La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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Europa y en Estados Unidos.

      Estos estados de ánimo fueron acompañados por una sensación creciente de que el país se encontraba en una decadencia, la que cada cual explicaba por causas distintas: por el parlamentarismo, por la pérdida de las virtudes que construyeron a la república debido al egoísmo de una aristocracia convertida en oligarquía estéril, por el surgimiento de una pobreza y en general de diferencias sociales que debían avergonzar al país, por la pérdida de un idealismo que se suponía había existido en sus orígenes.299 Gonzalo Vial, en una meditada pero discutida introducción a la historia del período oligárquico, califica a esta época, sobre todo en sus inicios, como el final de un consenso básico de la sociedad.300 Como se verá en lo que sigue, habría que pensarlo mejor como el advenimiento pleno de la conciencia de modernidad con su pluralidad de valores, y la construcción de una identidad en el acto mismo de buscarla, aunque en todos los actores la nostalgia por la unidad metafísica original sea también una constante humana.

      Así como la conciencia de crisis es inescapable a la existencia de una democracia, al menos de tanto en tanto la idea de una fractura social sería característica del Chile del siglo XX, en una experiencia que vivieron todas las democracias en el siglo, aunque impregnó más y más a las democracias en los países subdesarrollados. En una época en donde todavía estaba muy viva la impresión de la competencia internacional y en especial de la “paz armada” en el cono sur, se apuntaba a que Chile quedaba atrás en la carrera del progreso y que el país debía ser sometido a una reforma profunda. No era una pura discusión económica y social, pues fue alcanzando gradualmente lo que en la historia de las ideas modernas se ha llamado “crítica de la cultura”, la pregunta de si esta modernidad a la que aparecemos impelidos no será sino un camino de perdición para el espíritu humano, o al menos en qué medida lo puede ser. Esto no germinará sino hasta el período entreguerras —claramente detectable, incluso en el continente latinoamericano— y que se va a encontrar en una forma rica, no sin contradicciones y matices, en los grandes poetas chilenos, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Las raíces fueron plantadas en la época parlamentaria, aunque, como aquí se insiste tanto, esto también corresponde a aprehensiones del mundo cultural de la primera mitad del siglo XX.

      En términos políticos, estos años sin embargo no pueden verse como una decadencia absoluta, sino como una transformación inicial de un sistema orientado a una clase política restringida, para dar paso a otro en el cual las bases a las que apelan esta clase y las fuerzas que la constituyen son más amplias y tienden hacia una mayor contemporaneidad con tendencias mundiales, tal como por lo demás había sido la experiencia de la chispa republicana en torno a 1810.301 Con todo, es natural que a los contemporáneos les haya parecido como un momento yermo en lo político, y hasta inexplicablemente frívolo, en el aislamiento de un grupo de dirigentes más o menos pequeño. Por otro lado, que no se olvide que a toda democracia le viene por oleadas sucesivas, aunque distanciadas, la misma sensación de que su clase política está aislada del sentimiento general del país. Surgiría esta distinción, a la cual se alude mucho con diversos lenguajes, de que existe un “país político” extraño al “país real” y que este último o mantiene una distancia colérica con el establishment, cualquiera que este sea, o que representa a un sentimiento más auténtico de lo que es Chile. Nuevamente tenemos que insistir en que esto expresa uno de los fundamentos de la vida política moderna, urbi et orbi.

      Los treinta y tres años del régimen parlamentario presenciaron a siete presidentes de la república elegidos por cinco años. Frente a eso una interminable lista de ministerios fueron sometidos a votos de confianza en el Parlamento, y más bien de desconfianza, es decir, a la censura parlamentaria que obligaba a los cambios, que no variaban mucho las cosas por lo que el desprestigio de todo el sistema no hacía más que incrementarse gratuitamente. Hubo 56 ministros de Relaciones Exteriores entre 1900 y 1924, más de dos por año. La sensación de frivolidad se imponía por sí misma a pesar de que, tal como se ha señalado para un caso muy famoso como el de la Tercera República en Francia, la administración mantenía una relativa continuidad que explica muchos elementos positivos en la gestión gubernamental de estos años. Es difícil medir el impacto que puede haber tenido esto en la política exterior de Chile; a veces, se diría que este presunto desorden llevó a que el país perdiera oportunidades que tuvo en temas territoriales. Parece ser una visión prisionera de imágenes distorsionadas de la realidad, ya que había un entorno internacional que iba siendo menos favorable a Chile, al tiempo que emergían problemas nuevos que debían acaparar la atención. Si algún reproche se le puede hacer a esta política exterior es el de no haber dado un epílogo político y diplomático más rápido a los temas limítrofes y a la posguerra del Pacífico; la duración de las recriminaciones, hasta 1929 en el caso de Perú, incidió mucho en la presencia del tema en el resto del siglo, y aun lo tenemos con nosotros.302

