Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
Terminó su período en el año de celebración del Centenario en 1910, inmerso en una tragedia personal. Enfermo, se le otorgó permiso para irse a curar a Alemania (esto provoca sonrisas en la medicina actual), falleciendo un día antes de arribar a Bremen. Lo sucedió el vicepresidente, Elías Fernández Albano, quien debía encabezar los festejos pagados de sí mismo del Centenario. Este falleció días antes del 18 de septiembre y fue reemplazado por el ministro del Interior, Emiliano Figueroa, que hizo de dueño de casa. Terminados los festejos, se abrió el campo para el debate de la sucesión y las intrigas que le eran propias. A la mayoría le asustó un nombre posible, el de Agustín Edwards MacClure, de 31 años, aunque representando una aristocracia del dinero y de manera creciente de los medios, era un factor de incertidumbre en cuanto a sus inclinaciones; sus antecedentes le daban una libertad personal de la que carecían otros caciques políticos.308 Por ello, en medio de años relativamente inquietos, aunque no convulsos, los presidentes que le seguirían serían como prototipos de los sectores política y socialmente dirigentes del siglo XIX, el ya mencionado Ramón Barros Luco, y después Juan Luis Sanfuentes, el que por la ironía no extraña en la existencia histórica, era parte de los derrotados de 1891, ejecutando la práctica del parlamentarismo que le siguió y al que Balmaceda le había pronosticado funestas consecuencias.309
El período parlamentario se prolonga hasta septiembre de 1924. En sus últimos años, sin embargo, viviría bajo una cierta sensación de crisis, de calma antes de la tormenta, si bien no pocos repetirían lo que aparece de cuanto en cuanto como una constante de la conciencia en este país y en muchas partes, “si en Chile nunca pasa nada”. En todo caso, el último presidente parlamentario sería uno de los sepultureros, Arturo Alessandri Palma (1920-1925). De hombre del sistema se transformó a partir de 1915 en un caudillo de tonalidades populistas, bajo cuyo signo levantó una candidatura presidencial exitosa tras un arduo proceso en octubre de 1920.310 Después, hasta su caída en 1924, encabezó el mismo sistema sin mayor reforma, aunque denostándolo de una manera que lo socavó y se socavó a sí mismo. La coalición que encabezó llevaba una definición retórica de connotación de un nuevo tipo de izquierda, aunque no pocos de sus portadores eran los mismos actores del parlamentarismo, como el propio Alessandri lo había sido por lo demás. Sin embargo, la campaña de 1920 había cambiado el escenario político. Emergía un nuevo país y una nueva clase política que también era la ampliación de la anterior.311
Lo nuevo nace en el seno de lo antiguo
A todo el período parlamentario se le ha llamado a veces la “era oligárquica”, quizás queriendo denotar las características de una clase dirigente devenida en parasitaria, imagen muy querida por una amplia crítica social del Chile del siglo XX. Vicente Huidobro la impregnaría con un concepto (recién descubierto por Mario Góngora en 1981) que rápidamente se extendió. Chile habría sido el campo donde una clase dirigente provista de algunas virtudes había organizado un país que tenía destino, clase encarnada por los “apellidos vinosos”, para ser reemplazada por esa oligarquía estéril, entregada a los juegos financieros, cuando no a las estafas del mundo bursátil; esta sería encarnada por los “apellidos bancosos”.312 Así habría aparecido el Chile desprovisto de horizontes, de grandeza y de esperanza. Luis Orrego Luco ha dejado también una imagen imborrable en un testimonio literario, Casa grande (1908).313
Sin que esta imagen haya sido muy remecida, nuevos historiadores, a veces sin la intención precisa, han terminado por entregar una imagen más diferenciada de estos años, ya que en muchos sentidos creció un Chile complejo, y se hicieron notar nuevos actores y sectores sociales. Se respiró un aire de modernidad, de progreso en algunos aspectos bajo cualquiera definición posible, y apareció la conciencia de una realidad distinta. Se podría decir que incluso surge una clase intelectual que va a abarcar al Chile del siglo XX. El sistema parlamentario también fue un instrumento no del todo digno de ese orden. Para emplear nomenclatura más reciente, tuvo algo de un sistema semipresidencial y semiparlamentario. Los ministerios debían ser aprobados por la Cámara de Diputados y el Senado: por lo tanto, los presidentes eran prisioneros de una mayoría generalmente hostil. Esta no se formaba en base exclusivamente a patrones políticos, sino que con facilidad era juguete de veleidades personales y de grupos. La institución no fue complementada por la facultad presidencial de disolver el Parlamento, junto con anunciarse la convocatoria de nuevas elecciones en un plazo más o menos breve. Es el recurso que puede disciplinar a los sistemas parlamentarios. Se trataba de una mezcla no meditada, pero que en su origen no había registrado gran problema hasta los albores de 1891, ya que la práctica autoritaria de quienes vencieron en Lircay y de sus sucesores había sido sustentada por su impulso, aunque se aminoraría a partir de los 1860.
