. Casi nunca coincidían en dicho lugar, el presidente a veces pasaba de largo y otras veces entraba a ver otro retrato, el del expresidente Rafael Reyes a quien admiraba por construir la primera carretera del país y desarmar a la población civil entregando el privilegio del porte de armas al Estado. Además, a Guillermo le gustaba estar dentro del salón porque allí se sentía un verdadero soberano y el ensimismamiento que le regalaba dicho lugar