Название | Mi abuelo americano |
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Автор произведения | Juana Gallardo Díaz |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418575617 |
Sí, parece que sea una tarea destinada al fracaso la de pretender crear un tejido hecho de estos retazos, pero ahí están ellos, aportando su pedazo irregular, a veces roto y desgastado, intentando llegar de algún modo a los perfiles también deshilachados de los demás, solo para establecer alguna forma de encaje y unión.
Desde que se levantó, Bella ha estado cocinando, preparando el pavo relleno de zanahoria y apio, la salsa de arándanos, el “pay” de calabaza. Al sentarse a la mesa ha puesto sus manos recogidas y les ha invitado a bendecir aquella cena. Le gusta hacer estas cosas y decir que es católica, pero va muy poco a la Iglesia. Dice que no cree en el pecado y que es religiosa a su manera: está convencida de que Dios la entiende. Al terminar la bendición, ha dicho que estaban allí para dar gracias. Que “gracias” era una palabra muy bonita y que todos ellos tenían muchos motivos para darlas. Francisco ha mirado a Liseo, el niño, que a escondidas ha empezado a coger del plato los chícharos, y le ha guiñado un ojo, y no ha podido evitar pensar en qué estarán cenando Isabel y los niños: cecina y algo de queso curado, seguro.
Fuera está nevando. Nunca había visto él un paisaje nevado e intenta imaginarse el paisaje de Maleza con nieve, pero no puede, porque es difícil imaginar algunas cosas, ahora más: está muy cansado y soñar también requiere algo de fuerza. Le sorprende el silencio con el que cae la nieve.
A medida que transcurre la vida aquí, se la cuenta mentalmente a Isabel.
Aquí se comen cosas distintas, Isabel, y también hay fiestas diferentes. La de hoy me ha parecido buena, porque se trata de dar las “gracias” por lo que tenemos. Quizás nosotros no la celebramos porque no hay mucho que agradecer, pero no, eso es un pensamiento negro: siempre hay cosas que agradecer, Isabel. Yo no lo sabía, pero es lo que he aprendido, porque Bella nos ha hecho a todos dar las gracias por algo y todos hemos encontrado motivos: Abilio y Anxélica han dado gracias por estar juntos y por tener a Eliseo y creo que todos nosotros, sin excepción, les hemos envidiado, porque aquí la compañía es lo que más se desea, más incluso que un buen porvenir, que ya es decir, porque es lo que veníamos buscando. Como los demás no estamos acompañados, hemos tenido que dar las gracias por otras cosas. Lander ha dicho que daba las gracias por estar aquí, en Estados Unidos, lejos de su pueblo, es bueno para él, porque allí hay unas montañas tan altas que no se ve el horizonte y “¿eso qué importa?”, ha preguntado Santiago, y Lander con una media sonrisa, porque él nunca sonríe del todo, le ha aclarado que se refiere a que allí no hay futuro. Cuando le ha tocado a Jason, tenía un palillo entre los dientes y hurgando en ellos ha contestado que daba gracias por la caza, porque es lo que más le gusta en el mundo. Por un momento todos nos hemos quedado sin decir nada, porque a alguno de nosotros también nos gusta cazar, pero nos parecía que la señora Bella no se refería a cosas como esas. Por eso, nos hemos mirado unos a otros y al final no hemos podido evitar dar una carcajada que ha hecho que Jason levantara la ceja derecha con gesto ofendido. Juan ha dicho que daba gracias por estar vivo y se le han saltado las lágrimas y yo no sabía qué agradecer. Después de dudar mucho he dicho que lo único que agradecía es lo que tenía más lejos: tú, los niños y que me estés esperando. He mirado a Bella y he visto que la Mano, que es como llama a su tristeza, tiraba de ella hacia abajo, como hace tantas veces, y entonces he añadido que, aparte de eso, por lo que más daba las gracias también era por haberla encontrado a ella al llegar aquí y por sus comidas, sus preguntas cuando nos ve flojos y porque, otras veces, cuando nos ve así, se sienta a nuestro lado en silencio y se quede ahí hasta que se nos pasa la murria. También por el cuidado con el que lava nuestra ropa y acompaña nuestras almas. Eres un Séneca, ha gritado Juan, y todos, hasta yo mismo, nos hemos reído por la ocurrencia.
