Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen

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Название Tres (Artículo 5 #3)
Автор произведения Simmons Kristen
Жанр Языкознание
Серия Artículo 5
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789583063329



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      —Sí. Pero no estaba en casa.

      La angustia nos embargó, pesada y palpable. Mi mente voló a las imágenes del Wayland Inn ardiendo en llamas y a los túneles en Chicago bajo el bombardeo. ¿Sería posible que ya hubieran descubierto la primera parada de nuestro equipo?, o simple y llanamente allí no había nadie.

      —¿Qué quiere decir con que no está en casa? —preguntó Jack, y me azuzó para que me diera prisa—. Vamos, pregunta de una vez.

      —¿Dónde está? —pregunté.

      —No estoy seguro —replicó Tucker—. La casa sigue ahí, pero no hay nadie adentro. Nuestro compañero con problemas dentales está averiguando.

      —Truck —dijo Jack—. Tiene que ser Truck de quien habla.

      Truck, el enorme transportador con cabeza de chorlito que conocimos en Chicago. Había perdido algunos dientes, y él y Jack eran amigos.

      —¿Hace cuánto se fue? —pregunté. Chase asintió.

      Se hizo una pausa tan larga que alcancé a pensar que se había perdido la conexión.

      —Hace tiempo. Ya debería haber vuelto. El otro transportador fue a buscarlo.

      Tubman, el otro transportador, al que habíamos co­no­cido en Knoxville. No parecía una muy buena idea. Truck y Tubman eran los encargados de llevar mensajes entre los distintos bastiones de la resistencia. Si se marchaban los dos juntos, los otros no sabrían adónde ir.

      —Algo anda mal —dijo Rat.

      —Tucker, ¿algún problema? —pregunté.

      Otra pausa.

      —Tengo que irme—dijo Tucker apresurado—. Mañana llamo, al amanecer.

      —Espere. ¿Qué pasa?

      La comunicación se interrumpió. Tras un instante, dejé caer el micrófono sobre mi regazo. Durante los siguientes segundos nadie moduló palabra, y luego, todos hablaron al mismo tiempo.

      —Debió haberse ido con ellos —opinó Jack.

      —Mala idea —dijo otro tipo—. Se verán en apuros por eso, ya verán.

      Sentí malestar en el estómago. Chase recogió el micrófono de mi regazo y enrolló el cable en la manija.

      —¿Qué piensas? —le pregunté.

      Sacudió la cabeza, con el semblante sombrío.

      —Creo que debemos seguir adelante.

      Él tenía razón. A pesar de estar exhaustos como estábamos, quedarnos ahí sentados y preocupados con la llamada de Tucker no era una buena idea. Teníamos que echar para delante, aunque solo fuera para comprobar que nadie había sobrevivido. Teníamos que volver al minimercado. Había gente que dependía de nosotros. Conservé el radioteléfono cerca, por si a Tucker le daba por volver a llamar.

      Al final del claro había un paso peatonal elevado —un vestigio del antiguo parque nacional— que cruzaba sobre el pantano para acceder al bosque al otro lado. Los tablones eran tambaleantes y desvencijados, e incluso, en algunos pedazos, inexistentes, y las barandillas estaban casi completamente deterioradas.

      Billy dio el primer paso y el puente crujió al sentir su peso.

      —Oye, Gordinflón —dijo Jack—, envía a un peso liviano para que pruebe el camino. Si tú lo quiebras, nadie podrá pasar.

      Billy retrocedió, sonriendo.

      —Rat, pasa tú.

      Algo se movió en el agua. Contuve el aliento, y juro que oí el chasquido de unas fauces.

      Rat maldijo.

      —¿Por qué no lo rodeamos, más bien?

      —¿Crees que el monstruo del pantano te va a agarrar de las patas? —lo reprendió Billy.

      —Valiente manada de bebés.

      Fue Rebecca quien habló. Se introdujo como mejor pudo entre Billy y Sean y se subió a los tablones apoyada en las abrazaderas de sus muletas. Sean corrió tras ella, pero cuando la tomó del brazo, Rebecca se sacudió.

