La democracia en Chile. Joaquín Fermandois

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Название La democracia en Chile
Автор произведения Joaquín Fermandois
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789561427280



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podría haber habido algo así como una teocracia. En el cristianismo occidental hubo en algunas partes una orientación hacia el césaro-papismo; fue más una diferencia de grado que una realidad.

      Un papel no menor estuvo dado por la secularización en la cultura.223 En parte, es un movimiento espontáneo, gravitacional desde la unidad original metafísico-religiosa como expresión cultural de valores e ideas, lo que preside a todas las altas culturas. También, como señalaba Max Weber, las grandes religiones crean un aparato racional para explicarse a sí mismas, pero este adquiere fuerza propia y autonomía, cuyo momento inaugural puede considerarse el instante en que surgió la idea de que lo verdadero en teología puede no serlo en filosofía, y a la inversa. Fue una especie de efeméride que simboliza el paso de una referencia trascendental a otra intramundana. Si a ella se le añade algo quizá único en la historia de la cultura, la recepción consciente y pletórica de entusiasmo de la herencia clásica incluyendo al pensamiento político —adopción adelantada por algunos Padres de la Iglesia con respecto a la herencia de la antigüedad—, encontramos un arsenal de ideas muy rico para colocar al orden social como un fenómeno a pensarse. Incluso una auténtica revolución religiosa, como lo fueron la Reforma y Contrarreforma, suerte de retorno consciente a la fuente como reacción hacia la mundialización de lo religioso y quizás hostil a la secularización, no escondía lo que hoy podemos calificar también como un fundamentalismo cristiano frente a la amenaza de trivialización de la fe. Como todo retorno consciente, supone un diálogo con un mundo no religioso que no era necesariamente antirreligioso. De hecho, el mismo combate por la tolerancia religiosa en cuanto resultado de las sanguinarias guerras de religión se tradujo rápidamente, de un siglo a otro, en el principio de la razón de Estado y luego en aquel de la tolerancia. Esto, sin embargo, no era suficiente si no se insertaba en el otro ambiente que era el de la sociedad de las autonomías relativas.

      A este trío del mundo de la religión institucionalizada, el poder político limitado pero real de reyes y príncipes, y aquella vasta área del mundo feudal —una vasta red de fidelidades/dependencias en pequeñas soberanías— se añade un cuarto elemento de esta pluralidad original, que fue el desarrollo del mundo burgués en las ciudades más allá de una clase social, aunque este haya sido su punto de partida.224 No era la meta, pero sí un vehículo de comunicación y flexibilidad que en el transcurso de los siglos fue empapando el carácter general de la sociedad hasta, creemos, fundirse con ella en la modernidad. Por sí solo, este factor no hubiera creado la peculiaridad, ya que sociedades comerciantes cuya importancia es difícil de exagerar han existido, sin embargo, a lo largo de la historia. Es la coexistencia con todas estas otras áreas de poder y de existencia lo que creó el pluralismo de esferas.

      Las autonomías relativas crearon una sociedad pluralista como un fondo de sus estructuras. Son relativas porque no crean límites infranqueables, sino que conviven íntimamente con el todo de la sociedad respectiva. No se trataba de una sola sociedad y aquí radica el otro pluralismo, aquel de las soberanías. Se trataba de varias sociedades, de varias soberanías políticas de antes del desarrollo del Estado moderno. Con el advenimiento de este, aquello quedó consagrado. No se trata solamente de la creación del sistema internacional de Estados europeos, que de por sí entregó un espacio de seguridad y, más adelante, de hegemonía. Más que eso, y en algún parecido con el mundo de las ciudades-estado griegas, crea un sistema vital múltiple, de ágil dinámica, de competencia de ideas y sentimientos, en el cual el cristianismo es un elemento común pero que ya no define ni toda la cultura, ni en el curso de los siglos de la modernidad va a definir las creencias existenciales en su totalidad. De esta manera, a la sociedad pluralista en su estructura se le agregó una pluralidad de soberanías que se reforzaron mutuamente, todo ello dentro de una civilización común, altamente comunicada al interior de sí misma.

