La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
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Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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entre lo nuevo y lo antiguo, entre la vanguardia y la tradición. El dilema permanente entre renovación y conservación, que pertenece de suyo a la conciencia de toda sociedad humana —diferencia fundamental con la sociedad animal— se convierte en la modernidad en un tema de legitimación de la opinión pública y de la articulación de esta en persuasiones y posiciones políticas, es decir, se trata de aquellas que tengan que ver con la organización del cuerpo político y de muchos rasgos de la sociedad. Esto no es sencillamente que la derecha corresponda a la permanencia y la izquierda a la renovación, aunque quizás todo surge de una primera toma de conciencia en este sentido.

      La polaridad izquierda-derecha se hace presente en la historia política de la humanidad cuando podemos detectar que una fuente de legitimidad esencial del poder tiene que ver con el hecho de que se ha instalado en el corazón del sistema la pregunta: ¿qué es y qué debe ser la sociedad? Lo que primero emerge es la segunda parte de la pregunta, que ante la constatación de que ha sido constituida de tal o cual manera, debería encaminarse a tal o cual nueva situación que se supone de una categoría claramente mejor. Las sociedades humanas siempre evolucionaban, pero todo estaba dentro e inmerso en una conciencia del ser de las cosas, aunque en instancias como la democracia ateniense y la república romana algo destelló el dilema de la modernidad. Sin embargo, es solo con el advenimiento de esta última que el deber ser se identifica con una voluntad de transformación. Esto sucede con la Ilustración, que en algunos sentidos podría ser considerada la primera izquierda y que ya mostró rasgos más moderados y otros más radicales. También en esos momentos posibilitó una prefiguración de lo que iba a ser la derecha.231

      Así como la izquierda fundía el deber ser con un futuro ser más o menos estable, emancipado, autocreativo, y se suponía que no era cambio por el cambio, sino que el camino a una meta ineludible, la derecha surgió no como una mera defensa de lo estático, de lo que simplemente está ahí, sino como una respuesta a la izquierda destacando la razón de ser de lo que es. En esto también la derecha puede formular una suerte de deber ser, que no es simplemente la conservación rutinaria de la situación establecida. Adelantemos que las democracias consolidadas —lo que aquí se llama el modelo occidental— tiene como rasgo esencial algún grado de combinación entre ambas posiciones. Con Norberto Bobbio hay que aceptar que son dos almas de un mismo cuerpo, aunque en nuestra época en muchas partes esta diferencia parece disolverse, y mientras exista lo que conocemos como política moderna ella tendrá que permanecer con una visibilidad variable y una presencia real más emboscada.232

      La política moderna incluye versiones que no son democráticas, como la totalitaria y la autoritaria, conceptos a veces algo rígidos que pueden desconocer una multiplicidad de situaciones. La historia del mismo Chile en la segunda mitad del siglo XX da para descripciones mixtas en este sentido. Con todo, permanece un sustrato. Mientras en la democracia el poder político se legitima a través de la interacción con la opinión pública, cuyo rasgo fundamental es su basamento en la sociedad civil, y en el totalitarismo el poder político tiene un afán de reoriginar a todos los ámbitos de la sociedad, desconociéndoles una autonomía fundamental, en líneas generales el autoritarismo consiste en el monopolio del poder político subsistiendo en diversos grados otros ámbitos de la vida social, con un grado suficiente como para denominarlos autónomos.

      Olas de democratización y límites de la democracia

      La creación de la política moderna dio lugar a un primer impulso de oleadas democratizadoras que se expresó en la expansión de esta aspiración política en Europa; y otra más en esa Europa a medias que es el mundo iberoamericano, una suerte de hijo natural de aquella. En el XIX no siempre los europeos la consideraban como parte de su civilización y los que después se llamarían latinoamericanos han debatido interminablemente acerca de esta filiación, ya que es justamente el nudo de su identidad. Las oleadas de democratización que siguen a cada una de las guerras mundiales y, sobre todo, la que rodea la Caída del Muro, plantearán también de manera inagotable la pregunta acerca de si la democracia es un fenómeno occidental o en potencia. Como aquí sostengo, puede ser un paradigma universal, aunque sea difícil —para no decir imposible— que su realización alcance a todos los rincones de la tierra.233 Esta discusión se parece a aquella que por tanto tiempo se planteó, y que a veces vuelve a asomar por allí y por allá, de si la democracia tal como la conocemos ha sido un fenómeno burgués y si pudiese existir alguna de tipo diferente basada en un sustento social (o nacional) distinto.

