Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen

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Название Tres (Artículo 5 #3)
Автор произведения Simmons Kristen
Жанр Языкознание
Серия Artículo 5
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789583063329



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pegó a la piel. Con el dedo del pie Chase empujó mis botas más cerca de las llamas y pude observar al lado opuesto a Jack, quien caminaba de un lado a otro. Diez metros detrás de él, en el bosque, habían en­terrado a Rat en una tumba poco profunda.

      —Sean dijo que te encontraría por aquí.

      Rebecca se sentó a mi lado, desplomándose los últimos quince centímetros mientras jadeaba. Colocó sus muletas entre nosotros, una línea plateada y sólida.

      La madera húmeda crepitaba. Yo la observaba, con la esperanza de que pudiera repeler el frío dentro de mí.

      —¿Fue horrible? —susurró después de un rato—. ¿Encontrarlo?

      Miré en su dirección, y noté cómo evitaba a propósi­to mi mirada. Sentí que otra clase de frío penetraba profun­damente mi estómago.

      —Fue terrible —le dije—. No se lo desearía a nadie.

      Su pequeña boca se frunció.

      —Al menos se terminó —dijo en voz baja.

      —¿Para mí? —le pregunté—. ¿O para él?

      Pensé nuevamente en ella cojeando por el paseo peatonal que pasaba sobre el turbio pantano. Si ella hubiera caído, era muy posible que no hubiéramos podido alcanzarla a tiempo. Tenía el presentimiento de que ella había sabido esto todo el tiempo.

      Actuó como si no me hubiera escuchado, pero yo sabía que sí lo había hecho. Recogió unas cuantas briznas de hierbas, y una por una las hizo pedazos, mientras yo la miraba y trataba de sacarme de la cabeza la imagen de su pequeño cuerpo inmóvil en el agua tal y como había visto a Rat. La imagen de su pelo plateado a la luz de la luna, ondeando.

      Yo quería preguntarle “¿Por qué lo hiciste?” y “¿Cómo pudiste hacerlo?”, y decirle que nunca, nunca más, volviera a hacer algo así. Pero no pude, porque sabía la razón por la cual lo había hecho, y eso me daba igual de miedo.

      —Al amanecer volveremos al minimercado —anunció Jack, que interrumpió el flujo de mis pensamientos. Me di la vuelta y miré al lugar desde donde había hecho una pausa, y vi cómo el resplandor rojo de las brasas ensombrecía su rostro y le daba un aspecto peligroso—. Les dijimos que volveríamos en cinco días; mañana se vence el plazo.

      No había forma de que pudiéramos llegar en un solo día. Quizá en dos, si no nos deteníamos para dormir, pero lo más probable es que fueran tres.

      —Entonces regresa tú —dijo el anciano que había cocinado el jabalí. El pelo plateado le caía sobre las orejas y se lo mesaba con ansiedad—. No volveré allá. Nunca más.

      —¿Qué hay de mi hermano? —preguntó una de las personas del grupo de Jesse, una chica larguirucha que creía que su hermano había sido uno de los heridos en el minimercado.

      —Bueno, no podemos quedarnos aquí. —Sean se detuvo junto a Chase—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Construir casas en los árboles? ¿Vivir de lo que nos dé la tierra?

      Rebecca cambió de postura.

      —Lo hemos estado haciendo bien de esta manera —objetó otro hombre del refugio. Su ropa estaba cubierta de mugre; debió haber hecho parte del grupo que nos atacó. Dirigió su mirada hacia el tío de Chase, como si esperara el respaldo suyo, pero no lo recibió.

      Me llamó la atención que el rango superior de Jesse no había sido determinado por la edad; varias personas aquí eran mayores que él. Era más joven que la madre de Chase, quien apenas debía tener treinta y cinco años. Basados en las historias de una paliza que había recibido cuando se detuvieron junto a un árbol caído un tiempo atrás, yo no enten­día muy bien cómo se había convertido en su líder. No tenía el aspecto de alguien que quisiera estar a cargo de las decisiones más importantes.

