La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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significaba homogeneidad ni falta de ardor político. Una vivacidad en los debates es característica de todo el siglo XIX y habla acerca de la existencia de una sociedad abierta, aunque socialmente limitada. Las tendencias de ruptura y de caudillaje quedaban contenidas al interior del acuerdo tácito, el cual aparece fuerte en comparación con el resto de América Latina, donde también se desarrollaba un temor inherente a la democracia, al menos en algunos sectores, por la probabilidad de un cambio abrupto y desenlace incierto. La desconfianza ante la perspectiva revolucionaria se agita una y otra vez durante el siglo XIX, aunque a veces tiene el carácter de frase hecha antes que ser la expresión de una genuina posibilidad de su cristalización.

      Sociedad, proceso democrático y nuevas pugnas

      En la segunda mitad del XIX la evolución política del país fue acompañada de un cambio económico, un crecimiento que, junto a la posterior percepción de la pobreza de una parte de él, sería un debate que acompañaría de manera más o menos permanente al país. Muchos han explicado este crecimiento como consecuencia de un relativo orden, lo que se manifestaba ya antes de la Guerra del Pacífico. Una economía prácticamente sin restricciones de competencia, con pocas trabas aduaneras, habría permitido un crecimiento hasta comienzos del siglo XX que fue mayor al de gran parte de este último ciclo. Ciertamente, este proceso dio un brinco con los resultados de la Guerra del Pacífico que proporcionaron a Chile por cincuenta años una riqueza adicional que había que explotar con un costo relativamente bajo. Esta última fue la llamada “era del salitre”.278 El mismo cambio económico, así como los ingresos del Estado, los inicios de la industrialización y del cambio tecnológico que se palpó muy concretamente en la segunda mitad del XIX, ayudarían a modificar la base social del mundo político que afectaría su evolución posterior. Entonces, se complicaría el panorama cuando se percibe que había un atraso con respecto a lo que el país debiera haber sido.

      Este sector que, para repetirlo, era en sí mismo diferenciado, se movía en un conjunto social que comenzaba a agitarse. La historia de movimientos de reivindicación, de reclamos y hasta de movilización comienza a desarrollarse con claridad en la segunda mitad del siglo XIX, aunque solo la última década es parte de un panorama social y político. Sin embargo, en algunos aspectos el fenómeno hundía raíces desde la década de los 1820. En las discusiones acerca del país había una manifiesta atención a la calidad del mismo, a sus aspectos considerados poco “morales” o “inmorales”, y emergía el problema de la pobreza como tema social, aunque sin el protagonismo que tendría desde el 1900. El concepto de moral no tenía que ver solo con temas de religión o de sexo: este último era aludido de manera indirecta, pero también muy constante. “Moral” tenía una connotación de las cualidades y actitudes necesarias para integrarse a la civilización moderna.

      Estaba latente el hecho de que una parte importante del país no la poseía y que esto era un límite para toda transformación de Chile en un país que fuera digno de su tiempo. Esta idea convivía con una conciencia que se dio con intermitencia entre la década de 1860 y 1890, de que Chile estaba siendo poco a poco un país que iba mereciendo ser considerado como lugar civilizado. A esto lo podríamos denominar “optimismo histórico”, es decir, que la senda que se habría tomado conduce a un futuro mejor, y que era otra cara del excepcionalismo.