      La democracia es un fenómeno político. En sí mismo, no surge de lo social o de lo económico, aunque estos últimos ámbitos son los que más se constituyen en objeto de intenso debate en su vida pública. Las sociedades en donde primero y de manera más paradigmática se desarrolló el proceso democrático fueron aquellas donde también más se amplió el llamado proceso de modernización económica y social, o el despliegue de la economía moderna, como preferiríamos llamarla. La experiencia del siglo XX hasta el presente muestra que no existe una democracia paradigmática si no va acompañada de un desarrollo económico y social: aquí estuvo, por lo demás, un talón de Aquiles de la democracia chilena de mediados del XX. Esto no quiere decir que lo contrario sea verdad, que el desarrollo social y económico conduzca necesariamente a la democracia, aunque sí es una fuente de vitalidad. Los sistemas autoritarios han soñado muchas veces con crear desarrollo económico sin democracia política, aunque ninguno de ellos supera el problema de legitimidad. La mejoría material, muchas veces, incita el surgimiento de situaciones inestables. En otras ocasiones los autoritarismos se justifican como un estadio intermedio para construir desarrollo económico que desemboque en una democracia. Generalmente, lo que se llama dictadura de desarrollo ha consistido en esta perspectiva, en especial en América Latina, incluido el régimen de Pinochet. En fin, la democracia ateniense se desenvolvía en una situación económica estable, aunque en la república romana el tema de la distribución ocupó un papel de relevancia.

      El modelo autoritario, que ha sido uno de los obstáculos a la formación de la democracia moderna, posee dos fuentes fundamentales. Una es el carácter que adoptan sistemas políticos a lo largo del globo al ser puestos en contacto con la expansión europea, debido al hecho de que la historia de Europa devino en historia mundial o, como lo señalo en mis clases, en la “universalización de Occidente”. Estos sistemas entre que no pueden o no quieren asumir las implicancias de la democracia y se aferran a las tradiciones no democráticas, aunque inevitablemente se vean cruzados por elementos del mundo democrático en lo político, en lo social y hasta en lo económico. De esta forma, no existe un autoritarismo que exprese en forma pura lo que es una tradición premoderna. Los caudillos de la independencia del período de la descolonización posterior a 1945 asumieron un lenguaje político hijo de la historia ideológica de Occidente. Muchos de sus instrumentos y técnicas de gobierno —desde luego, sus fuerzas armadas— reflejaban la adquisición de medios de origen último europeo. La dificultad de la democracia ha estado muchas veces relacionada con una raíz propia, endógena, que viene de lo profundo de la historia. Con todo, los sistemas autoritarios modernos a veces tienen algún elemento de la democracia política y, ya sea en su evolución o en su transición, son y serán hijos de la experiencia moderna, y todos ellos, como se dijo, están ya adelantados en el primer bonapartismo, reproducidos en el segundo bonapartismo, de rasgos cuasidemocráticos. Es la reedición del César, prefigurado en la experiencia de la república romana y que está siempre a la vuelta de la esquina de la crisis de la democracia.234

      Los otros sistemas no democráticos se pueden englobar como modelo totalitario, el cual figura como el mayor desafío que tuvo la democracia moderna y que en su versión marxista afirmaba que respondía a una verdadera democracia, demostración más del prestigio y legitimidad del término, aunque no por cierto de su realidad. Solo en los movimientos fascistas —quizás más francos en estos asuntos—, salvo una que otra expresión suelta por ahí, había un repudio expreso a la democracia considerada como un agente que corroía a la insustituible tradición propia o lo que se creía tal. Aún si se rechaza el término de totalitarismo, que aquí se asume, somos los primeros en reconocer que es problemático, nos referimos a dos grandes vertientes. Una es el tipo de configuración política establecida siguiendo el modelo del régimen bolchevique instalado después de la Revolución Rusa en 1917. El segundo, desde el punto de vista teórico, es el fascismo italiano, que se crea a sí mismo en los años que