Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
Con la aparición de la cuestión religiosa, las fuerzas clericalistas podrían ser consideradas como una manifestación de derecha y las anticlericalistas como de izquierda, pero ello solo es válido para este tema. En cada materia, las fuerzas se comportan como de izquierda o de derecha de acuerdo con las categorías de su momento o época. Miradas las cosas de una manera superficial, la alianza entre conservadores y radicales para la reforma electoral de 1874 no sería comprensible, sobre todo que ya desde 1858 se había forjado y que no se veía de mala forma, como indicaba El Mercurio, ya que alababa “la perpetua alianza entre el orden y la libertad”259. Mirado en un desarrollo histórico más detallado que aquí no podemos abordar, esto tiene su lógica, siempre y cuando entendamos que derecha e izquierda no implican la comprensión de la totalidad del fenómeno político ni de cada una de las iniciativas de sus actores.
Orden e instituciones
En primer lugar, hay una historia militar que tiene que ser considerada como parte constitutiva de este desarrollo político, al menos hasta 1859. El sistema institucional disciplinó a los militares sometiéndolos al poder civil, en parte con la herramienta paralela de las guardias nacionales, sin que estas en general se convirtiesen en pandillas arbitrarias, más o menos autónomas a las instituciones y procedimientos legales.
No es algo menor que los dos primeros presidentes de esta república, dos “decenios”, fueron militares victoriosos, lo que cementó el vínculo entre el espíritu de la Constitución de 1833 y los uniformados, con los accidentes o quiebres que se nombran. Sobre todo, por decenio y medio hubo una paz cívica impuesta ciertamente por la mano de carácter autoritaria. Cuando vinieron las rebeliones entre 1851 y 1859, el sistema institucional sobrevivió por una razón simple: las fuerzas gubernamentales aplastaron a los insurrectos en batallas campales con miles de muertos.260 No hubo en Chile en este período revueltas, levantamientos o desorden levantisco en las calles o campos. Hubo sí, en cambio, esta abundante sangre de algunas batallas. Este es un hecho no menor en su significación política y moral. El edificio institucional, sin embargo, mantuvo su funcionamiento de manera prácticamente intacta. Un par de autores ha destacado que en todos los años que van hasta 1861 en gran parte del tiempo el país estuvo bajo estado de excepción.261 El argumento militar y policial fue entonces un factor de este orden.262
Hasta las primeras décadas del siglo XX, la pena de muerte por razones de delito criminal común era bastante usual en Chile, como en muchas otras partes. En términos políticos, sin embargo, el número de las ejecuciones fue relativamente bajo, nuevamente teniendo presente la evolución latinoamericana. En sí mismo, es algo no pequeño, así como había poca o ninguna muerte por motivos de manifestaciones públicas. En este sentido, todo este período del XIX posee una ventaja sobre el XX, como en muchas partes del mundo, según ha señalado Simon Collier.263
En segundo lugar, el sistema constitucional que emergió y que está simbolizado en la interpretación original de la Carta de 1833 le entregó amplios poderes al Presidente de la República, que en los cuatro decenios de una primera fase, que va de 1831 a 1871, se asemejaban a facultades cuasi dictatoriales, por más que el último de los jefes de Estado de este período, José Joaquín Pérez, haya hecho escaso empleo de las herramientas discrecionales a su disposición. No solamente nombraba a las autoridades de un Estado unitario, sino que incidía muy directamente, y esto hasta 1888, en un grado cambiante en las elecciones parlamentarias y presidenciales. Hasta José Joaquín Pérez, los presidentes eran seleccionados por un procedimiento que tiene cierta analogía con el “tapado” mexicano de la era del PRI, con la diferencia de que no operaba exactamente la maquinaria del partido político ni el seleccionado era un desconocido. Incluso en un caso, a contrapelo de esta tendencia, el destacado ministro de Manuel Montt, Antonio Varas, no pudo ser presidente por la oposición más o menos abierta que se produjo y que parecía dividir las filas. Sin haber un partido político propiamente tal, la clase política que rodeaba al gobierno ejercía la función de este, aunque en la década de 1850 ya emergían las divisiones que articularían el sistema de partidos en Chile.