      Aquí no se ha hecho mucha referencia a un tema central de la política moderna entre el XVIII y el XIX que tuvo particular expresión en la Europa católica y en Hispanoamérica: la polaridad entre clericalistas y anticlericalistas, como se la ha llamado. Comprender este problema es fundamental para aproximarnos a la naturaleza de la política chilena en el XIX, pues, como se adelantó en otra parte, al final contribuyó a hacer madurar el sistema de partidos sin provocar directamente una polarización radical. Vale decir, ninguno de los grandes conflictos donde la sangre llegó al río —el caso de 1891 es muy claro— tuvo que ver en relación causa-efecto con la polaridad clericalismo-anticlericalismo.279 La gran pugna entre ambas, y que tiene su cenit entre la Cuestión del Sacristán (1857) y las leyes laicas (1882-1884), pero cuyas brasas se irían apagando con lentitud en las décadas siguientes, constituyó una enorme grieta diferenciadora en la sociedad chilena y en los sectores que activamente participaban en el mundo público. Por otro lado, permanecían muchos rasgos comunes y las vinculaciones más extrañas que contradecían esta pugna —como tantos casos de marido masón o descreído y esposa católica observante—, de modo que la división constituyó en parte una polarización política, reproducción asimismo de una escisión que cruzaba al mundo iberoamericano y a la Península. En muchos cristianos del siglo XX se tendió a mirar esa división como superestructural, ya que en esta última centuria muy luego el tema dejó de ser protagónico y al final pasó a constituir una anécdota: se la miraba como máscara de otras fuerzas, siguiendo criterios en general inconscientes propios de un materialismo histórico, ya sea de raigambre marxista o liberal. Las experiencias de comienzos del XXI nos hacen ver que el fraccionamiento en torno a la religión puede poseer raíces profundas, y que no es solo una careta de otras fuerzas que se suponen más ocultas, de causa que se supone verdadera. La polaridad fue una de las demostraciones de que este sector relativamente pequeño expresaba la personalidad de una clase política, antes que a una simple clase social de manera exclusiva.

      El desarrollo de este sistema político es aparentemente autónomo de tres tipos de conflictos con carácter bélico que se desarrollan en estas décadas. A la vez, tendrán una profunda influencia en la cultura cívica chilena desde entonces hasta el momento en que se escriben estas líneas, aunque en diferentes grados y a veces en momentos muy distintos. Los tres conflictos resuenan hasta nuestros días, aunque emergiendo y sumergiéndose, y se han combinado con la discusión acerca de lo que es el país.

      Colonización sin democracia: la Araucanía

      El primero de ellos es lo que se denomina la incorporación de la Araucanía al territorio chileno. Culmina en 1881. En su época se le llamó la Pacificación de la Araucanía, y así fue reproducido en textos de estudio en el siglo XX. Con la aparición en la política mundial después de la Guerra Fría del tema de los pueblos indígenas como un “tema de la agenda”, esto también se desarrolló en Chile y venía siendo preparado como en todas partes por corrientes intelectuales y académicas. Se transformaría en el principal problema de conflicto entre partes en el país hasta el momento de escribir estas líneas y podría ser considerado como una de las revanchas de la historia; como toda vuelta de mano, con justicia al menos ambigua. El término “Pacificación” y el de “araucano” han sido reemplazados en corrientes intelectuales por los de violencia, imposición, anexión, invasión; el de araucanos ha sido reemplazado con mayor o menor razón por el de mapuche.

      El hecho mismo y el proceso ocurrido en el siglo XIX no fueron sino la consecución de la estructuración territorial del Estado nacional en su última fase, lo que estaba sucediendo en varias partes del mundo y en especial en América, o sucedería poco después.280 El mundo mapuche al sur del Bío Bío había conservado una importante autonomía en su modo de existencia y organización. Nominalmente era parte de la antigua gobernación de Chile, pero es probable que para la conciencia de los mapuches —nombre que solo se generaliza en la etnia en el XVIII— esto no haya sido percibido de esa forma. El uti possidetis o el principio territorial que los países hispanoamericanos se adjudicaron de respetar los límites antes establecidos por la Corona, incluía esta zona. Esta era la opinión de los chilenos, pero al parecer no la de los mapuches. Entre la independencia y la época de la Pacificación, por darle un nombre histórico, se produjo un continuo proceso de exacciones, al parecer mayor que el que se habría producido después, hasta mediados del siglo XX. La Pacificación, sin embargo, no fue concebida como una forma de protección, aunque a veces era invocada como motivo secundario o excusa. Más bien se intentaba colonizar y expropiar las tierras de los mapuches, para finalmente “reducirlos”, aunque sin expresarlo con este concepto surgido de la historia norteamericana.

      En un comienzo se había planteado ya este problema de si los mapuches eran parte del país o no. En las discusiones por la Constitución de 1828, en proporción uno de los debates más amplios de la historia constitucional, se difundió más de una interpretación. Predominó la idea de que no eran chilenos en cuanto tuvieran derechos de ciudadanía, pero que sí habitaban la tierra que era propia de Chile y que por lo tanto eran parte