La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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históricamente de manera necesaria una expresión automática de esos sectores. En una etapa es lo que mejor se aviene, aunque no es lo mismo. A veces se parece al antiguo dilema del huevo o la gallina, que no se sabe qué es lo que viene primero. Aquí basta con decir que actor social y persuasión (o ideología) constituyen una especie de socios de extensa, aunque no indefinida duración. Ha sido una experiencia casi universal en el proceso político moderno. En Chile sería un fenómeno de larga data y ambos —actores sociales y persuasión— tienden a distanciarse, aunque no demasiado, en las últimas décadas del período que trata este libro.

      Por último, la aparición de esta nueva izquierda —habiendo aceptado, suponemos, que la antigua izquierda estaba constituida por los que ejercían la función de tal, como pipiolos, liberales, radicales en algún momento— suponía un desafío particular que era propio de la aparición de demandas revolucionarias en la modernidad: en qué medida estos nuevos grupos van a emplear los instrumentos del sistema para modificarlos, también modificando alguna estrategia final de ellos mismos. La sabiduría del modelo occidental, aquí tomado como sinónimo de democracia moderna, radicó siempre en que los nuevos grupos podían modificarlo sin transformarlo en lo esencial, pues llegaban a ser parte de él. Para comprender la historia de la democracia en Chile desde comienzos del siglo XX hasta comienzos del XXI, hay que tener en cuenta este dilema como uno de sus problemas más fundamentales. Quizás las oportunidades no se dieron porque la representación política era más o menos cerrada y el cuerpo electoral bastante pequeño, a pesar de que en muchos de sus aspectos se cumplía con algunas reglas del juego básicas en la época respectiva. La representación de los demócratas, un partido que vale como ejemplo clásico de integración, terminó siendo relativamente escasa. Y la dificultad de líderes con manifiesta meta revolucionaria, aunque utilizando medios en general legales, como Luis Emilio Recabarren, para acceder a cargos parlamentarios es considerada como reflejo de lo selectiva u oligárquica que era la política de la época.

      Para el caso chileno, es importante hacer notar que antes de 1917 ya estaban instalados en la cultura política un lenguaje revolucionario y una actitud antisistema, cuyos ejemplos se han referido mucho a las palabras de Luis Emilio Recabarren por su papel en la fundación de lo que sería más adelante el Partido Comunista. No era el único, mas antes de la Primera Guerra Mundial representaba muy bien un tipo de mentalidad que estaba impregnando a una parte todavía pequeña, pero preñada de crecimiento de la política del país. Lo que no se toma en cuenta muchas veces es que también se había desarrollado un discurso antirrevolucionario, que quizá todavía no podría denominarse contrarrevolucionario, suponiendo que este último posee una meta delineada e incluso algo de anti-utopía, que a su vez mostraba algunos rasgos de utopía. La presencia de estos dos lenguajes creó una posibilidad de crisis como una de las caras de la política chilena, que tendería a canalizarse en general por compromisos, inercias e institucionalización. Seguiría siendo cierto hasta 1970 que en el país la institucionalización precedía a la movilización.

      Chile ha sido con gran vitalidad parte de sucesivas oleadas identitarias que han estremecido al mundo. Por esto, no serían algo menor las ondas arribadas con celeridad a nuestras costas, producto de la entonces llamada Gran Guerra y del período revolucionario y contrarrevolucionario desencadenado en su estela.339 Fue un fenómeno global, aunque con una manifestación directa por parte del país. En primer lugar, en todos los sectores alfabetos —y probablemente más allá de ellos— hubo una relativa simultaneidad de emociones con los acontecimientos en Europa, seguidos con fascinación y también con algún grado de pasión. Este fue el primer efecto de 1914 y que permanecería vivo por décadas. El segundo fue la repercusión económica, rápida, contradictoria y a la postre más bien dañina que le significó al país la alteración de la economía mundial a consecuencia del conflicto; fue más característico por traducirse en las intermitencias del precio del salitre, aun teniendo en cuenta que la aparición rápida del salitre sintético solo tendría un efecto aplastante en la década que seguiría a la guerra.340 Los efectos económicos fueron al mismo tiempo efectos sociales, en especial en el Norte Grande, una de las cunas del movimiento obrero y de la nueva izquierda.

