Tres (Artículo 5 #3). Simmons Kristen

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Название Tres (Artículo 5 #3)
Автор произведения Simmons Kristen
Жанр Языкознание
Серия Artículo 5
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789583063329



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intentarlo. —La sonrisa desapareció—: Me enredé en una cerca. Un guardia me pilló.

      Con el pecho firme, las yemas de mis dedos empezaron a subir hacia sus hombros, en busca de la cicatriz fruncida en su bíceps, músculo que salió en mi defensa a la salida de un almacén de artículos deportivos. Chase tiritó observando que mis manos descendían. La piel se le puso de gallina, y los pelos del antebrazo de punta. Levanté sus nudillos, seguí sus cortes y muescas, y alcancé la redondez de la yema de su pulgar.

      —¿Aquí?

      —Mi primer combate en la OFR —dijo con voz apretada—. El tipo me mordió.

      —¿Cómo? ¿Así?

      Llevé suavemente su mano a mi boca y mordí la encallecida yema del pulgar.

      Me miró directo a los ojos, con los suyos tan negros que no les pude ver el iris. Por un instante todo pareció perder su peso. La suspensión antes de la caída. De repente, una voz tronó desde el bosque.

      —¡Por aquí!

      Era Billy… no muy lejos. Un relámpago me recorrió la piel. Chase, sorprendido, dio un sacudón y se puso la camiseta. Mis pies se hundían entre los guijarros y el cieno, y ello dificultaba mis pasos. Nos tomó un buen rato ponernos los zapatos, pero, una vez hecho eso, ganamos segundos preciosos corriendo arroyo arriba hasta el lugar donde Billy y los tipos de Chicago se habían congregado.

      Lo primero que vi fue solo un animal, un oscuro y sucio perro mestizo. Con el pulso a mil, oteé el área, preparada para un posible ataque por parte del resto de la manada, pero no había nada de nada. Quizá este gozque fuera un paria. Más cerca le pude ver la sarna, y la barriguita entre las costillas. Estaba claro que se moría de hambre.

      El perro había metido la pata en una lata y la mano le había quedado agarrada contra el afilado borde de la tapa al intentar sacarla. Le hacía daño. Gemía lastimeramente, gruñó, y luego gimió de nuevo. Me estremecí al verlo intentar deshacerse con los dientes de la trampa en la que había caído y comprobar que el metal apenas si empezaba a oxidarse. No llevaba por aquí mucho tiempo.

      —Yo no lo haría si estuviera en tu lugar —le dijo Chase a Billy cuando lo vio inclinarse y silbar: el animalito soltó un gruñido bajo.

      —Pues tú no eres yo… afortunadamente —le replicó Billy con los ojos fulminantes—: No me alejo cuando necesitan mi ayuda.

      Chase se llevó la mano al mentón, pero guardó silencio. Me pregunté si todavía vería las llamas devorando los techos del Wayland Inn y de paso a Wallace de cuerpo entero.

      Rat ahuyentó al perro antes de que Billy pudiera alcanzarlo, y se agachó para recoger otra lata recién abierta tirada en el suelo. Se la arrojó a Jack.

      —Sigamos adelante —les dije.

      —Están cerca —agregó Billy—. Tienen que estar cerca, ¿y por qué tanto silencio? Van a creer que somos una cuadrilla de rastreadores de la OFR, o algo por el estilo. Deberíamos más bien llamarlos a voz en cuello y hacerles saber que estamos de su lado.

      Jack daba un giro lento observando los arbustos alrededor, como si en cualquier momento pudiera saltar de allí cualquier cosa. Los pelos de la nuca se me crisparon.

      —¿Alguna vez conociste al tipo de gente que vivía en las zonas rojas, Gordinflón? —preguntó Jack—. No son de los que uno invita a cenar, te cuento.

      Billy gruñó.

      —¡Estamos perdiendo el tiempo! ¡Si los sobrevivientes aún no saben que estamos aquí, simplemente van a seguir corriendo!

      —Mérmale muchacho, tranquilízate —dijo Rat con cierto desdén.