Tercero, se dieron elecciones regulares, aunque el Gobierno a través de los intendentes tenía una influencia decisiva al establecer la lista de los que serían elegidos. En 1841 ya había congresistas de oposición.264 Si bien el Congreso no fue exactamente uno de tipo rubber stamp, solo en los últimos treinta años del período (1861-1891) puede decirse que adquirió un grado de autonomía, aunque no en el momento de las elecciones.265 En la modernidad no existe un Parlamento con facultades de autonomía, aunque sea relativa, que no tenga como eco y sea eco, a su vez, de otro poder también con autonomía. En términos del siglo XX, hay que decir que en gran parte de este período no había libertad de prensa, aunque esto no significara que faltase todo tipo de libertad de la misma. Desde la independencia habían aparecido folletos y periódicos esporádicos que expresaban siempre alguna crítica a esto o a aquello.266
En general, esto no se interrumpió en la década de 1830 y 1840, aunque también había persecución a sus autores. Ha pasado a ser simbólica la prohibición y quema de la Sociabilidad chilena de Francisco Bilbao, hecho ya señalado.267 En realidad, este tipo de prensa expresaba poca o ninguna oposición política y podía, en cambio, manifestarse con ideas y propuestas que recibirán críticas de la Iglesia. Gran parte de las persecuciones a que fue sometida la prensa en las dos primeras décadas a partir de 1831 tenía más que ver con incitaciones eclesiásticas.
Solo cuando se instala la tensión entre clericalismo y anticlericalismo, en consonancia con un estilo de la cultura panamericana e ibérica, y en gran parte de Europa, se crea el espacio para que la tolerancia frente a lo escrito pase a tener un derecho en sí misma. La Cuestión del Sacristán en la segunda mitad de los 1850, que es una de las tantas pequeñas manifestaciones de una antigua diferencia originada en esa polaridad del Papado y el Imperio, traduciría ya no los fueros de una autoridad que no se consideraba menos religiosa que la Iglesia, sino que se colocaba en una clara afirmación de la autonomía de lo secular, y también en un escepticismo hacia lo religioso que, con el tiempo, llevaría a los grupos religiosos, también seculares, a defenderse exigiendo derecho a la autonomía.268
¿Fue un reinado del despotismo cultural? Como en otras partes del libro, hay que distinguir la represión postsociedad abierta —es decir, la que aparece cuando se perfilan los sistemas políticos modernos— de aquella que era la forma de control y pedagogía de los sistemas tradicionales y que traducían la unidad de poder y metafísica, como se podría también denominar el sentido unitario de la cultura y civilización, que siempre es la primera y fecunda fuente de la misma. Lo que en el siglo XX se llamó el integrismo católico es lo que, con su demanda de hacerse presente ante el público y de mantener un espacio en la esfera pública, ayudó a crear a esa misma clase discutidora que es un rasgo vertebral de la democracia.269 Esto fue el nacimiento de la polaridad liberal-conservadora que va a ser la primera manifestación acabada del pluralismo político.
Esta polaridad se fundamentaba en una estructura social en donde los grupos más o menos de elite eran los que nutrían a la clase política, en el sentido antes descrito. Sus componentes estaban asociados en general a sectores que tenían algún grado de propiedad, de educación y de capacidad de articularse al interior de una sociedad muy pequeña. En cierto sentido, eran una clase con intereses de la misma, pero con el grado de diversidad de toda clase, que hace difícil o imposible determinar más concretamente los intereses de clase. Esto en la vida práctica constituye una abstracción y una realidad. Lo primero por lo que se ha dicho, de que supone una suerte de cofradía organizada de manera jerárquica y con decisiones centralizadas. Lo segundo, por número, por educación, por las relaciones de una sociedad numéricamente limitada y geográficamente, relativamente unificada, amén de ser una sociedad donde lo agrario constituye la principal impronta, hace que la movilidad social sea pequeña y se mueva dentro de un horizonte limitado.
Las diferencias políticas corresponden, en general, a temperamentos antes que a posiciones antagónicas surgidas de una necesidad social, lo que vale también para muchas instancias de la sociedad moderna hasta el presente. Llama la atención porque aquí se trata de un número y un espacio limitados.