Condenados. Giovanni de J. Rodríguez P.

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Название Condenados
Автор произведения Giovanni de J. Rodríguez P.
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789585331839



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y miró hacia el cielo.

      Mery recogió la ropa de Margarita y la colocó encima de una silla, luego con un delicado y firme abrazo cubrió la desnudez de la anciana mientras Gabriel levantaba del suelo uno de los papeles. Tenía escrito un desconcertante texto, un acertijo…una amenaza. Luego tomó otra del piso y otra más para darse cuenta de que todas decían lo mismo.

      —Es un regalo del DF-2 —dijo Margarita y luego sonrió.

      La mirada fue perturbadoramente dulce, como la de un bebé que habla con los ojos y dice te amo. Mery sintió que se le aflojaron las piernas y suspiró. Guardaría esa mirada el resto de su vida como si se la hubiera regalado su propio angelito. Y en un segundo, sin saber de dónde venía tanta fuerza, Margarita se zafó de los brazos que la aprisionaban y, de nuevo desnuda, fue a jugar con los mensajes. Gabriel la tomó por la espalda con un abrazo cariñoso y firme.

      —Vamos, mamá, ya recibiste suficiente sol. —La llevó hacia la habitación y Mery los siguió.

      Margarita empezó a patalear y manotear, pidió a rabiar que la soltaran. Uno de sus tobillos rompió una matera de barro y un brazo tumbó uno de los cuadros, el golpe también le hirió la piel y un hilo de sangre goteó desde el antebrazo dejando una estela roja en la baldosa del corredor. En la habitación continuó la lucha hasta que Mery le inyectó un calmante. Antes de quedarse dormida, Margarita gritó tres veces: “DF-2 ya viene”. Mery no pudo dejar de sentir escalofríos. Esas palabras repetidas tres veces taconearon en su cerebro como una profecía que avecina un futuro perturbador. La anciana se quedó dormida. Le vendaron la herida y la arroparon con una manta de lana de merino.

      Gabriel notó un rasguño profundo en su brazo, la sangre había empañado su vestidura sacramental y el crucifijo debajo de ella; se tomó la cabeza con ambas manos y miró el retrato de su padre implorando ayuda para su madre.

      —Nunca la había visto así. Dios nos ayude.

      A Mery no le importó el episodio reciente de locura, había pasado por momentos peores; lo que la intranquilizó fue ver el crucifijo de Gabriel empapado de sangre. Sus ojos creyeron que la efigie cobraba vida y que la sangre de Gabriel era la sangre de Cristo. Espabiló un par de veces y giró la cabeza para apartar la mirada.

      —Gabriel, no te preocupes, es normal que estos pacientes tengan episodios violentos. Ella se había demorado para tener una reacción así. Llamaré al doctor Aravena para que la revise, seguro le ajustará la medicación. Salgamos de la habitación, dejémosla dormir.

      Ambos caminaron por el pasillo sin modular palabra, esquivaron las materas colgadas en la pared y llegaron al patio central de la casa. Notaron que los papeles resplandecían con los rayos del sol, había cientos. Mery se dedicó a amontonarlos en un rincón.

      —Mery, ¿no te da curiosidad?

      —No; debe ser publicidad.

      —Parece la broma de un desocupado. —Gabriel sintió escozor en el brazo, sacó un pañuelo y limpió un hilo de sangre que empezaba a melcocharse. Su teléfono móvil sonó y tardó unos segundos en contestar.

      —¿Se puede saber qué pasa contigo? —gruñó Guillermo.

      —Tranquilízate, ¿a qué te refieres?

      —Sabes bien a qué me refiero, ¿desde cuándo te volviste el carcelero de mamá?

      —El día en que su otro hijo la abandonó.

      —Eso nunca ha pasado. Tengo una responsabilidad. No puedo abandonar mi trabajo. Pero es imperdonable que me ocultes lo que le pasa ¿Le contaste a Ana? ¿O solo soy yo el desterrado de la familia?

      —Ana no lo sabe y no les conté porque no fue nada grave.

      —Solo sabes rezar, deberías hacerle caso a tu ex. Al menos ella sí sabe de esas cosas y para eso se le paga. No me vuelvas a ocultar nada, ¿me oíste?

