Название | La democracia en Chile |
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Автор произведения | Joaquín Fermandois |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789561427280 |
La democracia después de la Guerra Fría
La Caída del Muro en 1989 constituye el símbolo del fin de la Guerra Fría, y el que lo sea no es algo casual. Tuvo que ver con el proceso rápido y en cierta manera inexorable de que sociedades como los sistemas marxistas, organizados en torno a un paradigma en un momento dado, comenzando por la misma Unión Soviética durante la Perestroika, desecharon su propio paradigma para asumir el del adversario. La evolución de Mijail Gorbachov de proponerse una reforma al sistema dentro del comunismo, a inclinarse después en un proceso de algunos años —rápido, considerando la historia del siglo XX— al asumir posiciones socialdemócratas identificándose plenamente con el modelo occidental ilustra este fenómeno.
De esta manera, en el espectro político del mundo después de la Guerra Fría, que no tiene nombre porque somos incapaces de coincidir en uno de ellos —el de “globalización” me parece muy insuficiente y hasta mendaz—, lo que definió en una primera instancia a la nueva realidad era la supervivencia del modelo de la democracia o modelo occidental como la única persuasión de alcance global. Es la única que mantiene una legitimidad casi indiscutida en las sociedades donde está asentada. Es cierto que la realidad global es distinta y se podría afirmar que la mayoría de las sociedades del mundo poseen un sistema político que difícilmente se pueda llamar democrático. Lo único que resta de democrático es que la palabra mantiene un relativo prestigio y, salvo algunas pocas excepciones, no existe un tipo de persuasión o de legitimación en la cual se postule de manera expresa la hostilidad hacia la democracia, como ocurrió con los movimientos fascistas y los dos sistemas constituidos como tales en el período entreguerras, que alguna sombra arrojaron sobre la posteridad.
Sin embargo, la práctica política autoritaria predomina en la mayoría de los países del mundo en grados diversos. No sería ni justo ni inteligente desconocer una amplia gradación entre los sistemas autoritarios según sea que reflejen o no, y en qué medida, elementos democráticos del modelo occidental. Esta práctica, sin embargo, no significa que asuman una persuasión de ambición global, como lo fueron los autoritarismos conservadores de Europa Central y Oriental en los años de entreguerras; o los sistemas de la ideología del Tercer Mundo durante la Guerra Fría, y como hasta cierto punto lo fue el nacionalismo árabe inspirado por Gamal Abdel Nasser. En general, las legitimaciones de la práctica autoritaria actual tienen que ver con una mentada transición hacia una democracia en un futuro más o menos incierto, o se las pretende por respeto a tradiciones que se consideran como inalienables de un país o de una cultura. Esta última noción es, por lo demás, parte del lenguaje político de la modernidad e inseparable de la experiencia del modelo occidental y de su radio de cultura donde apareció.
Existe la idea de que potencias emergentes puedan constituir un caso aparte. Rusia y China pertenecerían a este intento de resistir “la era del neoliberalismo”. Sin embargo, examinados más de cerca, el sistema político y la legitimidad dominante que apareció en la Rusia poscomunista posee más semejanza con la derecha o, más bien, la extrema derecha de las dos últimas décadas del zarismo, antes que con el período comunista. En el caso de la China pos-Mao, se dio una fusión entre nacionalismo y comunismo, junto a la transformación política del país en un sistema autoritario muy parecido al de Chiang Kai-shek, o de la misma Taiwán o China nacionalista hasta la década de 1980. Ello se dio al mismo tiempo en que se transformó en una potencia económica con todas las características modernas, aunque reste todavía un grado importante de integración social. Incluso se podría decir que, por lo demás, al igual que en Vietnam, en China hubo un triunfo póstumo del proyecto de Chiang sobre el de Mao, habiendo sido, sin embargo, los continuadores de Mao los que asumieron esa tarea. En un caso pequeño ante la formidable masa demográfica de la República Popular China, aunque parece indicativa de la llamada ley de probabilidades en la vida social, Taiwán ha ido marchando de manera consistente hacia el modelo occidental, en la plenitud posible de una sociedad confuciana. Con todo, la amenaza sobre su futuro en cuanto Estado pone en entredicho esta posibilidad.
