Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen

Читать онлайн.
Название Tres (Artículo 5 #3)
Автор произведения Simmons Kristen
Жанр Языкознание
Серия Artículo 5
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789583063329



Скачать книгу

follaje de las ramas no me dejaba ver bien el cielo que ya oscurecía. Las sombras eran largas y profundas, y jugaban con mi imaginación encendida.

      Más disparos obligaron mi vista de nuevo a tierra.

      Tres, en rápida sucesión: ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

      Rebecca gritó de nuevo. Sean, a gatas, intentaba acercarse a ella, pero era muy pesado: los tablones no dejaban de quebrarse a su paso.

      —¡Aguanta! —le gritó.

      Yo pesaba menos, yo sí la podría seguir. Tenía que ser yo.

      Esforcé los ojos en busca de nuestros atacantes. ¿Serían soldados? Aquí, en los pantanos, era posible cruzarnos con cualquiera: remanentes de la evacuación, restos de refugiados, incluso de sobrevivientes. En la creciente penumbra nadie podría ver nada. Maldije la hora en la que a Billy le dio por disparar su arma al aire esa tarde. Les dio la ventaja a nuestros atacantes. Les indicó, a quienesquiera que fuesen, dónde estábamos exactamente. En el claro, nuestras pertenencias reposaban desperdigadas por el suelo. Billy estaba en el centro, hecho un ovillo, cubriéndose la cabeza con las manos. Jack se había resguardado tras los escalones que subían hacia los tablones quebradizos del paso elevado. Disparaba en dirección al pantano.

      Los juncos se movían, y pequeñas ondas rizadas viajaban hacia la orilla.

      Todo el pantano parecía rendirse a la brisa y hacía imposible saber dónde se escondían nuestros atacantes, pero por el ruido del agua era evidente que estaban cerca, a ocho o diez metros de distancia. Se acercaban.

      Entonces, una sombra informe que se aferraba a un travesaño de apoyo bajo el puente surgió del borde de la plataforma y envolvió a Sean. Distinguí la figura de un hombre y algo metálico que brilló, pero antes de que pudiera gritar para advertir a Sean, se hundieron ambas figu­ras en el pantano y salpicaron agua. Hubo una lucha. El bulto turbio giraba y borboteaba hasta que por fin se detuvo. Sean no salió a flote.

      Abrí la boca para llamarlo, pero no me salió la voz. Tomé aire, una, dos veces, y me puse de pie. Algo muy cerca me rozó zumbando, se incrustó en el barro que tenía justo delante de mí y me tambaleé hacia atrás. Examiné el suelo, pero solo pude ver una pequeña piedra gris.

      Yo caí al suelo con fuerza. El cuerpo de Chase cubría al mío.

      —Atrás —me gruñó al oído.

      Escuché el grito de un hombre y bajo el brazo de Chase vi caer un cuerpo: Jack. Sorprendido, soltó el arma, que resbaló por el suelo en dirección mía. Jack cayó de costado, con un puñal clavado en la pierna. Enseguida, con un gesto de dolor antes de mostrar todos sus dientes, lo sacó, gruñendo y desgarrando su piel.

      Oscurecía, para beneficio de la emboscada. El repicar hueco de juncos en el agua acompañaba el quebrar de ramas que oíamos a nuestra espalda en el bosque.

      Dos, luego tres cuerpos en sombras saltaron de los arbustos sobre Jack, y lo tomaron por sorpresa. Nuestros asaltantes, envueltos en prendas oscuras y con los rostros cubiertos de barro seco, se confundían con la noche. Uno de ellos lo pateó con fuerza en la mandíbula y Jack cayó, atontado.

      Estábamos rodeados.

      Chase se levantó de un salto y corrió hacia el agua, donde, entre los arbustos a la orilla, arrastraban a una figu­ra que cojeaba. Me pareció entrever la camiseta azul estampada que más temprano le había visto puesta a Sean. Un instante después escuché un chapoteo, y luego vi a Sean buscando a gatas terreno seco.

      El nombre de Rebecca se me escapó de la garganta, pero no obtuve respuesta.