      Con todo, parte de mí coincidía con Billy. De haber sobrevivientes, estaban huyendo asustados de nosotros, o no sabían que íbamos tras ellos.

      Billy sacó el arma de la cintura.

      —No —dijo—. Estoy harto de que me trates como a un chiquillo tonto. Wallace y yo dirigíamos Knoxville mientras ustedes seguían metidos todos en sus patéticos uniformes azules.

      Mi corazón latía aceleradamente.

      —Billy, baja el arma. Él no quiso ofender a nadie.

      —¡Tú también cállate, Ember! —gritó con voz quebrada— ¡Deja de decirme qué debo hacer!

      Chase se puso frente a mí. La súbita imagen del joven soldado en el centro de rehabilitación relampagueó en mi mente. Harper, asustado, incapaz de resolver si entregarnos o dejarnos ir. Billy estaba al borde de las lágrimas, con los ojos enrojecidos, y sus hombros le temblaban espasmódicamente.

      —Vale, ¿qué crees que debemos hacer? —le preguntó Chase—. Cuéntanos y lo hablamos.

      —Lo siguiente —dijo Billy levantando el mentón para gritar—. ¡Oigan!

      Tomó aire, y volvió a gritar.

      —¿Hay alguien por ahí?

      Jack se lanzó sobre él, pero se detuvo en seco cuando Billy levantó el arma. La sangre ardía en mis oídos. A mi espalda, oí a Sean maldecir. Todo el mundo se quedó quieto.

      Billy alzó el arma al aire. Disparó una vez. Dos veces. El ruido destrozó el silencio. Los pájaros que estaban cerca remontaron el vuelo en un poderoso batir de alas. Solo me di cuenta de que me había arrojado al suelo cuando sentí los dedos de las manos en el barro húmedo. Rebecca gemía en algún lado detrás de mí.

      —Bájala, Billy —ordenó Chase.

      —O si no, ¿qué? —preguntó Billy con inusitada calma, y en efecto, bajó el arma, pero ahora había algo distinto en él, algo que me produjo escalofríos.

      Metió de vuelta la pistola en la cintura y me lanzó una mirada extraña, como si la loca fuera yo, postrada en tierra.

      Nadie le pidió de vuelta el arma.

      —Estás loco de remate, Gordinflón. Lo sabes, ¿verdad? —dijo Jack y sonrió por primera vez desde antes de que cayeran los túneles—. Te hubieras divertido en Chicago.

      —Sí —dijo Rat asintiendo con la cabeza—. Seguro que sí.

      Continuamos nuestro camino.

      Capítulo 4

      RECIÉN SE OCULTÓ EL SOL cuando entró la segunda transmisión. Prácticamente nos desmadejamos al llegar al pequeño claro, hambrientos y exhaustos. Había intentado comunicarme con el minimercado, pero no contestaron. Una de dos, la batería de su radio finalmente había sacado la mano o tenían el radio apagado para no gastarla.

      Cuando la titilante lucecita roja se puso en verde, todo el mundo se dispuso a la acción. Se arrodillaron en torno a mí y sus rostros me contemplaban expectantes. Sentí que me subía la adrenalina. Desenredé la cuerda del micrófono de mano, giré la rueda para ajustar la frecuencia y oprimí el botón de recepción.

      —Adelante. Lo escuchamos todos.

      Se oyó un ruido de estática.

      —¿Te parecería de mal gusto si te digo que te ves muy sexi operando el radio? —dijo Chase en voz baja, de manera que solo oyera yo. Me alegró ver que había mermado la angustia que solía marcarse en su ceño.

      —Tú no te imaginas lo que yo soy capaz de hacer con un bastón en la mano.

      Chase sonrió satisfecho. Ambos recordamos aquella oportunidad cuando le asesté un buen golpe blandiendo un palo a ciegas para defendernos de unos ladrones. Pero la sonrisa se desvaneció cuando escuchamos la voz de Tucker por radio.

      —¿Hallaron algo?

      El pantano bullía con el zumbido de insectos y el croar de ranas, y por tanto los demás cerraron el círculo para escuchar mejor el radio.

      Oprimí el botón del micrófono.

      —Todavía