Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen

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Название Tres (Artículo 5 #3)
Автор произведения Simmons Kristen
Жанр Языкознание
Серия Artículo 5
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789583063329



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blanda.

      —Él me conoce, ¿no es cierto, sobrino? —El tío de Chase se apoyó contra la pared de nuestra sala como si estuviera sosteniéndola. Probablemente también podría hacerlo. Era lo suficientemente grande y fuerte para hacerlo—. Vine a tu fiesta de cumpleaños.

      Chase permanecía de pie frente al sofá, donde había estado durante los últimos quince minutos, desde que Jesse llegó. Todavía llevaba puesta la camiseta verde que tenía desde hacía dos días cuando los policías le habían dicho que sus padres y su hermana habían sufrido un accidente. Se veía muy ajada; el cuello estaba completamente arrugado.

      —Yo tenía cinco años —murmuró, mirando los pies que habían crecido dos tallas desde el verano—. Eso fue hace nueve años.

      —Bueno. El tiempo vuela cuando te estás divirtiendo. —Jesse echó hacia atrás su pelo largo y suelto, y debajo apareció el tatuaje en tinta negra de una serpiente, enroscada en su cuello.

      Lo miré fijamente.

      —La madre de Chase dijo que estuviste en prisión.

      —Ember. —Mi madre trató de detenerme, pero me aparté y me aferré al brazo larguirucho de Chase. Él me miró y esgrimió una sonrisita, pero el brazo del que me sujetaba se pegó a su cuerpo al sentir que yo lo apretaba.

      Jesse sonrió. Su sonrisa era como si yo estuviera haciendo algo divertido, o curioso. Me hacía doler el estómago. Él no me caía nada bien.

      Mi madre se aclaró la garganta.

      —Ambos estamos apegados a Chase, señor Waite. Estaría­mos felices de poder idear algo para que pudiera terminar el colegio con sus amigos.

      Jesse resopló.

      —Sin ánimo de ofender, señora, pero él estaría mejor con la familia.

      CHASE Y JESSE SE MIRARON el uno al otro, igual de sorpren­didos de haberse encontrado como yo lo estaba.

      —¿Qué estás haciendo aquí? —Finalmente dejé salir la frase.

      Esto pareció sacar a Jesse de su trance y dio una rápida orden a su equipo para que se retirara.

      Sus ojos oscuros se encontraron con los míos. Eran similares a los de Chase, pero eran duros y fríos. Jesse todavía llevaba el pelo largo, y estaba cubierto de barro y ramas, como si llevara años viviendo en medio de la naturaleza.

      —Te conozco —dijo—. Tú eres la chica vecina.

      “La chica vecina”. Ojalá todavía tuviera el tenedor en la mano.

      Jesse sacudió su cabeza como para aclarar sus pensamientos y le extendió la mano a Chase. Luego de un mo­mento de vacilación, Chase le extendió la suya y se encontró estrujado por el abrazo de su tío. Los brazos, que quedaron inertes a los costados, rodearon entonces la espalda de Jesse, sin tocarlo del todo.

      —¡Mi sobrino! —Jesse lo llamó a voces en medio de la ahora silenciosa noche. Me puse de pie torpemente al tiempo que Jesse halaba de Chase y se reía—. Tú también estabas. Debes recordarlo.

      —¿Recordarlo? —pregunté.

      —Le conté a Chase sobre este lugar; bueno, el refugio. ¿Recuerdas, sobrino? Te vi en Chicago. Te dije que vinieras aquí si tenías problemas. —Jesse se rio.

      Había olvidado que fue de esta forma como Chase se enteró originalmente del refugio. Se había encontrado con Jesse durante su entrenamiento en la OFR en Chicago. Más tarde, Chase trataría de convencerme de que mi madre estaba allí, esperando. Si en ese momento hubiéramos llegado allí, es probable que ahora estuviéramos muertos.

      Ahora Chase tenía la camisa y el pantalón cubiertos de barro a causa de la ropa de Jesse. Aunque su boca se abrió, no lograba articular palabra. Por un breve momento, nuestras miradas se cruzaron y recordé la misma sonrisa tímida que durante todos aquellos años había esgrimido, antes de que Jesse se lo llevara con él.