      —Parece que lo has estado haciendo de maravilla —dijo Jack—. Al menos Rat partió de este mundo antes de que pudiera enterarse de que sus compañeros hacían parte de la ceniza pegada a la parte inferior de sus botas.

      Varias personas expresaron su desaprobación.

      —Él lo eligió —dijo Jesse. Los otros se callaron—. No nos achaques eso.

      —Tal vez solo te lo estaba achacando a ti —dijo Jack señalando a través de las llamas.

      Jesse respiró con lentitud.

      —No sería la primera vez.

      Me puse de pie. Jack resopló incrédulo, mirando fríamente al tío de Chase.

      —¿Cuál es tu plan? —Varios ojos curiosos se volvieron hacia mí.

      Jesse avivó el fuego, tan relajado como siempre.

      —Lo estás viendo. —Ni siquiera levantó la mirada.

      —No podemos seguir huyendo. En algún momento se nos acabará la tierra firme. Por lo menos eso fue lo que aprendí en el colegio —dijo Sean.

      —Por estos lados hay muchas ciudades vacías. Empezaremos de nuevo. Construiremos un refugio —dijo una mujer.

      Billy soltó un bufido.

      —Ustedes no tienen ninguna protección que sirva. Intentaron sacarnos con un par de pistolas y algunos cuchillos de cocina. Por si se te olvida, los soldados tienen bombas.

      —¿Olvidarlo? —preguntó Sarah, levantándose del suelo—. ¿Cómo podríamos olvidarlo? —Se apartó de Billy, quien la miró alejarse mientras se rascaba la cabeza.

      —Haremos que paguen por lo que hicieron —agregó Billy. Nuevamente esa extraña mirada se apoderó de él, igual a la de aquella vez en el bosque cuando disparó al aire. Como si la respuesta fuera tan clara como la luz del día y él no pudiera entender por qué nadie más se percataba de ello.

      Yo lo entendía, aunque no estaba segura de que eso ayudara en algo. Mientras más trataba de enfocarme en nuestra situación actual, más deseos sentía de que la MM recibiera su merecido. Por el refugio. Por mi madre. Por cada uno de aquellos estatutos que nos habían empujado a todos a deambular por estas tierras salvajes.

      —Esa es la actitud que necesitamos. —Jesse se rio bur­lonamente, e hizo que Billy, enojado, se encorvara sobre sus rodillas—. Te diré algo chico. Si encuentras la forma de unir a la gente, te apoyaré en lo que necesites.

      —Necesitamos una ubicación permanente —inte­rrum­pió Chase—. Reagruparnos. Reabastecernos. Aquí no podemos traer a nuestra gente lastimada.

      —Lo que necesitamos es enviar nuevamente un equipo. —Presionó Jack.

      —Querrás decir reducir el equipo —dijo el anciano—. Llevar a los más fuertes de nosotros y dejar el resto para que se defiendan por su cuenta. Tenemos niños aquí, ya sabes.

      Se pasó el pulgar por encima del hombro hacia donde tres niños dormían sobre la hierba.

      La tensión creció sin cesar. Cada persona que hablaba intentaba poner al grupo de su lado y luego contraatacaba a los que no estaban de acuerdo. Las voces se elevaron y despertaron a una niña pequeña que comenzó a llorar. Pronto, otros estaban de pie, empujándose unos a otros y amenazándose. Todos menos Jesse, quien continuó mirando hacia el fuego, sin inmutarse.

      —¿Qué va a pasar con Tres? —grité, lo suficientemente fuerte como para que los más cercanos pudieran escuchar. Algunos se detuvieron, mirándome con recelo, pero los chicos de Chicago refunfuñaron.

      —Olvídalo de una vez por todas —dijo Jack.

      —Tranquila. —La voz de Jesse retumbó en medio de la noche—. ¿Qué quieres saber de Tres, vecina?

      Chase me miró y asintió levemente. Estaba pensando, al igual que yo, en la casa de la ciudad por la que habíamos pasado y en los suministros guardados en su interior.

      Mis palmas se humedecieron. Ya no tenía nada de frío. La presión de