      La historia aquí referida está acompañada por la raíz del constitucionalismo y de la representación. El mundo feudal, devenido en un lugar común como arbitrariedad jerárquica, era todo lo contrario de ello ya que fijaba una serie de relaciones mutuas de derechos y deberes que, allí donde realmente poseía una representación, era muy diferente a aquellos lugares en donde dominaba la servidumbre; a veces, también los sistemas se combinaban. La tradición constitucional, una suerte de formalización de reglas del juego, era un destello de punto de referencia, pero también de surgimiento de puntos de vista acerca de su significado.

      No operaban en el vacío, sino que al interior de un desenvolvimiento que tiene que ver con el llamado “milagro europeo”, que es la manifestación de una creatividad que tiende a romper con límites anteriores con todos los riesgos que ello conlleva.225 Se trata de la distinción entre Estado y sociedad civil como dos almas de un mismo cuerpo que conviven en tensa e intensa relación, en medio de un despliegue material y en extensión global a lo largo de la tierra. Fue un punto de partida de la idea de la vida privada y su autonomía, como parte integrante de la libertad al interior de un orden político. También gozaba de una compañía que hasta fines del siglo XVIII no se puede probar fehacientemente que le era indispensable y, sin embargo, se puede sospechar que ejercía una influencia indirecta. Se trataba de la apertura hacia una visión racional y al despliegue de la ciencia cada vez más provista de prestigio inatacable en una carrera vertiginosa que, a pesar de tantas prevenciones y abismos, no cesa hasta el XXI.

      Y otro proceso, al que muchas veces se le ha bautizado de capitalismo, no parece sin embargo haber constituido un real cemento del desarrollo social, aunque sí un elemento insustituible. Ello, porque solo se puede explicar como parte de todo el sistema social que aquí se ha caracterizado a grandes rasgos. Muchos de sus aspectos, como el dinamismo del comercio y la actitud racional en torno a los precios, o sobre todo la existencia de un mercado local y otro mundial —entendiendo que otros sistemas sociales tenían un “mundo” geográficamente más restringido que la economía mundial contemporánea—, habían existido a lo largo de toda la historia de las grandes civilizaciones. Lo que aporta el capitalismo, o más bien el momento específicamente capitalista de los procesos económicos, es una autoconciencia de esta esfera y que ella se plantee ante un público con legitimidad e, incluso, con afán y pretensión de hegemonía, aunque es difícil señalar una circunstancia en donde esto se haya logrado de una manera real. La teoría económica encarnada en un nombre como el de Adam Smith constituye un momento estelar, aunque no es el único puntal de la realidad. Lo mismo se podría señalar de la recepción del pensamiento y la filosofía del cambio cualitativo que la Revolución Industrial significó en la historia de la organización humana, cuyo momento más estelar fue el desafío que arrojó la obra de Marx.

      Lo acompaña otro elemento, el desarrollo que venía de la Edad Media, la aparición de la realidad abstracta de la economía encarnada en el mundo financiero, desde las letras de cambio a la banca, lo que crea dinamismo, vértigo, turbulencias, extrañeza y hasta repudio. Mérito y culpa residen quizás en aquello que un economista moderno llamó la “destrucción creativa”.226 En una reacción moral y política se recogía la antigua prohibición del interés ya que era inmoral que el dinero creara dinero.227 Sin embargo, fue más decisivo el que esta abstracción —una, entre otras, de la modernidad— se convirtiera en un alma del impulso de transformación económica y social que caracteriza al mundo moderno, y posea un rastro de continuidad con la antigua contraposición entre el campo y la ciudad. De todas maneras, contribuyó a este pluralismo de autonomías, que es la base del desarrollo de la moderna democracia.

      Ya al interior del antiguo régimen se podía leer la dinámica que significaba este desarrollo. A su vez, la tradición constitucional que tenía algún vínculo con el mundo feudal, y la gradual distinción entre Estado y sociedad junto con el desarrollo de la economía moderna —capitalismo, si se quiere—, crearon la base de la opinión pública que va a constituir el sustento del mundo más propiamente político de la democracia. Se la puede definir como el momento en que actores individuales o colectivos de la sociedad civil se manifiestan desde el seno de la sociedad civil, como público —esto es, “públicamente”— ante un público que es o puede ser testigo, tanto frente a la sociedad en su conjunto como ante el poder político.

      Los actores de la sociedad civil comenzarían a pugnar para incidir en el curso que tomaba o que podría tomar la sociedad en su conjunto, en especial referencia hacia el poder político. Su parte integrante más caracterizada sería