La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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y participación, representación, debate sobre ser y deber ser de la vida social. Podría suceder esto último, pero no ocurriría sin algún elemento catastrófico de la experiencia histórica. Las tensiones inherentes al ser humano y la conciencia de las mismas se desenvuelven en medio de estos dilemas. El que se refiere a la existencia de nuestro planeta me parece que se puede resumir de una manera muy simple, en cuanto a que el desarrollo y la ciencia desatadas pueden eliminar la vida sobre la tierra, pero el desarrollo y la ciencia son indispensables para no caer en la trampa de la autodestrucción. Como utopía pesimista de fin de la historia, es dable pensar en un regreso a un tipo de sociedad arcaica que necesariamente carecería del frescor de aquella. No sería más que un espectro de la historia humana, una reproducción de un pathos de la modernidad, el mito posracional.246

      De las tensiones de la modernidad han surgido persuasiones diferentes de lo que debe ser una civilización, diferentes en relación con el sistema central, que nace en Europa Occidental y América del Norte entre los siglos XVIII y XIX. Basta con recordar al marxismo y al nazismo. El primero tuvo alcance global y el segundo era más “europeo”, pero en algunos rasgos aislados, aunque potentes, se reprodujo mucho en el Tercer Mundo. Es decir, provenir del centro de la civilización no constituye garantía de alcanzar el “orden deseado” o “perfecto”, ni en lo material ni en lo moral. A lo largo del siglo XX, en regiones culturales muy remotas al nacimiento de la modernidad, se acogieron con delirio persuasiones de la modernidad de increíble pasión homicida, como el Gran Salto hacia Adelante y la Revolución Cultural del maoísmo, el genocidio acometido por Pol Pot en Cambodia y la guerra de extermino desencadenada por Sendero Luminoso en el Perú.

      Primo Levi, en su libro, Si esto es un hombre, en un momento de olvido de la “lucha por la vida”, dice que “en efecto, un país se considera tanto más desarrollado cuanto más sabias y eficientes son las leyes que impiden al miserable ser demasiado miserable y al poderoso demasiado poderoso”. Lograr “el desarrollo” parece ser la suprema meta de la civilización moderna, y no tiene nada de extraño. “Desarrollo”, “desarrollismo”, “vía no capitalista de desarrollo”, son expresiones que pesaron mucho en la historia de Chile. Los chilenos han tenido que sobrevivir a las promesas no cumplidas, porque es ilusorio que algo así como “desarrollo” sea comparable con planificar una nueva red caminera. Pero ¿de qué estamos hablando?

      Toda época tiene su metro. La era moderna ha entregado la posibilidad de crear un Estado de derecho que cumple uno de los requisitos establecidos por Primo Levi, que nadie “se arranque con los tarros” y adquiera un poder desmesurado, que el débil tenga una voz y las garantías mínimas. La democracia moderna se asienta en este pilar y tiene otro, lo que al comienzo de la Revolución Industrial se llamó “mejoramiento”, es decir, que las posibilidades materiales y físicas de cada ser humano iban en aumento hasta alcanzar a la inmensa mayoría, mientras que hasta entonces la pobreza era el destino de la multitud. Eso que con imperfección muchas veces se llama capitalismo.

      Así, se podría definir como sociedades desarrolladas a las que han logrado trasladar a la mayoría de su población, en proporción siempre creciente, a una condición de “clase media” como estilo de “oportunidades de vida”, según una clásica definición, aunque ejerzan oficios que en algunas estadísticas por tradición los hagan pertenecer a la clase baja o base de la pirámide.247 Esta tendrá educación e ingresos más o menos comparables a las que se consideran “desarrolladas”, aunque la medida va cambiando de generación en generación. Si se da una concentración de la riqueza, existe un elemento de equilibrio al crecer la clase media y su estilo de vida llega a ser el patrón general. Para que sobrevivan, como es necesario que lo hagan, los valores “aristocráticos” y “populares” deben fundirse con ese sustrato de “clase media”.