Como sucede en los países latinoamericanos, las cosas se invirtieron de manera brusca con el resultado de Concón y Placilla, sin modificaciones mayores a la Constitución de 1833.314 En lo básico se la reinterpretó, otorgándosele una característica más parlamentaria al obligar a que el ministerio fuera aprobado por ambas Cámaras del Congreso.315 Este tema perseguiría a todos estos años que también se llaman, además de oligárquicos, parlamentarios, por la misma razón. Sin embargo, contra lo que se sostiene, la idea de una reforma constitucional para acabar con todo rastro de parlamentarismo no sería finalmente una demanda muy unánime; el presidencialismo que le seguiría nació de un acto en cierta manera casual, aunque a su vez respondía a una corriente profunda de la historia del país y de la región. Los presidentes han representado en la imaginación algo que de alguna manera se parece a la figura del monarca depuesto. Caudillos y/o dictadores han avanzado con más autoconciencia en ese afán de sustitución, aunque sin atreverse a llegar a sus últimas consecuencias. La legitimidad monárquica, al ser interrumpida, fue desgarrada en su raíz.316
Las imágenes de la época que nos llegan en reportajes de los medios, o en la historiografía u otros productos de las ciencias sociales, destacan el contraste social y económico como el rasgo más característico de ese Chile, una suerte de rótulo de fracaso. Como se decía, fueron años de un desarrollo singular, aunque más limitado hacia el fin del período por los trastornos producidos por la guerra y en general un aminoramiento del ímpetu productivo. No falta la interpretación que ve una relación directa y hasta causal entre este cambio económico y social y los ingresos del salitre.317 De hecho, es casi una verdad matemática que el Chile entre 1880 y 1930 estuvo en su economía ligado en primer lugar a la suerte del salitre, que como promedio hasta 1924 alcanzó hasta un 40% de los ingresos totales del fisco, para bajar después, antes del abismo de 1930.318 Se produjo también una fuerte fijación política e intelectual al tema del salitre. Es francamente exagerado pensar que ese Chile era solo el salitre.319 Sin embargo, al meditar sobre su desarrollo económico, es inevitable que se nos aparezca en esta fuerte dependencia de un solo producto, mezcla de bendición y maldición. Surge de inmediato la pregunta de qué hubiera sido del país sin esta riqueza, que solo en un grado modesto era producto del esfuerzo nacional, si bien en el caso del salitre se puede decir que eran coproductores los miles o decenas de miles de obreros y empleados que trabajaban directa o indirectamente en torno a las salitreras, como se les decía a las explotaciones.
A mediados de los años 1920, asoma su cabeza el cobre, que iría a ser el sustituto del futuro a esta fuerte dependencia. En este sentido, existe otro rasgo que también le da alguna complicación y es que el salitre estuvo en el origen de la Guerra del Pacífico, lo cual, en cuanto a argumento, se convierte en un tema espinudo al pensar en las relaciones vecinales, ya que yacía completamente en las provincias anexadas después del conflicto. El cobre, a su vez, tal como se desarrolla en lo que más adelante se llamó la Gran Minería, era impensable fuera del horizonte de una inversión extrajera; si en el salitre hubo un protagonismo inglés, en el cobre fueron exclusivamente capitales norteamericanos. Esto no tiene nada de extraño teniendo en cuenta que su mercado era mundial, y su producción y exportación requería una tecnología inalcanzable para un país como Chile. Casi como en el salitre, más de la mitad de los yacimientos de cobre de los siglos XX y XXI se encontrarían en las provincias anexadas a consecuencia de la guerra. Todo este tema se convertiría en una fuente de largos debates hasta 1973, resurgiendo después con intensidad cada cierto tiempo.320 El problema que esto representa nos indica una fuente de inseguridad en torno a los problemas de cultura económica, y ello no está para nada desconectado