Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
La era parlamentaria u oligárquica asumió entre queriendo y no queriendo un nuevo eje, que no va a reemplazar al anterior, sino que lo complementa. Se trata del tema del subdesarrollo, que es aquello que se quería decir con la “cuestión social”. Hacia el 2000, emergerá una tercera oleada que se verá más adelante, pero se puede adelantar que gira en torno al concepto de “derechos humanos”. Las oleadas no se suceden, sino que suman y también entremezclan.
La “cuestión social”, en cuanto que estaba en la conciencia de la gente, la sentía una parte del país, un sector de la clase política e intelectuales, a los que progresivamente se irían agregando otros actores, como gremios y sindicatos, el mundo de la creciente administración pública y, no en último término, los militares. En un sentido indirecto, estaba presente en la totalidad del espectro político para afirmarla, aunque dividiéndose en las formas de confrontarla; o para afirmar que se la exageraba de una manera desproporcionada. Y para repetirlo por enésima vez, esto se desarrolló de manera evolutiva, poco a poco, hasta que en la década de 1920 se haría incontenible.323 Es posible en torno al 1900 ver surgir otro fenómeno político-social, que es la presencia en Chile de una intelligentzia. Se emplea este concepto surgido de la Rusia del XIX, universalizado por la teoría y el lenguaje político desde entonces. Se refiere a un mundo discutidor que tiene sus raíces en sectores profesionales, intelectuales y artísticos que para estos efectos operan como un actor múltiple algunas veces de manera unánime, en los debates públicos y en algunas circunstancias con un efecto decisivo. Ha sido también un actor en la gran mayoría de los sistemas políticos del mundo y, en especial, ha antecedido a los movimientos revolucionarios y a las revoluciones, desempeñando un papel más visible en aquellos autoritarios, antes que en los más democráticos. Sucedió la paradoja de que cuando triunfan las revoluciones radicales y creaban sistemas totalitarios, la intelligentzia o era burocratizada o abatida. En Chile constituirá una presencia constante hasta el presente y para efectos de este libro a veces se la hace intercambiable con el concepto de “clase intelectual”, aunque en sentido estricto no es lo mismo.
Se cometería un error si se cree que esta perspectiva dominaba la conciencia del país y los juicios de sus contemporáneos o de los observadores extranjeros. Había una dicotomía entre el país que se celebraba a sí mismo y sus logros, reales, exagerados o imaginarios; y aquel país que elaboraba esta autocrítica con mayor o menor justicia, aunque siempre en base a un fenómeno real que, en lo básico, se lo puede decir que su rasgo fundamental era el alejamiento de lo que era el modelo en Europa y quizás Estados Unidos, que despuntaba por aquello de la “norteamericanización del mundo”.324 Nada ejemplifica mejor que las circunstancias de la celebración del Centenario, en 1910. Fue una festividad organizada con un boato extraordinario, celebración de los logros que se suponía fenomenales de la República en sus primeros cien años, de lo que no estuvo ausente una cierta soberbia de nouveau riche. El “balance patriótico” de Vicente Huidobro, escrito década y media después, le viene como anillo al dedo para estas circunstancias, por algún toque de vulgaridad, cursilería (siutiquería), todo ello como una dirigencia muy pagada de sí misma que también se filtraba en una parte no pequeña de la conciencia social.
Frente a las grandes celebraciones del Centenario se vivió un contraste representado por el nacimiento de un nuevo tipo de crítica acerca del estado del país que acompañó a la Cuestión Social, y que provenía de intelectuales o publicistas de un espectro de ideas más o menos amplio, que en lenguaje algo posterior se podía decir que iba de la derecha a la izquierda: Enrique Mac Iver, Tancredo Pinochet, Francisco Antonio Encina, Luis Emilio Recabarren, Nicolás Palacios. Y se verificaba también otro fenómeno no relacionado como causa y efecto, pero que estaba muy presente en ellos y de alguna manera en todo el país, los conflictos y confrontaciones sociales simbolizadas en especial en Santa María de Iquique en diciembre de 1907.325
¿Se trataba entonces de un país en el fondo enfermo, quizás sin remedio? Sería un juicio incompleto. Expresaba la maduración de voces y problemas que serían característicos de la sociedad del siglo XX, de la democracia moderna y de aquellas que han asumido el tema del desarrollo vs. subdesarrollo como un problema central de la vida pública. A pesar de todos los vicios del sistema parlamentario, toda esta corriente, en principio cargada de potencial explosivo, fue contenida por el sistema institucional, cuyo quiebre en septiembre de 1924 creó un paréntesis importante e imposible de ser ignorado al considerar la totalidad de la historia del país, siendo, sin embargo, muchísimo menos violento que el de 1891 o el de 1973. El desarrollo institucional de Chile mantenía algún grado de estabilidad, aunque propenso también a crisis, más allá de que la democracia es el sistema de la crisis (Capítulo 3).
Después de lo que comúnmente se llama la “crisis del Centenario”, el sistema siguió adelante de manera imperturbable a pesar de la crisis económica y social que llegó de manera abrupta con las vicisitudes de la Primera Guerra Mundial. Esta aceleró, como en muchas partes, la transformación en la cultura política. También contribuyó a una modificación en los espíritus al interior del país. Fortaleció en especial a la izquierda antisistema. Lo que en política más sobresalió fue la aparición del populismo, un fenómeno camaleónico en la política moderna, más asociado a la izquierda que a la derecha, aunque también tiende a aparecer por ahí y por allá en esta última.326 En ese Chile estuvo personificado en la figura política más característica de la primera mitad del siglo, Arturo Alessandri Palma.327 Un político del sistema, de las filas de la llamada Alianza, vale decir, con su tanto de exageración, de la centro izquierda; sin embargo, poco lo distinguía del promedio del político parlamentario. En unas elecciones a senador por la zona del norte de 1915, en un golpe de audacia, se hizo portavoz de la razón populista, de movilización política y de denuncia del sistema y de la oligarquía. Esta fue una transformación nada de extraña en la política latinoamericana del siglo y que en cierta manera todavía nos acompaña, es parte de un ir y venir de la democracia. Si bien el cuerpo electoral restringido no permitía una transformación demasiado súbita, no cabe duda de que el León de Tarapacá, como se le bautizó a raíz de este acontecimiento, se transformó en un líder popular, adorado por masas que se asomaban a la vida pública y que reclamaban lo suyo, creándose una situación que contemporáneos la percibieron como explosiva.
La misma situación se repitió en las elecciones presidenciales de 1920, de efecto decisivo en la historia política siguiente. Algunos han indicado que no fue mucho lo que cambió, ya que la clase política siguió siendo la misma del sistema parlamentario, que la participación electoral era restringida y que no se observó ninguna transformación institucional, ni siquiera legislativa.328 Cierto, pero se pasa por alto un decisivo cambio en la atmósfera que determinó que la legitimidad que todavía sostenía al sistema fuera diluyéndose hasta prácticamente desaparecer. Además, las elecciones anteriores habían sido disputadas en una fase previa, más en los corrillos de las agrupaciones, en los corredores del Congreso y de algunos clubes, antes que en lo que después se llamarían “primarias”. Siempre hubo un candidato apoyado por un consenso de antemano mayoritario, si bien la competencia creció desde 1896. Esta vez el candidato desafiante fue el que obtuvo el protagonismo y finalmente forzó su propia elección. En términos puramente