180 días en Siria. Fabricio Pitbladdo

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Название 180 días en Siria
Автор произведения Fabricio Pitbladdo
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878715216



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que le acariciaba hasta en la profundidad de sus piernas, nunca volvería a sentirse tan humana como en ese momento... "Yo sé que puedo". Farah, totalmente convencida, comienza a recordar una tarde en Estambul cuando ella era solo una niña de unos 5 años y su padre la hamacaba en una plaza muy arbolada, podía sentir esa felicidad que abordaba en aquel momento de su vida, como si estuviera pasando una vez más... Ningún recuerdo más hermoso podía venirle a la cabeza en ese momento ...."Yo sé que puedo", su mente había olvidado todo una vez más, ahora estaba totalmente en blanco, solo estaba la nada en su cabeza, era similar a ese lugar cuando ella había llegado, ella sentía que nunca se había conocido tanto a sí misma como en esa ocasión.

      —Ya está... Es suficiente. Ábrelos —dijo con un tono convencido y calmo William—. Ve lo que lograste.

      Como por arte de magia, la hamaca estaba frente a ella, era bastante sencilla, algo gastada por el tiempo y el duro clima. Dos maderas en forma de V al revés sosteniendo una madera más gruesa, y de esta colgaban 4 cadenas que daban nacimiento a dos hamacas, una al lado de la otra, las hamacas eran plásticas de color rojo, algo gastadas por el sol, parecía como si hacía mucho tiempo estaba ahí. Dándole sombra a este hermoso y típico juego de ciudad, se encontraba un hermoso sauce llorón, muy viejo y caído, de largas ramas y un ancho y aunque viejo, pero fuerte tronco tapando con sus largas y caídas hojas aquel artilugio que tanto Farah había deseado.

      —¡Es hermosa! ¿Cómo lo hiciste? ¡Ay! Casi tengo ganas de llorar, pero esta vez de felicidad... gracias, gracias por ayudarme tanto, William —exclamaba Farah con las manos en el pecho abrazándose a sí misma, como si quisiera abrazar a alguien—. Es increíble y bellísimo.

      —Yo no hice nada... fuiste tú, Farah, ve a hamacarte un poco. ¡No conozco a nadie al que no le guste hamacarse! —dijo William riéndose a carcajadas.

      Farah corre hasta la hamaca, teniendo éxito esta vez... era hermosa. Ya nada podía salir mal, la jovencita se tenía más fe que nunca al ver esa —aunque sencilla— pero hermosa obra que ella había creado de nada prácticamente. Como una madre admira a su hijo recién nacido, esta admiraba las 5 maderas algo gastadas que estaban enfrente de ella y ¡como cereza del pastel el sauce!, las dos sillas pintadas cuidadosamente de un rojo bien fuerte... bien llorón, pero desgastado por las tantas tardes que el sol ardió sobre él , con cadenas claramente resistentes y frías al tacto por la sombra que le daba el sauce llorón, de muy caídas hojas que crecía al lado, ningún lugar podía ser más perfecto y relajante que ese.

      —Qué hermoso lugar —agrega—. Y ¡mira qué hermoso atardecer nos acompaña! —Farah al decir eso giró la cabeza para ver el cielo y al cálido sol escondiéndose en el eterno horizonte que se dibujaba a lo lejos—. De verdad, aquí se puede pasar toda una eternidad.

      —Lo que a este atardecer lo hace hermoso es poderlo tener contigo... —responde de una manera muy tierna la Voz que la había estado acompañando todos esos días.

      Esas hermosas palabras, a las que a Farah ya se había acostumbrado por motivo de las constantes burlas y de tanto en tanto, pequeños piropos y halagos que el niño le decía constantemente y sin remedio aparente esta vez tenían algo distinto, sonaban de distinta manera... ¿Qué podía ser la diferencia? Sería tan obvio como difícil de descubrir por la falta de costumbre. ¡Pues claro!, ya no sonaban en su mente, esos susurros que se oían en la nada, solo en algún lugar de la cabeza, algo había cambiado y eso era que ella estaba casi segura de que esta vez lo estaba escuchando a su derecha... ante la rara sorpresa de volver a escuchar una voz con los oídos y no con la mente, la adolescente gira rápidamente la cabeza en dirección hacia la hamaca de al lado, supuestamente vacía y se encontró con que no lo estaba... Ahí se encontraba sentado, mirándola a los ojos William... con una sonrisa algo tímida y con ganas de soltar una risa cómplice le dice:

      —Qué hermoso paraíso has creado, digno de una persona con un corazón como el tuyo...