      Como si lo recordara de repente, Chase sacó algo de su bolsillo. Capté un destello de metal de un pequeño anillo de plata un segundo antes de que lo volviera a guardar.

      —¿Tú quién eres? —preguntó Billy, acercándose desde atrás.

      Jesse se espabiló.

      —Estábamos en el refugio. —Extendió con amplitud los brazos—. Somos los únicos que quedamos.

      Inmediatamente la noche estalló con preguntas. Más personas salieron de entre los arbustos. Hombres, mujeres, incluso algunos niños. Más de veinte de ellos.

      —Te estábamos buscando —graznó Chase—. Seguimos tus huellas.

      —Pensé que eran soldados que venían a terminar el trabajo —dijo Jesse—. Por eso la cálida bienvenida. No puedo ver nada en este pantano. —Cuando sonrió, sus dientes se destacaron debido al contraste con su sucia piel.

      —Se lo dije, chicos —dijo Billy.

      —¿Mamá? —Gritó Jack. La sangre goteaba por su pierna mientras se apoyaba para levantarse—. ¿Alguien conoce a Sherri Sandoval?

      Billy comenzó a abrirse paso a través de la multitud.

      —¿Wallace?

      Mientras los otros se reunían, un hombre cuyo rostro aún estaba medio cubierto de barro se acercó a mí. El radio, o lo que quedaba de este, estaba acunado en sus brazos. Me lo entregó en cuatro pedazos separados.

      —Lo siento —dijo—. Creo que aún hay partes del aparato en el pasto.

      Le eché un vistazo al desastre: la cuerda había sido cor­tada, habían arrancado la cubierta del micrófono y los cables emergían apuntando en todas direcciones. La caja del transceptor había cedido en la mitad, como si alguien se hubiera parado sobre ella. Se la daría a Billy a ver qué podía hacer, aunque desde ya sabía que no podría ser reparada.

      —¿Tienes un radio? —le pregunté al hombre.

      Negó con un movimiento de cabeza.

      —Todo se vino al suelo junto con el refugio.

      El primer puesto de vigilancia de la resistencia con el que se encontraba nuestro equipo estaba vacío, Truck había desaparecido y Tucker estaba solo. ¿Por qué era tan difícil que pudiera salir bien más de una cosa a la vez?

      Dejé a Chase y a Jesse en su charla y me dirigí hacia el paseo peatonal. La luna se reflejaba fuera del agua y proporcionaba la suficiente luz para mostrar a dos figuras en medio del pantano: una chica de pelo rubio, envuelta en los brazos del chico que la amaba.

      Sean finalmente había encontrado a Rebecca.

      ESA NOCHE ENCENDIMOS UNA FOGATA en una extensa pradera al oeste del pantano donde habíamos acampado. Los sobrevivientes tenían comida; no mucha, pero era más que las tres latas de duraznos que nos quedaban. Acostumbrados a la vida en la zona roja, habían matado a un jabalí en el bosque durante la tormenta. Un anciano con el pelo gris enmarañado lo había limpiado y lo había cocinado.

      En la oscuridad y con todos ellos cubiertos de barro era imposible saber quién estaba presente, pero una vez que la fogata estuvo encendida y nos limpiamos la mugre, pudimos evaluarnos con detenimiento.

      Veintitrés habían sobrevivido a la demolición del refugio. Veintitrés de casi trescientos. El tío de Chase era el único miembro presente de la familia, pero dos mujeres coincidían con las descripciones dadas por sus hermanos, según contaron los heridos en el minimercado.

      Ahora el ambiente era sombrío. Otros compartieron las noticias que tenían, pero Billy se sentó solo lejos del fuego, con la excusa de arreglar la Banda Ciudadana del radio para poder estar solo. En cierto modo, me alegré de no tener que buscar a mi madre. Hacía mucho tiempo que mis esperanzas de encontrarme en la costa con la familia se habían extinguido.

      —¿Cómo pasó? —Chase le preguntó a Jesse.

      Jesse