      Por ello es difícil separar la conmoción social de la agitación de las ideas, aunque se trata de fenómenos en lo esencial diferenciados entre sí. La guerra creó en muchas partes del mundo una tensión política que agitó luego las demandas sociales, aunque más marcadamente al identificarse a partir de 1917 con un modelo revolucionario. Surgió una posibilidad de alteración drástica del orden social que en un país como Chile dio fuerza a la noción de cambio de mundo, de crisis del orden político. Nada de esto había estado ausente en el país. No era el caso de una China, en la cual es el arribo de estas ondas lo que en lo fundamental crea el lenguaje revolucionario que luego, en sus diversas caras, va a impregnar la casi totalidad de su política. En la nación sudamericana, en cambio, esto significó una aceleración de algo que ya existía y quizás este mismo motivo es uno de los elementos que ayude a comprender por qué no resultó en una crisis radical. En fin, todo esto hace ver por qué lo que vendría a ser el período de las guerras mundiales tiene significación también bastante profunda en países como Chile, aunque este ya previamente era parte de una simultaneidad de experiencias y emociones con la política mundial.

      La misma discusión central de la campaña presidencial de 1920 tenía como una referencia reiterada la idea de cómo adaptarse a un país que cambiaba.341 Bajo otras palabras, el dilema era cómo y en qué había que modernizar al país, sobre todo teniendo presente las experiencias revolucionarias. Esta no era la Revolución Mexicana, un magno acontecimiento, pero de anémica significación para la experiencia política del continente. Hubo analogías con ella en el curso del siglo que seguiría, pero no hay una transmisión directa. En cambio, la Revolución Rusa y la creación del comunismo pusieron en marcha formulaciones políticas e intelectuales que estaban latentes o balbuceaban antes de 1914, y que ahora adquirían una tremenda fuerza en Europa y en muchas partes del mundo, incluyendo a Estados Unidos en alguna medida, aunque con más presencia proporcional en los países sudamericanos.342 Sus consecuencias se harían manifiestas en la historia de la democracia chilena en el siglo que en ese entonces aparecía tan nuevo.

      En la misma campaña de 1920, las dos principales candidaturas, cuyos portavoces expresaban plenamente la conciencia de crisis del establishment y del discernimiento discutido por una alternativa, tenían como referencia a esa Revolución Rusa.343 Un hombre del establishment como Arturo Alessandri se hizo portavoz de un cambio y fue un ejemplo del intento de conciliar a una parte de un establishment con un toque de antigua izquierda, y a nuevos grupos emergentes, como los demócratas, y con ello imprimirle el aliento de la socialdemocracia del siglo XX a estas fuerzas más o menos heterogéneas. Si nos detenemos en uno de sus textos famosos, podemos respirar algo de esa atmósfera:

      Yo quiero ser amenaza para los espíritus reaccionarios, para los que resisten toda reforma justa y necesaria, esos son los propagandistas del desconcierto y del trastorno. Yo quiero ser amenaza para los que se alzan contra los principios de la justicia y de derecho. Quiero ser amenaza para todos aquellos que permanecen ciegos, sordos y mudos ante las evoluciones del momento histórico presente, sin apreciar las exigencias actuales para la grandeza de este país. Quiero ser amenaza para los que no saben amarlo y no son capaces de hacer ningún sacrificio por servirlo. Seré, finalmente, una amenaza para aquellos que no comprenden el verdadero amor patrio y que, en vez de predicar soluciones de armonía y paz, van provocando divisiones y sembrando odios, olvidándose de que ese odio es estéril y que solo el amor es fuente de vida, simiente fecunda que hace la prosperidad de los pueblos y la grandeza de las naciones.344

      Tiene razón Mario Góngora cuando dice que sus discursos hoy día nos dejan helados.345 Es el tipo de lenguaje que solo nos es inteligible si nos adentramos por otras vías a la atmósfera de la época. Debe haber habido algo de su aparición, su estilo y su timbre que en este período diferenció claramente al León de una clase política tradicional. Estas palabras podrían ser consideradas como un dar a todos un poco para no comprometerse con nada. El asunto es que fueron tomadas como una innovación y tuvieron ese impacto de bola de nieve, no en una montaña, sino en un cerro modesto. Hoy día se le llamaría un populismo soft.

      No está muy claro cuánta conciencia tenía el León de todo esto, pero a la antigua coalición