Estos días de noviembre eran los últimos en que podía ir a pescar con el niño porque esta nevada ya era un mensajero del invierno y pronto la superficie del río Detroit será un espejo de hielo, que solo reflejará el frío del paisaje y, quizás, el de su derrota. Pero en aquel momento todavía el caudal del río corría libre y lo mismo pasaba con el lago Saint Claire, que estaba a una hora y media de camino de River Rouge, así que cogió al niño y fue para allá.
Le gustaba pescar para Bella la lucioperca, la trucha arco iris y el Black bass entre otros peces. Seguía odiando aquella lengua, pero notaba que algunas cosas nuevas, como el nombre de estos peces que nunca había visto antes, se los aprendía ya en inglés. Le enseñaba al niño los rudimentos de la pesca y también le explicaba las costumbres de los peces. El niño no sabía que los animales tenían también sus costumbres y que estas cambiaban con las estaciones del año. Le enseñaba también a mirar las cosas. Mira, le dice, has visto qué color verde tan bonito tiene el Black bass y también tiene un color dorado que le hace refulgir y dos aletas en la parte de arriba unidas por un “pellejito”. Fíjate que la primera aleta tiene unas diez “espinitas” y las contaban juntos. Mira, tócalas y verás que las tres primeras son duras y te puedes pinchar si no lo coges con cuidado. En realidad, le dice al niño, esto pasa con todas las cosas, y con las personas también, que si no las coges con cuidado, te pueden pinchar y hacer daño o tú hacérselo a ellas.
Y, ¿cómo sabes todo esto?, le pregunta el niño con los ojos iluminados por la admiración. Francisco le dice entonces que para aprender uno tiene que fijarse en las cosas, y también leer, porque en los libros lo que hacen los escritores es contar lo que ellos han visto.
Él, por ejemplo, había leído todo esto en unos folletos que les daban en la tienda donde compró la caña y otros utensilios de pesca. Decidió ir a esa tienda al comprender que, de continuar así, con esa tristeza y esa rabia que le habían salido últimamente, iba a caer malo. Había sido un acierto, porque pensar que el domingo saldría con el niño a la naturaleza le consolaba de todo. De todo. Quizás era poco consuelo, pero él tenía bastante, porque Francisco siempre había tenido bastante con poco.
Al finalizar la jornada, recogieron todas las cosas y, ya casi de noche, pero todavía aprovechando la última luz del día, volvieron por el camino hasta River Rouge. Bella se puso muy contenta al ver los peces. Francisco era feliz cuando la veía a ella feliz. En aquel momento llevaba semanas muy alegre porque parecía que su relación con Jason iba hacia adelante. En Maleza una viuda no podría rehacer su vida con tanta facilidad. En Maleza una viuda, en realidad, nunca rehace su vida. Aquí es verdad que todo tiene otra oportunidad y, a veces, incluso varias. Las personas también.
Bella no quería saber nada de Irlanda, su país, y detestaba todo lo que allí estaba pasando. Cada día el IRA era noticia por algún motivo. El 28 de noviembre de 1920 treinta y seis miembros de esa organización tendieron una emboscada en Kirmichael a una patrulla de 18 policías británicos de la división auxiliar, una división creada expresamente para combatir a la organización terrorista. Solo uno de esos policías sobrevivió. El 30 de noviembre dos miembros del IRA fueron asesinados en Ardee. Era así continuamente: un partido de ping pong sangriento. Aunque ella no quería saber nada de ese macabro juego, se enteraba por el programa recientemente creado, Detroit News Radiophone, de la WWJ.
El día que Bella llevó aquel aparato de radio a casa, los demás lo miraron con reverencia y temor, pero ella dijo que no debían tener miedo de los avances, porque ellos eran el futuro de la humanidad. Lo compró porque necesitaba compañía cuando todos se marchaban a trabajar. Desde hacía tiempo tenía también aquel gramófono de picnic, una pequeña maleta con un motor accionado por una manivela y un compartimento para los discos. Allí oían toda la música que ella iba comprando.
Bella era una adoradora de la alegría, como ella misma se definía y, por eso, eran más inexplicables todavía esos días en los que se le oscurecía la mirada, y se convertía, según sus propias palabras también, en la Caterpillar Woman, porque se enroscaba en la cama como las orugas urticantes y podía estar allí dos o tres días con sus noches sin moverse, ni probar prácticamente bocado. Para ella esa tristeza era todo un personaje que habitaba en su interior y al que llamaba la Mano. Cuando la Mano ganaba no había nada que hacer: estaban ella y la Mano en el mundo, solas, luchando, entregándose, resistiéndose, lo que fuera, pero lo que ocurría en esos días era