      Farah no podía creer lo que veía, William era rubio, algo delgado y aparentemente un poco más bajo que ella, de pelo lacio castaño claro, con corte taza y dueño de unos hermosos ojos celestes y en especial... ¡William era solo un niño!, no parecía mayor de 15 o quizás 14 años.

      —¿Quién eres? —aunque Farah sabía que era William, por puro instinto y costumbre, se obligó a preguntar esa pregunta tan protocolar.

      —¿De verdad, Farah? ¿A esta altura me haces esa pregunta? Pensé que ya nos conocíamos.

      —Sí... de verdad. —Farah ante la duda y la desconfianza, prefiere estar a la defensiva y es cuidadosa, no importaba que su corazón le dijera quién era, ella por miedo tal vez prefería ser desconfiada.

      —Como quieras... Soy yo, el infeliz que te ha estado escuchando las últimas semanas, William a tu servicio...

      —¡Eres tú! No puedo creer lo que estoy viendo, al fin puedo conocerte —dijo Farah con lágrimas en los ojos y con una emoción que no sentía hacía mucho—. Perdona la desconfianza... es que —se traba al querer explicar—. No sé, espero que me entiendas.

      —No hay nada que perdonar, Farah querida, y te entiendo cada palabra tartamudeada —ríe para romper la tensión.

      Farah sin más preámbulos ni esperas rompe en llanto, pero no de tristeza, sino de alegría, corre de su hamaca a la de al lado que no estaba a más de un metro de distancia para abrazarlo lo más fuerte posible, haciéndolo caer de la hamaca, quedando los dos en el suelo, ella arriba de él.

      —¡Qué bruta sos! —ríe—. Ay, Farah, no recuerdo un abrazo así, antes o después... gracias por esta recibida tan cálida. —William abrazaba fuerte a Farah como si fuera a perderla o si sintiera algo por ella.

      —Pensé que eras un adulto, no un niño... —exclama con una feliz risa Farah—. Si bien tu voz parecía algo jovial, pero imaginaba un chico de mi edad, 18 o 19 no de... 13 o 14. —Una tímida lágrima estaba atravesando el rostro de Farah.

      —Ey. ¿Por qué llorás? —Estando los dos tirados en el pasto, William con una mano le acomoda el pelo, sacándoselo de la cara y con la otra le seca las lágrimas que le caían por su mejilla.

      —Es que no puedo contener la emoción de verte...

      —Tratemos de calmarnos y vamos a acomodarnos. —William invita a salir de arriba de él, una vez hecho esto, los dos cruzados de piernas, quedan sentados en el suelo, enfrentados entre sí, mirándose a las caras como si quisieran decirse todo y no les saliera nada, como si se conocieran hace mucho tiempo.

      —Al final no nos hamacamos —dice Farah riéndose mientras mira de una manera como medio enamoradiza al joven de ojos celestes algunos años menor que ella.

      Podía notarse a los dos adolescentes claramente felices de haberse conocido personalmente, no podían parar de mirarse.

      —¿Querés que te hamaque? Por mí no hay problema —le preguntó William algo sonrojado para romper la tensión del momento—. Tengo ganas de verte asustada y reírte por el ir y venir de la hamaca...

      Acto siguiente a esto, Farah se para, se acomoda su blanco vestido limpiándoselo de las hojas y el pasto, le da la mano a William para ayudarlo a levantarse del suelo y entre risas Farah se sienta en la hamaca de la izquierda y le pregunta algo a Will que era obvio, pero tal vez por la confusión del momento, sintió que tenía que preguntárselo.

      —Pero... ¿vos no vas a hamacarte? —Tira la cabeza para atrás dejándose caer el pelo y verlo a la cara haciendo una media sonrisa, ya que levantaba el labio de un solo costado.

      —No, no hace falta... prefiero hamacarte a vos así te ríes un poco de mi falta de fuerza —dice el joven niño entre suaves risas irónicas—. Aparte tienes cara de que te gustan estas cosas infantiles... ¿o no? Mira que tengo buen ojo, eh.

      —¡A ver!... reíte de nuevo. —Farah observa que tiene uno de los dientes de adelante un poco torcido que solo podía verse desde abajo—. ¡Tienes un diente torcido!, al final no eres tan perfecto como pareces. —Farah se ríe de Will.

      —¡Ah,