      Para que el desarrollo sea “civilización”, se requiere además Estado de derecho. No se trata solo de elecciones, de parlamento y de partidos. El ser humano promedio debe tener fe en que los tribunales lo ampararán, que no solo sea más seguro acudir a la policía que a las mafias (lo contrario sucede en algunas partes de América Latina y quizás en alguna de nuestras poblaciones). La violencia en las calles no puede ser más alta que determinado grado, o entonces el país no es “civilizado”. Tiene que existir un cierto grado de dinamismo en el debate público. Lo mismo, en la posibilidad de eficacia del reclamo de la persona común y corriente. Si existe crisis de la política, que la hay, también se ha extendido el ámbito que pertenece a lo público, que se relaciona con seres individuales, con la vida cotidiana, y con las pequeñas agrupaciones y asociaciones de interés (legítimo). Se podrían enumerar muchas condiciones necesarias. La unión de esta esfera pública y la vida material hace el “desarrollo”, añorado pocas veces de manera tan ansiosa como por Levi. Se ha dicho que nuestra América se encuentra “entre la barbarie y la civilización” y me cuento entre quienes no nos atreveríamos a desmentir esta afirmación.

      4. DE LA REPÚBLICA AUTORITARIA A LA SOCIEDAD DISCUTIDORA

      Consolidación y plasticidad del Estado portaliano: su base social

      Hasta 1891, existió un desarrollo institucional casi sin solución de continuidad en todo aquello que comúnmente se llama orden, donde se dio un proceso continuo, sin interrupción del mismo —no sin levantamientos aplastados— hasta ir creando el típico cuerpo político más moderno, es decir, el que se expresará en gran parte del mundo desde fines del siglo XIX hasta comienzos del XXI. Fue un proceso democrático. Estaban presentes las principales tendencias de identificación política y social que han caracterizado los procesos globales en el período que culmina en Chile en 1891. Su fruto más percibido fue la instalación, en la segunda mitad del siglo, de un debate de ideas con relación al horizonte del país, y la instalación o superposición al mismo de un pluralismo de posiciones políticas en un amplio sentido acerca del orden ideal.

      En esta época, entre la muerte de Portales (1837) y la Guerra Civil de 1891, surgirá la noción de lo que se puede llamar el “excepcionalismo” chileno, es decir, que este país tendría una evolución más estable, más ordenada, más civilizada que el resto de los países latinoamericanos.248 Hay que decir que, por calificada que deba ser esta visión, corresponde a percepciones que se sentían en el curso del siglo XIX, a lo que la Guerra Civil de 1891, en también una recurrencia de la historia republicana de Chile, parecía darle un rotundo mentís. Por otro lado, se le sumaba la visión dominante que han tenido los chilenos acerca de su propia historia, en el sentido de que esta idea no solamente penetró en la mentalidad colectiva —con solo una disidencia en parte de la clase intelectual y de la clase política— y a pesar de algunos embates sigue todavía bastante viva en la segunda década del siglo XXI. Ilusión o realidad, ha jugado un papel en la historia del país y algo más modestamente en la visión de cómo se ha visto desde afuera. Es probable que juicios de un carácter o de otro seguirán reproduciéndose de manera indefinida. Aquí, como a lo largo de todo el libro, se efectuará un intento por definir en qué medida existió la república democrática o, al menos, una fase evolutiva de la misma en el corazón del siglo XIX.

      Cada vez que muere un actor que consideramos fundamental se presenta la misma pregunta. En este caso, si Portales no hubiese sido muerto por el pelotón encabezado por el capitán Florín, ¿hubiera mantenido lo que aparece como su impronta personal para crear un sistema que funcionara por sí mismo, más allá de los hombres con funciones y plazos determinados? ¿O hubiese devenido por la fuerza de las cosas en un poder que hasta podría haber accedido al trono, transformándose en un clásico caudillo latinoamericano?249 Es probable que la respuesta sea más bien la primera, aunque no estemos seguros de ella y desde luego el famoso “peso de la noche” no tiene por qué afectar solo a algunos de los actores.250 La evolución de los países latinoamericanos ha hecho claramente que ellos no constituyan uno de los paradigmas de los sistemas democráticos modernos. Tampoco se puede decir que hayan sido solamente democracias fallidas.251 Hay una situación intermedia que debe ser considerada al momento de pensar a la democracia en el continente, y en esto Chile no está ausente. Existen también peculiaridades importantes en el país austral.

      Los analistas contemporáneos, e incluso los representantes en los medios, han adoptado la expresión de las “elites” (con acento grave),