      Más legendaria es la inestabilidad en los ministerios en lo que dice a las carteras de Interior y Hacienda (85 y 72, respectivamente). Las interpelaciones parlamentarias, las censuras de gabinetes y un mundo de intriga que se parecía al de una corte, en lo esencial en torno al mundo del legislativo, crearon una impresión de frivolidad mientras otros temas más apremiantes en las apariencias lucían descuidados. Esto fortaleció la tendencia a que se hablara mucho acerca de una nueva institucionalidad, de una reforma general, un ímpetu de regeneración que subía hasta la clase política desde otros sectores emergentes que terminarían por ampliarla, aunque su impacto solo se vería en la década de los 1920.303

      Los presidentes parlamentarios constituirían después una leyenda en el Chile de la Constitución de 1925. Ejemplos históricos, caricaturas y chistes que circulaban los hacían aparecer como epítome de la inactividad de administraciones estériles, finalmente de indiferencia ante los requerimientos de ese país real, el cual era invocado con algún nombre parecido.304 La caricatura más común ha sido la de referirse a Ramón Barros Luco (1910-1915) y su comentario, seguramente apócrifo, de que “en Chile hay dos clases de problemas, los que se solucionan solos y los que no tienen solución”. Barros Luco, que dio origen a un célebre sándwich de carne con queso caliente todavía celebrado, era un hombre completamente anciano para las categorías de la época, político veterano y uno de los organizadores de la rebelión de 1891, con el mérito semitrágico de haberse salvado a nado después de ser torpedeado el Blanco Encalada en la rada de Caldera. Era experto en conciliar posiciones, la cual fue una de las razones por las cuales fue elegido de una manera consensual como candidato de la inmensa mayoría de esa clase política a estas alturas restringida.305

      A fines de 1891, los triunfadores se pusieron de acuerdo en hacer elegir al comandante en jefe de la Escuadra, Jorge Montt, como Presidente de la República (1891-1896).306 Hay un detalle interesante, ya que en la selección operó un temor no confesado al caudillismo militar, que podría haber sido representado por el general Estanislao del Canto, otra de las espadas de la rebelión que probablemente tenía también un programa propio. Este Montt, pariente de los otros dos presidentes, daba confianza de que se sometería a la mecánica del sistema político y que no desarrollaría ambiciones personalistas. Así fueron las cosas. En un caso notable, después de dejar la Presidencia, fue Director General de la Armada hasta 1912. Al revés de Pinochet, no sería para protegerse sino por un sencillo asunto de vocación y de costumbre, quizás abusando algo del espíritu de la carrera, aunque en su institución dejaría una historia de aprecio que sigue viva en el presente. En todo caso, la imagen que proyectaba era de la modestia de las ambiciones y del cumplimiento del deber. De todas maneras, lo que se miró después como los males del parlamentarismo comenzaron casi inmediatamente con su período.

      Los continuadores eran parte de lo que se podría considerar ya a estas alturas una oligarquía política y social. Ellos fueron Federico Errázuriz Echaurren (1896-1901), hijo del Presidente Federico Errázuriz Zañartu, y Germán Riesco (1901-1906).307 El mandato de este último terminó poco antes de un sismo de verdad, el gran terremoto de Valparaíso del 16 de agosto de 1906. Se le podría considerar una parábola que complementaba un panorama bastante tenso en toda una esfera del país. Quien hubo de asumir el desafío de este momento fue Pedro Montt, hijo de Manuel Montt, cuarto caso de hijo de Presidente que llegaría a ser Presidente. Llegó a La Moneda, utilizada como casa de gobierno desde 1845, con el impulso de un reformador político. No llegó muy lejos. Los altibajos económicos