En las últimas décadas apareció en algunas regiones lo que puede ser un despunte de un universalismo distinto, también enraizado en la misma tradición histórica de la modernidad, los movimientos y gobiernos neopopulistas o de corte “nacional-popular”. Esto se da en lo básico en América Latina, cuyo ejemplar más potente ha sido la Venezuela de Hugo Chávez, originada a fines de la década de 1990, en una forma muy parecida a la manera como nació lo que podríamos llamar quizás una fórmula madre de la época de la Guerra Fría, el Movimiento Justicialista de Juan Domingo Perón en la década de 1940. Sin embargo, el caso de Chávez consistió en una versión más radicalizada de la segunda, en dirección a un sistema marxista, como sin atreverse o sin poder alcanzar esa meta. Sin embargo, en el curso del 2015 se dio un salto cualitativo hacia un punto de no retorno en la vía de la dictadura revolucionaria. Parece haber una reproducción de lo mismo en el mundo europeo y mediterráneo.
Aquí basta con decir que, aunque muestran características de un universalismo en potencia, todas ellas nacieron en sistemas en donde la tradición liberal y la democracia política habían tenido algún arraigo junto a una falta de consolidación, en el sentido de la confluencia del modelo occidental con la modernización socioeconómica. Hay que añadir que hay muchos matices en cada una de estas manifestaciones. La evolución en la Grecia moderna ha sido una demostración palpable del arraigo, del carácter de síntesis de la modernidad política, de acoger a lo nuevo transformándose y transformándolo. En América Latina existieron también enormes diferencias entre la Venezuela de Chávez y Maduro, y la Argentina de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, y entre medio un elenco más o menos variado. El Brasil de Lula debe ser excluido de esta lista ya que, en términos puramente políticos nuevamente, es un ejemplo de ese carácter de síntesis antes aludido. Por último, la aparición del fenómeno Trump en EE.UU. y de Bolsonaro en Brasil, le otorgaron nueva espectacularidad en un panorama de futuro incierto, aunque en el caso del norteamericano la fortaleza de las instituciones es garantía —hasta ahora— de que el sistema político de la sociedad abierta va a resistir el embate. El caso de Brasil desmiente la interpretación de que el populismo en Europa y EE.UU. proviene más bien de la derecha y el latinoamericano de la izquierda de tonos marxistas, que el mismo autor antes sostenía. Estamos en su momento inaugural y poco se puede aventurar de su despliegue en terreno. Para los observadores, existe una crisis de la democracia.
Paradoja, surgió una suerte de nacional-populismo de derecha en países de la ex Europa Oriental, en particular en Hungría y en Polonia, aunque no se puede decir, como en los casos anteriores, que sean representativos de una totalidad. Este no es, sin embargo, un argumento porque nunca persuasión alguna lo ha sido. La democratización en Europa Central —denominación de la pos Guerra Fría— en ambos países era un fenómeno pos 1989 y las raíces de entreguerras escasas, con todo en el radio de influencia de la modernidad europea desde el XIX. En una versión menos fuerte, mucho más aguada, aunque de existencia real, este fenómeno ocurre en Francia, en Alemania y en Inglaterra, aunque solo en el primero esto podría tener alguna consecuencia antidemocrática, quizás.
La otra región reacia al proceso democrático que existe en el mundo actual es el amplio espectro de sociedades identificadas con la fe islámica. En las sociedades árabes las tradiciones liberales, uno de los corazones del modelo occidental, han sido extremadamente débiles, infinitamente más que en América Latina, donde ya su debilidad ha sido un factor de crisis.