      —¿Ves? —dijo Rebecca jadeando, cuando alcanzó el cabezal del puente y se quitó el pelo sudado de la frente—. Sí se puede, aguanta.

      Reboté sobre mis talones, esperando que Sean también lo hiciera, pero no lo hizo. Refunfuñó algo que no entendí y se quedó quieto al tiempo que Rebecca daba un par de pasos cautelosos sobre las aguas que corrían abajo.

      Quería que se detuviera, que otra persona lo hiciera. Era lo suficientemente riesgoso sin sus piernas paralíticas y su andar tambaleante; es más, no tendría la fuerza ni la rapidez necesarias para reaccionar en el caso de que diera un paso en falso. No era el momento indicado para ponerse a prueba, y yo ya estaba a punto de ir por ella cuando vi la terca determinación de su rostro. Ella necesitaba hacerlo.

      Hice por tanto de tripas corazón y me contuve. Apenas si respiraba viéndola dar cauteloso paso tras cauteloso paso sobre los tablones desvencijados. Avanzó cinco metros, diez metros, y más y más, hasta llegar a medio camino. Allí tropezó y me mordí el labio al tiempo que vi cómo hundía una de sus piernas hasta la rodilla en un hueco. Una de las tablas se desprendió y chapoteó en las aguas abajo, pero, antes de que nada más ocurriera, ya Rebecca se había aferrado a las abrazaderas y se levantaba de nuevo. Dio otro paso, como si nada hubiera ocurrido.

      Casi aplaudo. De alguna manera esto se había convertido en una prueba y Rebecca la estaba pasando con honores.

      —Parece que la paralítica sirve de algo, después de todo —dijo Jack.

      —Sí, como carnada de cocodrilo —dijo Rat con una risita imbécil. Los hombros de Billy se sacudían con las carcajadas.

      Fue tal mi ira que no me percaté del momento en que Sean se lanzó sobre Jack, sino cuando ya era muy tarde, demasiado tarde para quitarme del medio. Un puño al aire me dio de refilón y caí de espaldas, y me pelé las manos contra el suelo pedregoso. A mi lado Sean, con la cara crispada de furia, acribillaba a puñetazos a Jack. Cuando Chase quiso intervenir, Rat y otro de los tipos lo hicieron a un lado y pronto todos se empujaban unos a otros intercambiando acaloradas palabras.

      —¡Ya basta!

      Quise levantarme, pero un alarido, agudo y aterrador, me llevó de nuevo al puente donde Rebecca se encontraba, ahora unos veinte metros puente adentro. Temí que hubiera caído, pero allí estaba de pie, por lo menos hasta un instante después, cuando se derrumbó sobre los tablones enroscada como un ovillo.

      —¡Rebecca! —la llamé, pero Sean ya se había separado de Jack y trepaba los escalones.

      Luego lo seguí los dos primeros pasos antes de que la madera cediera para hundirse bajo su pie derecho. Se aferró a la baranda y a duras penas pudo mantenerse derecho. Trozos de madera podrida cayeron al agua, tres, cuatro metros abajo.

      Rebecca gritó de nuevo y se me heló la sangre. Algo no andaba bien. Desde donde yo estaba la podía ver abrazada a un soporte vertical, con su cabeza inclinada, ya muy cerca de la plataforma. Un segundo después un estampido cruzó por los aires. Las reverberaciones hicieron eco en las aguas.

      Alguien nos disparaba.

      —¡Emboscada! —gritó Jack.

      Alejé mi horrorizada mirada de Rebecca, que estaba detenida en su marcha, y busqué a Chase, quien a su vez se encontraba en medio de la conmoción que reinaba a mis espaldas. Voces confundidas de hombres daban órdenes y contraórdenes a voz en cuello.

      Tan agachada como pude corrí en dirección al bosque y arrojé la bolsa con el radio en mi carrera para ponerme a cubierto. Rat, lívido de pánico, me empujó en su precipitada carrera trocha abajo por donde habíamos llegado. Me lancé detrás de un árbol caído y de barriga intenté divisar algo bajo el follaje. Chase estaba al otro