      —Guillermo, si te importa tanto por qué no vienes, todos tenemos el derecho y el deber de atender una calamidad familiar.

      —Mis derechos carecen de valor frente a mis responsabilidades. Parece que tú y Ana no lo entienden. Pero no discutiré nimiedades. Acabo de hablar con el doctor y autoricé que le administre a mamá un medicamento experimental, le ayudará a recuperar la memoria. —Por el auricular, Gabriel escuchó ruido—. Cuando pueda te llamo, debo colgar.

      —Necesito que vengas a casa, debemos hablar.

      —Ahora no puedo, enciende el televisor.

      Ambos colgaron, Gabriel fue a la sala de televisión. La señal televisiva se entrecortaba y el audio llegaba desfasado del video. En las noticias mostraban las calles de Medellín, Cali, Barranquilla, Bogotá y otras ciudades tapizadas con cartas. Los mensajes cayeron a las tres de la tarde y al mismo tiempo en todo el país. Nadie conocía ni el origen ni al autor ni al destinatario. El desconcierto reinaba. Mery se acercó y se cruzó de manos frente al monitor, vieron la noticia hasta el final del reportaje.

      —Es una broma. Seguro es obra de tu querido hermano para desviar la atención de la gente. Por estos días se está volviendo muy impopular.

      —¿Por qué lo dices? Sería una broma muy costosa, ¿qué tipo de idiota podría gastar tanto dinero para hacer tal cosa? ¿Y cómo lo hicieron? Nadie vio aviones en el cielo. Según las noticias, no se detectaron en los radares. Es extraño. Y puede que Guillermo sea el hombre más maquiavélico que conozca, pero no tiene tanto poder para hacer tal cosa. Además, en el país no hay aviones que tengan un techo de vuelo tan alto como para sobrevolar sin ser vistos.

      —Tanto alboroto por un mensaje. Nada pasará.

      Mery salió de la sala, a paso largo se dirigió al patio, tomó una de las cartas y luego leyó en voz alta.

      Castigaré a los impíos y pecadores.

      Morirán los que se vistan de Caín.

      Juan Pacheco entró corriendo en el despacho del presidente.

      —Señor, la tormenta… la tormenta solar —Guillermo le notó la cara de pánico— está sucediendo. La Hayabusa-8 transmitió una gran explosión de energía, parece que fue un Carrington moderado, pero suficiente para afectar algunos países del hemisferio norte. Finlandia, Canadá, Reino Unido, Islandia y el distrito autónomo de Chukotka en Siberia declararon la calamidad pública. La Agencia China indicó que se debe mantener la alerta y extremar las precauciones. A pesar de que la explosión ya terminó, el planeta recibirá durante siete días una poderosa corriente de partículas cargadas desde el sol.

      —¿Se registran daños en el país?

      —Por ahora no, señor. Solo la señal de televisión y radio está deficiente. Y el acceso al servicio de banda ancha está momentáneamente interrumpido. El planeta cuenta con el cuarenta por ciento de la red satelital funcionando.

      —¿Hay alguna relación con las cartas?

      —No señor, es pura coincidencia.

      De lejos no se distinguían las casas, los parques ni las vías. Desaparecían en conjunto bajo un manto blanquecino como la nieve del cual brotaban resplandores cada vez que el sol avanzaba en el firmamento. Ubicados en los pisos altos de los rascacielos, los curiosos se maravillaban mirando la lontananza mágica surcada por destellos intermitentes de plata. El misterioso fenómeno había empezado a las tres en punto de la tarde y había finalizado cinco minutos después. Lo extraño del evento es que se había presentado de manera simultánea en todas las ciudades principales del país. El cielo había vertido cientos de millones de mensajes inscritos en pequeños papeles rectangulares. La caligrafía argéntica le confería al mensaje cierto brillo que daba la impresión de que la tinta tuviera cristales. Nadie sabía quién era el artífice de tan grandiosa obra de arte, nadie conocía el significado de los mensajes que encubrían un destino marcado por el crimen. Parecían una creación más del arte lisérgico del setentón Gao Wang renegando otra vez de la sociedad.