      Tomé a Jack del brazo e intenté arrastrarlo a los árboles, pero me resultó muy pesado. Desesperada, en cuatro patas, busqué su arma entre la arena con los dedos. Tenía que estar cerca. Yo la vi volar en esta dirección.

      Alguien saltó sobre mí. Un segundo después, Billy gritaba de dolor.

      Mis manos se aferraron a algo delgado y metálico. No era el arma… Era mi tenedor.

      Entonces me detuve, bocabajo. Sentí el cañón romo de un arma contra la nuca. Un par de piernas a horcajadas que me atrapaban, con las botas a la altura de la cadera.

      —De pie —me ordenaron.

      Aferré el tenedor con fuerza. Las tripas se me helaron.

      Un puño agarró el espaldar de mi camisa y me levantó como si no pesara más que un bebé, y el otro grueso antebrazo del hombre se ajustó bien bajo mi mentón, tanto que por un momento quedé sin aire. Una especie de marco blanco delineaba el entorno que podía ver. Respiré con dificultad.

      —¡Deténganse! —gritó el hombre que me retenía en medio de la oscuridad; sin embargo, algo sofocaba sus palabras, ¿llevaría máscara? Noté que se encorvaba sobre mí. Debía ser cuarenta o cincuenta centímetros más alto que yo. Olía a rancio: a barro y cloaca.

      Giré el tenedor en mi mano, puntas hacia abajo.

      Poco a poco la escaramuza se detuvo. Mi captor debía ser el líder.

      —¿Por qué nos siguen? —preguntó.

      Me recosté contra él e intenté escabullirme hundiendo mi mentón bajo su brazo.

      —¡Quítame tus manos de…!

      Apretó con más fuerza.

      —Sobrevivientes… —jadeé—. Estamos buscando… sobrevivientes… del bombardeo.

      —Suéltala.

      Aunque apenas si podía ver la sombra de Chase, sabía muy bien cómo sonaba el paso de una bala a la recámara.

      Mi captor dio un respingo.

      —Acércate más —dijo.

      —¡Mátalo de un tiro! —gritó Jack con voz áspera—. ¡Mátalo de una vez! —resopló, como si le hubieran sacado el aire de un golpe.

      Chase dio un paso adelante. El crujir de hojas al paso de sus botas casi me ensordecía.

      —Suéltala.

      No podía ver su cara y él no podía ver la mía, de manera que mi única esperanza era que Chase estuviera listo.

      Alcé mi brazo y con todas mis fuerzas hundí el tenedor en la cadera del hombre. Con un gruñido de dolor el tipo me soltó, se echó atrás, y en esa fracción de segundo, Chase a su vez arremetió contra el hombre y rodaron por tierra.

      Rodaron y se enzarzaron dando botes, como una argamasa oscura de sombras en una noche que se había tornado silente. Tras una poderosa inhalación, Chase fue arrojado al suelo a mi lado. En un primer momento pensé que lo habían herido, no se levantaba… no se movía. De repente, se sentó apoyándose en los codos, con los ojos abiertos como platos por la conmoción.

      Enseguida, el hombre se levantó y vino a nosotros. Era más alto que Chase, y se agarraba la cadera con una mueca de dolor. Tenía la ropa y la piel cubiertas de barro. Los ojos eran dos pepas negras brillantes. En su mano tenía un destornillador, no un arma. Su puño se cerraba sobre el mango, con la punta chata expuesta.

      Sentí que la sangre se apresuraba por mis venas. Me acuclillé, preparándome para dar un salto, y pude ver el tenedor aún clavado a un lado de su muslo, oscilando con cada movimiento de la pierna. Se lo sacó con un bufido y lo arrojó al suelo.

      Con el envés de la mano quiso deshacerse del sucio pañuelo con el que se cubría la cara, pero le quedó colgando de una oreja. El parche de piel limpia que quedó expuesto brillaba de sudor.

      Me quedé boquiabierta.

      El tatuaje de una serpiente retorcida se extendía del lado derecho de su cuello y terminaba bajo su barbilla, y aunque habían pasado años desde la última vez que vi su rostro, era uno que nunca olvidaría.

      —¿Me apuñalaste con un tenedor? —me preguntó el tío de Chase.

      Capítulo 5